Si han tenido que pasar 27 años para que el pueblo saharaui tenga derecho a ver películas en una pantalla grande, ¿cuánto tiempo tendrá que pasar para que obtengan la libertad? Con esta pregunta en el aire concluyó el viernes el Fisahara, el primer Festival Internacional de Cine del Sáhara, celebrado en Smara, el campamento de refugiados más antiguo del mundo, a 50 kilómetros de Tindouf (Argelia), en el más inhóspito de los desiertos. Amplificar la voz de la causa saharaui y mitigar la espera ha sido el doble objetivo de la muestra, en la que han participado figuras del cine español (Achero Mañas, Imanol Uribe, Javier Fesser, Sílvia Munt, Alberto San Juan, Julio Medem, Candela Peña y María Esteve) y suramericano (Javier Corcuera, Jorge Perugorría y María Miró). Nunca el cine tuvo un público tan puro. Nunca el cine tuvo tanto impacto emocional. Los miles de saharauis exiliados que durante los últimos días se han sentado en la arena frente a una rudimentaria pantalla para ver El bola, Los lunes al sol, Solas, El milagro de P. Tinto, El otro lado de la cama, La pelota vasca, El viaje de Carol, Te doy mis ojos y Todo sobre mi madre han reído y han llorado de una forma que resulta imposible de describir sin apelar a una épica que sonaría falsa en Occidente. "Este festival es importantísimo para los jóvenes, tan hambrientos de comida como de cultura", reflexiona Hiza, una saharaui de 27 años que no había vuelto a ver cine desde que terminó sus estudios en Cuba. "Yo sé que esto no es suficiente, pero algo es algo", matiza Silvia Munt, una estrella en el Sáhara merced a su participación como actriz en Los baúles del retorno , filme sobre la epopeya saharaui, y como directora en Lalia, aplaudido corto sobre la vida en los campamentos.

LA CARA MAS SOBERBIA A diferencia de algunos personajes del cine español presentes en la muestra, Munt ha estado al pie del cañón durante todo el festival, tan implicada como Pedro Pérez Rosado, director del único estreno real de la muestra, Cuentos de la guerra saharaui , que aún no ha llegado a las pantallas españolas. Otros, en cambio, han aprovechado para hacer turismo y han mostrado la cara más soberbia del estrellato. Abrumados por la hospitalidad saharaui --"es increíble que te den todo cuando en realidad no tienen nada", reflexiona Achero Mañas--, los representantes del cine español han podido vivir una realidad que hasta ahora desconocían. La realidad de un pueblo dialogante, tolerante, culto, extraordinariamente sensible y paciente. Un pueblo vendido a Marruecos por el tardofranquismo y sobre el que España tiene una inmensa deuda hasta ahora no pagada por ninguno de los gobiernos democráticos.

"La ayuda internacional, alimenticia o cultural llega gracias a las ONG, pero el Gobierno se lava las manos", recuerda Brahim Kali, delegado del Frente Polisario en España, y cuya misión principal es lograr que esta actitud cambie.

"Lo peor no es no tener nada, sino tener todo el tiempo del mundo para pensar que no tienes nada. Aquí, más que en cualquier otro lugar del globo, el cine cumple un papel de evasión", dice el cineasta Javier Corcuera, director del festival, mientras sorbe el enésimo té.