Aquí hay truco. Los veteranísimos Rolling Stones llevan casi un año en la carretera (es un decir, ellos viajan en jet privado) y 77 conciertos a sus espaldas, pero ahí están, como si nada. Ni la persistente amenaza del cielo cantábrico pudo con ellos. La nueva gira del grupo en activo más famoso del mundo llegó anoche a España, y las más de 38.000 personas que llenaban el estadio de San Mamés para ver el prodigio regresaron a sus casas preguntándose cuál es el secreto. Mick Jagger, Keith Richards, Charlie Watts y Ron Wood suman 236 años, pero, sobre el escenario, sólo el repertorio plagado de himnos clásicos delata su longevidad. Magia negra.

Más allá del milagroso aguante de los músicos, en el circo de los Rolling Stones hay pocas sorpresas. El concierto de anoche entraba en la categoría de grandes estadios, y en ese campo los Stones tienen poco que aprender. La mera aparición de la banda sobre el escenario, después de un rutinario precalentamiento a cargo de unos Pretenders que han vivido días mejores, desencadenó una corriente de fascinación entre el público que ya no hizo sino crecer en intensidad a medida que iban cayendo las piezas más emblemáticas de un grupo que ha convertido su carrera en un interminable rosario de piezas emblemáticas.

Brown sugar, Start me up, It´s only rock´n´roll, Street fighting man, Gimme shelter... Sin la pesada carga que supone tener que promocionar un disco nuevo (la única canción reciente de todo el repertorio, Don´t stop, parece escrita hace 25 años), los Stones convirtieron el show en una excursión guiada por la historia del rock de las últimas cuatro décadas. De las sofocantes versiones de viejos blues de sus inicios a las perezosas baladas con el sello de Richards; de las furiosas ráfagas de guitarra a los extáticos coros de góspel; de Satisfaction a You got me rocking.

El material del montaje pesa 100.000 toneladas, pero la espectacular parafernalia de giras anteriores se ha quedado esta vez en el almacén. Ni muñecos hinchables ni estruendosos fuegos de artificio. De hecho, aparte de la presencia corpórea de cuatro leyendas del rock y de la proyección de sus babilónicas efigies en la megapantalla de vídeo, anoche el único gran truco escénico, ya empleado en la gira de 1997/98, fue la aparición de un pequeño escenario en el centro del recinto al que los músicos accedieron a través de una pasarela y en el que interpretaron tres canciones.

Fue una forma de reivindicar la inmediatez de los primeros conciertos de la banda frente al gigantismo que ha caracterizado las giras stonianas desde finales de los años 70. El público de la Catedral agradeció el gesto con un jubiloso frenesí de gritos y palmas que ya no cesó hasta que el grupo cerró la tanda de bises bajo una lluvia de confeti.

Acabado el recital, los músicos fueron recogidos por una flotilla de Mercedes --un coche para Jagger, otro para Watts y un minibús para Richards, Wood y sus acompañantes-- que les trasladaron al aeropuerto alavés de Foronda. De ahí, viaje a Madrid, ciudad elegida como base de operaciones durante su estancia en España.