Saltar al contenido principalSaltar al pie de página

Novela

La eternidad en juego

‘Los lobos del bosque de la eternidad’, el nuevo libro del noruego Karl Ove Knausgård

Karl Ove Knausgård.

Karl Ove Knausgård. / ALEJANDRO GARCÍA / EFE

Aldous Huxley sostenía que se podía decir mucho más sobre ideas abstractas generales a través de personajes y hechos concretos (ficticios o reales) que hablando en términos propiamente abstractos. Subrayaba también que, siendo ese el caso, se elevaba la dificultad cuando había que atribuir un significado en un contexto y en unas circunstancias determinadas, cuando había que moverlas en un marco narrativo. Apoyaba su proposición en el ejemplo de Dostoievski, de quien afirmaba que era «seis veces más profundo que Kierkegaard porque escribía ficción». Hay una lectura del último libro de Karl Ove Knausgård que tendría ese encaje, el de buscar el acomodo de tales ideas en los personajes y en los hechos que conforman ‘Los lobos del bosque de la eternidad’. Y no solo porque Syvert Løyning, que acaba de regresar a casa tras el servicio militar, choque con un acontecimiento familiar de suma trascendencia cuando está leyendo, precisamente, Crimen y castigo. Syvert está en Noruega y el acontecimiento en cuestión lo vinculará con la otra protagonista, Alevtina Kotov, que vive en Rusia. Si bien lo anterior se aprecia de una manera más general en la vida de Syvert, con cuestiones existenciales que se van diluyendo en la trama, en la de Alevtina las situaciones que entrañan más preguntas que respuestas están en su propio discurso, el de una profesora de universidad que maneja el paso como puede para no tropezar con el lamento por no haber dedicado su esfuerzo completo al campo científico. Ambos entrarán en conflicto con el pasado familiar y deberán afrontar la relación con la muerte y la vinculación con la naturaleza desde posiciones muy dispares, tanto en lo profesional como en lo ideológico. El concepto de eternidad aparece tratado de manera más o menos explícita a lo largo de las páginas. Por ejemplo, a través de la relación con Joar, hermano pequeño de Syvert; un personaje secundario que tiene una evolución muy interesante durante los años que abarca la novela (desde mediados de los 80 hasta bien entrado el siglo XXI): «La vida siempre está completa en sí misma; siempre está completa, por corta o larga que sea. Una vez, Joar trató de explicarme que la eternidad no solo era eternidad, sino que había distintos grados. Dijo que tenía que ver con la teoría de los conjuntos. Yo no lo entendí, porque la vida era precisamente ilimitada, así que ¿cómo podía haber distintos tipos, de diferentes tamaños? Porque la vida era justo lo contrario, se me ocurrió un día. La vida era finita, no infinita y, aunque estuviera limitada en el tiempo, no era el tiempo el que establecía ese límite. Todas las vidas estaban completas en sí mismas, ninguna estaba más completa que otra». También en las clases que imparte Alevtina en la universidad, en las que trata de explicar a sus alumnos las múltiples formas de organismos vivos que fueron surgiendo en la Tierra desde hace millones de años: «Pensad en todo lo que ha ocurrido en nuestra historia desde el Imperio romano, y de eso hace solo dos mil años. Hace veinte mil años vivíamos en cuevas y ni siquiera se había inventado la rueda. Pero, en la historia de la evolución, veinte mil años no son nada. Una gota en el mar. Es algo que debéis tener en mente. Que la vida ha tenido a su disposición una eternidad de tiempo». Knausgård plantea estas situaciones mientras arma las tramas que estructuran la novela y que se apoyan en temas universales como el amor, la enfermedad, las relaciones familiares, el trabajo, la naturaleza, etc., y aprovecha de manera contenida y proporcionada pasajes aislados de esas tramas (vinculados con un trasfondo adecuado) para subrayar reflexiones y cuestiones filosóficas. Una amplitud que permite expandir la lectura con una mirada más completa: «Pero lo que descubrí, y he podido comprobar luego muchas veces, es que no importa en qué te enfoques ni en qué te fijes, independientemente de lo pequeño o limitado que sea el campo, siempre se abre hacia algo más grande», dice Alevtina, como si quisiera apoyar la decisión estructural del propio autor. En ‘Los lobos del bosque de la eternidad’, la existencia y el debate sobre el futuro de la humanidad entran en juego a través de los protagonistas, de sus circunstancias más inmediatas y de aquellas más trascendentales y que, sin embargo, se desbordan en la urgencia del presente. En ese tablero, resultan apropiadas las palabras de la escritora brasileña Nélida Piñon al tratar el concepto de eternidad: «En este instante de mi vida, ante la inminencia de partir hacia un lugar ignoto, me bautizo a mí misma, inclinándome sobre la pila de mármol de una capilla que visito por la tarde. Mientras me pregunto si estoy preparada para morir y quién llevará mi ataúd con celo y lo depositará en una tierra santa que no será Jerusalén». Y más adelante: «La prudencia, que es beneficiosa, además de respetable, me aconseja que me refugie en alguna cueva, lejos de los animales que buscan cobijo en mis entrañas». Una reflexión que podría ponerse en diálogo con la que cierra uno de los pasajes más profundos del libro del autor noruego, en el que tras abordar la muerte que llevamos dentro, la que va emergiendo porque en sí pertenece a la misma vida, se cita a la poeta rusa Marina Tsvietáieva: «Por mucho que alimentes a un lobo, siempre mira hacia el bosque. Todos somos lobos del bosque de la eternidad».

