Espectáculo: Noche Blanca del Flamenco.

Artistas: Medina Azahara. Rosario Flores. Fecha: 19 de junio del 2009.

El concepto de lo blanco figura en nuestro poder desde hace tiempo. La ciudad como espacio cultural en el que casi todo está por hacer dentro de lo contemporáneo y de los hábitos culturales. Por eso, el exuberante éxito de la Noche Blanca del Flamenco se nos ha vuelto a antojar como el espejismo de nuestras posibilidades, una alucinación de las potencialidades artísticas y culturales de una Córdoba que sí que sabe mirar a Europa y al mundo con identidad propia. Por una noche logramos hacerlo con mucha solvencia y poderío ¿Por qué no en el resto de las ocasiones? En esta fiesta del flamenco y la cultura sumamos todos. Las fuerzas institucionales por la apuesta, generosa y con amplitud de miras; la organización por la idea y la gestión; los artistas cordobeses por volcarse y reinventarse; y el público por darle sentido a todo ello y demostrar que la acción y el consumo cultural también se hallan en los genes de la especie cordobesa actual. Aquí no hay ni victimismo ni complejos, los malos rollos se sustituyen por duende y compás al raso de una ciudad que durante una noche se convierte en un tablao múltiple.

Que Córdoba siempre fue callejera ya lo sabíamos. No hacía falta este invento para abrir la ciudad a la noche. La segunda Noche Blanca, la más difícil, la de la revalidación, ha vuelto a desbordar y a demostrar que la presencia de ciudadanos en la calle ya no es monopolio de la Cabalgata de Reyes ni de la Semana Santa. Que una fiesta pagana se lleva la palma demostrando que hay "gente pa tó", con criterio para dejarse llevar por los cantes y toques que resuenan por los rincones.

El sábado cada cual dibujó el mapa de su noche planillo en mano. Había que elegir y construir un universo flamenco propio. Y no nos engañemos, en eso reside el éxito de la propuesta. La gran bulla estuvo en el conciertódromo en que se convirtió República Argentina, que bien recordaba a la feria en la Victoria. En esta ocasión, con un escenario mejor recolocado y mirando al norte y un público que llegaba a la altura de Medina Azahara, la avenida. Lo más incomprensible del lugar, la medida de (in) seguridad de ponerle puertas al campo en forma de vallas.

A la banda con nombre de conjunto arqueológico le tocó hacer los honores con su rock arábigo andaluz. Nunca el grupo de Manuel Martínez se había visto ante tal alfombra de paisanos, por lo que emergió cordobesismo por los cuatro costados durante el concierto de Medina, con coreo a voz en grito de Córdoba o Un paseo por la mezquita y guiños hasta a Deep Purple y a los Rolling. Le dieron la vez a Rosario, que salió con el rap de su madre Cómo me las maravillaría yo , con Chonchi Heredia en los coros, eso es nivel, y con un no parar de versiones de clásicos de la música patria y latina, además de tirar de la maleta de lo suyo, que si rumba catalana, que si uyuyuyu. El público, claro, transformó el calor de la noche en entusiasmo colectivo. Un recreo para jugar y bailar entre concierto y concierto, era la caseta Victoria. La Asociación A Rojo supo montar la fiesta en este espacio tan espectacular como desaprovechado el resto del año. Además de performances y danza, sus tapas y copas a ritmo de DJ modernito se convirtieron en descanso de guerreros flamencos al igual que los jardines de alrededor, que ofrecían la estampa de cualquier festival de altura: espectadores retozando sobre el césped. Habría que pensar en más áreas de descanso y fiestas outside para próximas ediciones.

Y luego vino aquello de callejear por el casco. Eso de redescubrir la ciudad fuera de la rutina, con la cultura flamenca como única guía y con arte contemporáneo creado para la ocasión saliendo al paso. Avenidas de gente por las callejas, plazas sobredimensionadas de público para ver espectáculos más íntimos a las cuatro, a las cinco y a las seis de la mañana. Tremendo. Lo prosaico lo puso algún coche que increíblemente transitaba por el lugar, algo que no pudieron impedir inexistentes policías municipales. La nota global es sobresaliente. Lo que toca es no morir de éxito. Estudiar cuidosamente cada detalle que haya que mejorar. Crecer sin complejos, no dejar lugar a la inercia y apostar con el nivel que devuelve la ciudad en la Noche Blanca. Competir con producciones propias y serias que puedan salir al exterior con el sello de la Capitalidad y la Noche Blanca como imágenes de marca de Córdoba. Centralizar espectáculos en el casco y descentralizar en toda la ciudad con una mayor presencia, no sólo de los barrios, sino de los lugares más insólitos y misteriosos que se nos ocurran y que sirvan para releer nuestro entorno. Invitar a aflamencarse a artistas de todas las disciplinas y hacer mirar con la cabeza aún más alta a ese flamenco con catavinos que ya es un ave talismán de la ciudad. Eso sí, en vez de lucir un pañuelo en su pescuezo en el mes de junio, mejor un abanico en la otra pata.