ORQUESTA DE CORDOBA

Dirige: Philippe Entremont

Lugar: Gran Teatro

Fecha: Jueves 26 de marzo

La Orquesta de Córdoba protagonizó el jueves uno de los conciertos más esperados de toda la presente temporada. La razón de tal interés no era otra que la participación como solista y director invitado de Philippe Entremont, figura destacada en el panorama musical de las últimas décadas. Este pianista francés de reconocida trayectoria internacional tiene grabados numerosos discos con sellos importantes, y toca y dirige en las mejores salas de conciertos de todo el mundo.

El interés despertado por el músico francés se correspondió con lo que pasó sobre el escenario del Gran Teatro. El maestro Entremont posee un sentido musical muy claro, que fluye en todo momento, aunque con más atención a los grandes fraseos y la construcción general de las obras, que a los pequeños detalles. De esta forma el oyente percibe el mensaje esencial de la interpretación y la emoción que se trata de suscitar. Eso se pudo ver claramente en la versión orquestal del sexteto de cuerdas que abre la que fue última ópera de Strauss, Capriccio. La experiencia vital de un septagenario que vive para la música desde su más tierna infancia y que ama lo que interpreta, era la garantía infalible de que ese Strauss otoñal sería traducido con toda la intensidad que pervive en las páginas de la ópera.

En otro registro expresivo, la Sinfonía nº.4 de Beethoven sonó jovial y divertida, lejos del carácter épico de la Heroica o de otras sinfonías que vinieron después. La orquesta respondió bien a los estímulos que provoca la batuta ágil del maestro.

Un concierto para piano de Mozart quedó ubicado entre ambas obras orquestales. Era la ocasión para ver al Entremont pianista, que es el más conocido por sus grabaciones del piano de Debussy y Ravel y de los conciertos de Saint-Säens y Rachmaninov. Como mucho artistas de su generación y de después, el francés optó hace ya años por compaginar su labor de pianista con la dirección orquestal y, cuando de Mozart se trata, asumir ambos cometidos en el escenario. Sin ser un Mozart modélico, ni el piano del teatro el mejor instrumento para ello, su versión resultó muy convincente, por su gran expresividad y ese carácter prebeethoveniano que le imprimió y que fue tan del gusto de los románticos.