En Córdoba el nombre de Pablo García Baena suena como un clarín, lo mismo que suena el nombre de Luis de Góngora. Suena como ese clarín que nos anuncia al gran Hacedor, pues García Baena es creador de todo un mundo de criaturas y figuras; su estilo es un estilo que canta desde el principio al fin. La poesía de Pablo García Baena no es un mundo de sombras, porque el poeta nunca ha sido sombrío ni ha fabricado un mundo desde sus propias sombras. Su poesía encierra el misterio que existe entre el Creador con sus cosas creadas. Nada hay de trivial ni superficial en sus poemas.

El poeta es patriota cordobés y profeta, como genio oculto y ocultado de nuestra época. Muestra una gran serenidad, nacida del hecho de no haber perdido el tiempo inventando filosofía alguna, porque el heredó una gran filosofía; como gran poeta que es, solo expresa aquellas ideas que todos han acogido anteriormente o en estos momentos. Y es que en sus poemas nos hace sentir lo que estamos dispuestos a pensar y de ahí deriva su grandeza. Como gran poeta tiene la capacidad y la fortaleza necesarias para medir esa energía que llamamos debilidad humana.

A pesar de las convulsiones sufridas en España desde 1936, Pablo García Baena no ha intentado ofrecer jamás una nueva teoría de nuestra patria o trazar un nuevo mapa de nuestra nación. No le hacía falta porque al escribir sobre este viejo mundo lo hace con tal lozanía que todo nos parece nuevo. Este poeta cordobés no creció moldeándose en las estrellas. En él todo es fresco cuando se vuelvan rancias todas las teorías.

A Pablo García Baena le inquietan las cosas llenas de lágrimas y las que deleitan, porque tras de ellas surgen grandes verdades. Está lleno de esperanza como poeta cristiano. Gracias a su poesía los que lo leemos seguimos creciendo en verdor y en lozanía. Alegra esa lozanía porque es un poeta lleno de gratitud y agradecimientos. Es abuelo de muchísimos jóvenes poetas. A pesar de la España de su juventud es un hijo de la luz y no un descendiente de este crepúsculo gris que refleja la agonía de nuestra decadencia social. Es el heredero directo de lo que los católicos llamamos Revelación, resplandor de bondad.

Pablo García Baena es un poeta que canta porque libera su alma con expresión rítmica, con amor cadencioso, con asombro apasionado. Presenta sus espinas siempre cubiertas de rosas al tiempo que, a veces, cuando sus versos te ofrecen una rosa, llevan oculta alguna espina. En este mundo, cámara oscura, los poemas de Pablo García Baena son rayos de luz, que entran por sus rendijas; son luz clara que pasa por los estrechos agujeros de la caja negra que ahoga a esta sociedad. Es un cegante resplandor del que uno se tiene que dejar guiar. Luz plena, luz brillante, luz ardiente.

Es un poeta culto, sereno y bien equilibrado. La voz de este poeta posee la fina claridad de un silbido; es una ráfaga de viento que barre la tristeza y lobreguez que pintan otros poetas de su tiempo; su voz es clara, educada e incluso jovial para anunciarnos la aurora del día. Toda esa luminosidad nace de la teología que existe en su modo de vivir.

Me parece que Pablo García Baena es como un duende solitario y afortunado que se apodera del rayo del sol y a su alrededor compone su música. Esa luz hay que buscarla en su profundo humanismo. Es un poeta que no ha desertado de su civilización.

La poesía es siempre un acto de paz; el poeta Pablo García Baena surge de su paz interior al igual que el pan nace de la harina de trigo. Nadie ha querido incendiar a Pablo García Baena, porque él es la paz. Su poesía tiene su razón de ser en el silencio de Córdoba y en el rumor de las olas.