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Entrevista | Verónica Aranda Licenciada en Filología Hispánica

Verónica Aranda

Verónica Aranda

Verónica Aranda / CÓRDOBA

Madrid

Verónica Aranda (Madrid, 1982), es licenciada en Filología Hispánica. Su carácter viajero -ha vivido en Portugal, Bélgica, Italia, India, Tánger, etc.- deja su impronta en sus libros. Ha publicado diversos poemarios, como ‘Poeta en India’; ‘Tatuaje’, ‘Alfama’, ‘Postal de olvido’, ‘Cortes de Luz’, ‘Senda de sauces’, ‘99 Haikus’, ‘Lluvias continuas’... En ‘La rosa contra el lino. Antología poética’ aparece una selección de su poemario.

¿Qué criterio has seguido al seleccionar los poemas de esta antología?

Lo dejé en manos del antólogo y editor, Juan José Martín Ramos, que realizó un trabajo previo exhaustivo de lectura, relectura e investigación. Encontró un hilo conductor al escoger textos donde el paisaje, el cuerpo y los sentidos son el soporte de una reflexión existencial. Sobre todo, como explica en el prólogo, incluyó poemas que reflejaran un modo de mirar el mundo, de habitar el lugar y «rozar la otredad».

Barajó ordenar el libro por temas, pero finalmente optó por darle un orden cronológico que reflejara mejor la evolución técnica. Pienso que ha logrado trazar una poética, que es el objetivo de toda antología. Tú poesía, ¿es una poesía metafísica?

Sí, creo que se puede considerar metafísica por su indagación en lo esencial y en las preguntas sobre la existencia y lo efímero, a través de un lenguaje simbólico. En cada libro hay un intento de condensar la palabra para tocar lo inefable. Concibo el ejercicio de escribir poesía como una forma de meditación. Por otro lado, las poéticas incluidas en la antología contienen, más allá de la proyección teórica, una epistemología de la creación literaria.

Pero también al mismo tiempo es muy sensual. Se trata de una poesía que capta la luz, los colores, los olores y el mundo de emociones que está debajo de todas las ciudades que se visten de forma diferente.

Así es. Las ciudades aparecen como experiencias de los sentidos que despiertan nostalgias y revelaciones. Para mí es importante crear atmósferas. Además, una de las funciones de la poesía es recordarnos que el mundo se percibe con los cinco sentidos y que en ese cruce de luz, cromatismo y aromas laten las emociones que configuran nuestra experiencia vital, por eso no hay estatismo en los textos. A esos sentidos se unen el oído, el tacto y el gusto, como formas de exploración. Residir en India me cambió la forma acercarme al poema y de crear algunas imágenes y sinestesias.

Es una poesía de viajes donde la luz se refleja en la cal, donde fluyen recuerdos de milenios.

Sí, el viaje entendido como desplazamiento hacia otras culturas, que acaba transformándose en desplazamiento interior. El viaje nos permite vivir otras vidas, rozar la eternidad y al mismo tiempo, comprender mejor la condición de tránsito del ser humano. Es verdad que la luz funciona en muchos poemas como principio revelador. También hay una luz viajera que aparece asociada a geografías concretas: patios encalados, medinas marroquíes con sus callejuelas laberínticas o la luz blanca, intensa de Lisboa y de las islas griegas. Esta luz se acaba convirtiendo en cartografía emocional. En otros poemas, la luz funciona como metáfora de la serenidad buscada y sugiere recogimiento. De ahí que pueda funcionar como umbral entre lo cotidiano y lo sagrado. «Yo llegué con el siglo, lo estrenaba por el atardecer… luchaba con la luz, recomponía unos pocos fragmentos del pasado. En aquella ciudad paralizada por la huelga y el hambre...». Las ciudades son presentadas a través de los sentidos. Estos versos los escribí en Katmandú y contienen una superposición de tiempos. La escritura a veces necesita de distancia para construirse y la poesía de viajes es un abrirse paso ante las dificultades, interiorizando las vivencias, que vuelven al poema transformadas. Más que panorámicas urbanas, el poema avanza mediante destellos. Registro aromas, sonidos: especias, plantas, música callejera, la llamada a la oración. Me interesa la vida que bulle en las calles. Visitar mercados, templos y cafés es una de mis prioridades cuando viajo, allí reside la esencia de las ciudades. Y en paralelo están las lecturas sobre el lugar, la literatura del país visitado, con la que dialogo en cada libro.

¿Qué tema o clave dirías tú que destaca en cada uno de los poemarios que forman la antología?

En ‘Poeta India’, el asombro. En ‘Tatuaje’ el tema central es la copla y los lugares que dejan huella. ‘Alfama’ son itinerarios por Lisboa, con banda sonora de fado. La clave de ‘Postal de olvido’ es el nomadismo; ‘Cortes de luz’ transcurre en una India vivida intensamente e interiorizada y aborda lo social. En ‘Café Hafa’ la clave es la poética del lugar. Los tres libros de haikus incluidos se resumen en la celebración del instante y la contemplación de la naturaleza. ‘Épica de raíles’ es el cuerpo en los paisajes y los desplazamientos en tren como forma de abrirse al mundo y a los otros. Dibujar una isla lo conforman varios viajes por las islas griegas y la mitología clásica. ‘Cobalto oscuro’ es mi libro más feminista, un homenaje a las mujeres pintoras. En ‘Humo de té’ cobran centralidad los rituales y ceremonias. Y en ‘Hammam de mujeres’, el agua y la sororidad.

El ‘Lenguaje de las islas’ es el título de un poema, pero para mí sería como la corriente interna que une a todos.

Me parece una idea muy sugerente. Aunque no todos los poemas tienen localizaciones insulares, sí hay una lenguaje sensorial y marítimo que los atraviesa, con olor a especias, a fruta madura y el color del trópico. Un lenguaje que se articula a través de la contemplación y el ritmo pausado. En Cuba y Puerto Rico es donde más pude poner en práctica ese lenguaje y reflexionar sobre esos espacios de aislamiento donde se revela lo íntimo.

¿Se puede decir de la poesía de Verónica, que es una poesía viajera?

Sin duda. La escritura completa el viaje, ayuda a interiorizar lo vivido, a ordenar los fotogramas de la travesía. Mi escritura recoge ese movimiento: palabras extranjeras, códigos diferentes, personas y retazos de conversaciones, paisajes contemplados desde trenes lentos, que hacen del poema un territorio limiar.

Tus poesías huelen a especies, tienen el color del azafrán, el olor a té moruno, y el sol que abraza a la cal blanca de la isla.

Escribir poesía es una experiencia estética y sensorial potente. Y nos ayuda a detenernos, a gozar de un tiempo puro.

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