‘Los lobos del bosque de la eternidad’.

Autor: Karl Ove Knausgård.

Editorial: Anagrama. Barcelona, 2025.

NARRATIVA FILOSÓFICA

No solo en el caso que mencionaba Aldous Huxley a partir del ejemplo de Dostoievski, también en el del propio autor de ‘Un mundo feliz’ o en el de otras novelas marcadamente filosóficas como ‘La náusea’, de Sartre, o ‘Así habló Zaratustra’, de Nietzsche; la filosofía se ha hecho presente a través de la narrativa en innumerables ocasiones. Todavía más, hay quienes aconsejan no desligar la misma escritura (sin menoscabo del género que se quiera trabajar) de la visión de otras disciplinas. Es el caso ahora de la escritora y profesora Valerie Miles que recomienda leer poesía porque nos «obliga a pensar el lenguaje, a la concisión, a sentir sus posibilidades físicas», y del mismo modo leer filosofía porque nos «obliga a explorar el abismo y a resolver problemas». Estaríamos en un viaje de ida y vuelta en el caso de quienes apuesten por la escritura de una narrativa filosófica. Tal sería, igualmente, la clave de la siguiente entrada de Ricardo Piglia, englobada en sus notas de diario sobre la obra de Macedonio Fernández: «Pero hay otra cuestión, dice Renzi. ¿Cuál es el problema mayor del arte de Macedonio? Las relaciones del pensamiento con la literatura. El pensar, diría Macedonio, es algo que se puede narrar como se narra un viaje o una historia de amor, pero no del mismo modo. Le parece posible que en una novela puedan expresarse pensamientos tan difíciles y de forma tan abstracta como en una obra filosófica, pero a condición de que parezcan falsos. Esa ilusión de falsedad, dijo Renzi, es la literatura misma». Así, por ejemplo, en el portentoso final del relato “Los muertos”, de James Joyce, que cierra su libro ‘Dublineses’: el emotivo momento en el que Gabriel reflexiona en su monólogo interior sobre la idea de eternidad, con Gretta, su esposa, durmiendo a su lado y con esa imagen de la nieve cayendo sobre toda Irlanda, sobre todo el universo, «sobre todos los vivos y sobre los muertos».

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents