EL BUEN LADRON.

Dirección: Neil Jordan.

Guión: Neil Jordan.

Intérpretes: Nick Nolte, Nutsa Kukhianidze, Tchéky Karyo, Saïd Taghmaoui, Emir Kusturica, Ralph Fiennes.

Nacionalidad: Irlanda, Gran Bretaña, Francia, 2002.

Duración: 108 minutos.

La últimas propuestas del siempre interesante Neil Jordan, un director que se mueve como pez en el agua tanto en las grandes producciones con estrellas cinematográficas como en películas más modestas, no han tenido una buena carrera comercial. Quizá por eso, para su regreso a las pantallas, haya buscado otros espacios y se haya apartado del universo americano para rendir un personal homenaje al cine negro europeo. Concretamente, su última película, El buen ladrón , toma como punto de partida una obra de reputado Jean Pierre Melville, Bob, le flambeur , pero no para hacer un remake al uso, sino para rescribirla en torno a su personaje principal, apartándose tanto del estilo adusto del cineasta galo como del escenario en que aquélla se desarrolla.

El buen ladrón es la historia de un caco retirado, un perdedor con mucha clase que en el abismo de su propia autodestrucción por el juego y las drogas entabla una paternal relación de complicidad con una chica de la extinta Yugoslavia, carne de cañón de los bajos fondos de Niza, y reúne a un grupo de antiguos colegas con el objetivo de dar el golpe definitivo. Y todo bajo la atenta mirada de un policía que ejerce, más como su admirador que como su verdadero enemigo.

Neil Jordan, que también escribe el guión de esta película, construye un cosmos de personajes complejos que son ellos mismos y lo opuesto, y que se mueven en ambientes tan dispares como garitos de mala muerte, bares de dudosa reputación, un hipódromo o un casino museo donde reina el glamour y la opulencia. En el centro de todo el entramado se encuentra el personaje de Bob, interpretado por un Nick Nolte que sabe lo que se esconde detrás de la piel de un caótico adicto, capaz de inyectarse heroína y pasar el mono esposado a una cama, tanto como de desenvolverse con la más absoluta soltura y elegancia en los ambientes más refinados. Y acompañando al dueño de la función, entre otros, una prostituta candorosa, un policía que no lo parece, un diseñador de sistemas de seguridad que se une al robo anulando su propio sistema, un inocente traidor, Phillipa, un forzudo con tetas que antes se llamaba Phillipe, dos hermanos gemelos, y hasta un cuadro de Picasso tan falso como las copias que cuelgan de las paredes del casino que los ladrones pretenden desvalijar.

Personajes desdoblados que forman parte de una película tan bien escrita como brillantemente fotografiada y filmada, con unos diálogos ágiles, precisos y contundentes, y que engancha desde el primer momento, haciendo partícipe al espectador del destino de esa nómina de perdedores felices por los que Neil Jordan desliza su mirada comprensiva y redentora.