Hará cuatrocientos cincuenta años que el padre Antonio de Córdoba dio los pasos necesarios para abrir en esta ciudad la que sería la primera casa de la Compañía de Jesús en Andalucía. La idea se hizo realidad en 1554 y la casa se abrió frente a la parroquia medieval de Santo Domingo de Silos, en el corazón de la ciudad alta, en el edificio que cedió al efecto el deán don Juan Fernández de Córdoba. La iglesia se dedicó a Santa Catalina de Alejandría, en honor de Catalina Fernández de Córdoba, marquesa de Priego y madre del fundador, que contribuyó copiosamente a la obra. El colegio de Santa Catalina, bien dirigido desde el principio, se convirtió en el centro de enseñanza de mayor prestigio de Córdoba, marcado por el rigor científico y la disciplina académica. No es casualidad que, andando el tiempo, aquel germen de Universidad que fundara Pedro López de Alba para estudiantes sin recursos, el colegio de la Asunción, se confiara a los jesuitas de Santa Catalina.

Construcción del templo

La iglesia sería edificada sobre planos de Hernán Ruiz el Joven, maestro mayor del obispado. Aunque lo inició sin duda el propio arquitecto en 1564, no se terminó hasta veinte años después de su muerte, en 1589. La portada se suele atribuir al padre jesuita Juan Bautista de Villalpando, famoso por haber realizado junto al padre Jerónimo de Prado la curiosa explicación del Templo de Salomón, de acuerdo a la visión de Ezequiel, patrocinada por Felipe II. En pleno apogeo ilustrado, tras una costosa reforma de todo el centro a comienzos del siglo XVIII, más la incorporación de bienes muebles como el soberbio retablo mayor con su gran templete eucarístico en 1721, el colegio quedó huérfano con la expulsión de los jesuitas en 1767. Para que no se perdiera tan extraordinario templo, el obispo Baltasar de Yusta reunió aquí en 1782 las antiguas parroquias de El Salvador y Santo Domingo de Silos. Casi el último legado de la Compañía a Córdoba fue el regalo del triunfo de San Rafael, levantado en 1736 en la plaza que hay delante de la iglesia.

Visto en la lontananza del tiempo, este espacio privilegiado de Córdoba semeja una acrópolis sagrada. Vigilada por el Arcángel desde su triunfo, en la cota más alta de la ciudad antigua, la configuran una iglesia medieval, otra renacentista y la tercera, neoclásica. Nunca estuvieron en servicio las tres al tiempo, pero forman parte indeleble de la historia cristiana de Córdoba. La discreta fábrica gótica de Santo Domingo nos habla de tiempos difíciles de una tierra de fronteras, vanguardia de la fe en un Dios Todopoderoso, que ha de imponerse por la fuerza de las armas. El colegio de la Compañía representa la cultura del Humanismo, el equilibrio entre razón y fe. En la gran nave de la iglesia jesuítica resuena la fuerza de la palabra, que se ofrece como salvación. Santa Victoria, concebida como un tolo clásico, pero en clave de templo martirial, se eleva como Partenón cordobés, implantando su potente volumen en el paisaje histórico de la ciudad. Significa el triunfo de la razón, el tributo al convencimiento de que la cultura cristiana de Córdoba se cimienta en el testimonio antiguo y cruento de sus mártires. Todos ellos simbolizados en la santa patrona: fe de Victoria; Victoria de la fe.

La plaza de la Compañía es una buena atalaya para considerar la riqueza de nuestro patrimonio material y también la de nuestro patrimonio espiritual. Ambos unidos formaron la Córdoba que todos amamos y la conservación de ambos requiere nuestro firme compromiso. El descuido de cualquiera de ambos patrimonios, materia o espíritu, nos legará un cuerpo extraño, ajeno y desconocido, al que dejaremos de amar.

Por eso es necesario elogiar con fuerza el feliz acontecimiento del regreso del culto a la vieja iglesia de la Compañía, ahora renovada. Hay muchas razones para el elogio. La primera, la eficacia. Estamos hartos de ver edificios que empiezan a intervenirse y tardan décadas en volver al uso. En este caso, un par de años han sido suficiente para realizar una labor nada fácil, que ha devuelto el edificio a su estado de integridad física. El aspecto interior mantiene el característico sentido espacial que logró la reforma de 1853 a 1857, cuando la pintura plana y racional vino a sustituir al sensitivo cromatismo de las pinturas murales que adornaban el templo. El aspecto exterior ha recuperado felizmente el enlucido de las paredes de ladrillo, muy en contra de los lamentables criterios de hace cuarenta años, cuando Miguel Angel Orti Belmonte se alegraba de que la fachada de la Compañía estuviese perdiendo el revoco. Pero la obra ha llegado también a lo que no se ve. Bajo el brillante suelo de mármol, la iluminación o la megafonía, se esconden instalaciones completamente nuevas de calefacción, sistemas pararrayos, de protección contra incendios, de fontanería. Hay nuevas cristaleras emplomadas, armaduras de madera repuestas, restitución de cubiertas, con nuevas cámaras bajo ellas, y tantas aportaciones más que contribuyen a dar vida al edificio, como la recuperación del pequeño claustro.

Fruto de la colaboración

La segunda razón para el elogio es la colaboración entre instituciones. Hoy parece el único camino posible. El patrimonio pertenece a todos y debe interesar a todos, aunque de distinta manera. En este caso se han unido tres instituciones. El Obispado, que actúa a favor del patrimonio espiritual; la Junta de Andalucía, que interviene para conservar el patrimonio material; Cajasur, que una vez más cumple con la misión social y cultural que le marca su estatuto. Y los destinatarios de este esfuerzo impagable somos en primera instancia los ciudadanos de Córdoba, que sólo gratitud hemos de tener para la eficacia y la colaboración que hicieron posible la recuperación de la parroquial del Salvador y Santo Domingo de Silos.

Justas fueron las palabras de elogio que nuestro obispo Juan José Asenjo dedicó a los arquitectos Fernando Osorio y Marian Martínez en la ceremonia inaugural del templo el pasado 2 de julio. Justo también el agradecimiento al verdadero impulsor de estas obras Juan Moreno Gutiérrez, a quien el obispo Javier Martínez puso providencialmente al frente de esta parroquia. Su experiencia en la obrería de la Catedral y su capacidad de gestión han resultado claves para el éxito de esta acción patrimonial. Ahora comienza la nueva andadura de esta nave trentina y monseñor Asenjo le ha puesto de copiloto a Fernando Cruz-Conde. Los frutos parroquiales no se han hecho esperar. El día 4, dos días después de la vuelta del Santísimo a la Compañía, el párroco proclamaba que era entonces cuando se producía la verdadera inauguración. Cantaba su primera misa Rafael Carlos Barrena, alumno de Historia del Arte. Entre sus emocionados agradecimientos tuvo un recuerdo para los profesores de Historia del Arte. Y en mi interior agradecía yo a Dios que hubiera suscitado su vocación de servicio en el estudio de la belleza.