Elizabeth Taylor falleció ayer en Los Angeles, a la edad de 79 años. Llevaba casi dos décadas inactiva en las pantallas, desde que interpretara a una señora de tiempos remotos en Los Picapiedra (1994), adaptación con actores de carne y hueso de la célebre teleserie de Hanna-Barbera, aunque después hizo algún cometido en producciones televisivas. Pese a ello, seguía representando mejor que nadie, ni mitos muertos ni actrices vivas, el fulgor del Hollywood dorado, la representación perfecta de aquel glamur que inmortalizó en pantalla con su fastuosa composición de Cleopatra en la película homónima dirigida por Joseph L. Mankiewicz en 1963.

Aquel filme fue un sonado fracaso comercial pero, al mismo tiempo, significó el momento álgido del concepto clásico del star system . No en vano compartía reparto con Richard Burton (como Marco Antonio), quien un año después se convertiría en su quinto esposo y formarían una de las parejas más seductoras y provocadoras, pero también antipáticas y grotescas, de la historia del cine. De ser hoy matrimonio, nadie cotizaría más que ellos en la prensa del corazón y la telebasura.

Elizabeth Taylor ejemplifica como nadie la época más glamurosa, y también más trágica, del viejo Hollywood. La protagonista de Un lugar en el sol, La senda de los elefantes, El árbol de la vida, La gata sobre el tejado de zinc, De repente, el último verano, Gigante, Cleopatra, ¿Quién teme a Virginia Woolf?, Reflejos de un ojo dorado y La mujer maldita resume en su carrera artística, y en su ajetreada vida personal, el esplendor y el ocaso del cine hollywoodiense. Sin ella no podría entenderse su funcionamiento durante los años 50 y 60, momentos de verdadera ebullición en el seno del cine norteamericano. Con Burton fueron bellos y malditos, elegantes y díscolos. Sus cambios éticos y estéticos corrieron paralelos a la defenestración del viejo mito de Hollywood.

Taylor había nació en la localidad británica de Hampstead Heath, cerca de Londres, en 1932, de padres de origen estadounidense que habían emigrado a Inglaterra. Su padre se dedicaba al comercio de obras artísticas y su madre era una actriz retirada. En 1939 regresaron a Estados Unidos, a California, y la obsesión de su madre en que siguiera sus pasos la llevó desde muy joven a presentarse a diversos castings. Finalmente fue descubierta por un cazatalentos de Universal cuando apenas había cumplido los 10 años.

Su carrera como actriz infantil y adolescente estuvo marcada por la presencia en varias películas de la serie Lassie. National Velvet (1944), una comedia sobre el mundo de las carreras de caballos, fue el filme que la convertiría en una incipiente estrella infantil. Sería al final de los 40 y principios de la década siguiente cuando empezaría a despuntar de verdad, con títulos como Mujercitas (1949), El padre de la novia (1950) y El padre es abuelo (1951).

PRESTACIONES DRAMATICAS Richard Brooks fue de los primeros en intuir sus mejores prestaciones dramáticas en La última vez que vi París (1954), según texto de Francis Scott Fitzgerald, y La gata sobre el tejado de zinc (1958), adaptación de Tennessee Williams. Entonces estaba casada con su tercer marido, el productor Michael Todd. Le habían precedido el hotelero Nicky Hilton, con quien contrajo matrimonio a bordo del Queen Mary , y el actor británico Michael Wilding. Después de la prematura muerte de Todd, Taylor se casaría con el cantante Eddie Fisher. Con Burton celebró dos bodas, en 1974 y 1976, y los correspondientes divorcios. El senador John Warner y el excamionero Larry Fortensky cerraron la cuenta nupcial.

La relación con Burton la marcó poderosamente, tanto en el terreno personal como en el cinematográfico. Con él formó torrencial pareja en Cleopatra, Castillos en la arena (1965) y ¿Quién teme a Virginia Woolf? (1966), entre otras. Por esta última y por Una mujer marcada (1960), Taylor ganó dos Oscar. Entre sus últimos trabajos de cierta envergadura destaca El pájaro azul (1976), una extravagancia fantástica realizada por George Cukor en la que compartió cartel con Jane Fonda y Ava Gardner.