La mina que segó la vida de Robert Capa en Indochina a los 40 años, mientras tenía la cámara en las manos, esculpió en letras de molde su aserto más famoso, constitutivo del fotoperiodismo moderno: "Si tu foto no es lo bastante buena, es que no te has acercado lo suficiente".

Capa dio probadas muestras en los diferentes escenarios bélicos que cubrió como reportero de no mirar los toros desde la barrera sino, precisamente, de coger los toros por los cuernos, jugándose el tipo. La misma muerte de su compañera, Gerda Taro, a los 27 años, aplastada por un tanque en la batalla de Brunete, resulta un ejemplo paradigmático y doloroso de la apuesta inequívoca por bajar a los infiernos para captar la muerte en directo en un campo de batalla con una cámara fotográfica.

Con los trabajos de identificación de las fotos de Capa por parte de J. M. Susperregui y de Carles Querol, y el olfato periodístico de Ernest Alòs a partir de la serie de fotografías del mismo día expuestas por primera vez en el MNAC, se zanja una polémica que se arrastra desde hace más de 30 años y nos revela el pecado original de un joven de 22 años ansioso por comerse el mundo. No se trata de una simple anécdota, como en el caso de la famosa fotografía El beso del H´tel de Ville, de Robert Doisneau, en la que los protagonistas fueron una pareja de figurantes profesionales. En este caso, la diferencia entre la realidad y la ficción, entre el hecho histórico y la creación artística, no es baladí. De la misma manera que la revelación de la impostura de Enric Marco --el expresidente de la Amical de Mauthausen que fingió su internamiento en el campo de Flossemburg para explicar por doquier la vida y la muerte en los campos de concentración nazis-- supuso una bofetada a la memoria de las víctimas del Holocausto, la impostura de Capa da alas a los revisionistas nostálgicos del franquismo. El fin no justifica los medios, y menos en temas de especial sensibilidad como estos. En ambos casos se cumple el aforismo según el cual el medio es el mensaje. Es decir, la calidad de víctima, en el caso de Marco, o la fotografía obtenida desde la primera línea de fuego, en el caso de Capa, es lo que otorga credibilidad y empatía emocional al hecho relatado. Tanto el relato hilvanado con todo lujo de detalles de Marco como la fuerza plástica de la foto de Capa tenían una fuerza comunicativa extraordinaria. Ahora sabemos que eran cosas demasiado perfectas para ser verdad. Aviso para navegantes: incluso para el sagaz Arturo San Agustín que afirmaba que a diferencia de los historiadores, que se inventan la historia, "son los fotógrafos, algunos fotógrafos, los que mejor la explican". Tendremos que mejorar la capacidad crítica en un mundo virtual vertebrado por las imágenes, desde las proporcionadas por el Pentágono (recuerden el famoso cormorán de la primera guerra del Golfo) hasta las del fotoshop casero. Una imagen vale más que mil palabras como impacto propagandístico, pero no como elemento de credibilidad. Finalmente, la foto de Capa es genial, pero la interpretación del miliciano es soberbia.