Poesía
Un revólver de amor
‘Andanzas por el cielo y el infierno’, el nuevo poemario del chileno Luis Tulsa

Luis Tulsa. / CÓRDOBA

Ante la rancia e infeliz banalidad de esa poesía escrita por los jóvenes, y no tan jóvenes, gacetilleros de versos, la sedosa irrupción de una voz poética chilena que tutea a Rimbaud y se pone a la altura, sin quererlo, de Roberto Bolaño, su compatriota hermano que rasgó la bóveda del techo novelístico, la voz de Luis Tulsa, rasgando el techo diamantino de la mejor poesía de habla hispana, nos regala un poético espacio de vainilla mezclado con barro y luz crepuscular. La insólita y fulgurante trayectoria de este joven autor chileno de Valparaíso, nacido en 1993, resulta, ante todo, asombrosa por la calidad y la madurez de sus poemarios –tres volúmenes, de momento- que están a años luz de otros escritos (mal escritos) por rimbombantes autores de su edad, afamados ‘youtubers’ sin nervio ni sustancia que editan sus versos en grandes editoriales y son bien acogidos por lectores adolescentes y jóvenes lacrimógenas de instituto.
En cambio, Luis Tulsa no escribe para adolescentes, sino para lectores de poesía vespertinos, de experiencia lírica larga y contrastada, que saben degustar los buenos versos cargados de luz y tiniebla al mismo tiempo, versos tamizados por un hipnótico entusiasmo que hacen de la materia tratada (un realismo sucio, tintado a la vez de un extemporáneo malditismo) sustancia celeste, dulce e ingrávida. La poesía de Tulsa, como en su día la de Neruda (otro vate chileno grande, inmenso como él) está poseída de un raro magnetismo que electriza e ilumina todo lo que toca: «Mi corazón es una casa de muñecas/ y la habéis destrozado…/ Mi corazón es un palacio humillado,/ el palacio del último zar» (pág. 35). A caballo entre el límpido estilo burbujeante del maestro novísimo Pere Gimferrer y el aliento soez del mejor realismo sucio escrito por Charles Bukowski en su momento, la poesía tersa y simbólica de Luis Tulsa está llena de espumas doradas de cerveza y añiles atmósferas de antros que supuran la desolación, el agrio malditismo de un poeta que juega a las cartas con la noche en la fermentación de los prostíbulos y, luego, amanece inmerso en pasadizos mágicos y delicuescentes, pudorosos, que conducen a la consumación esplendorosa de un encuentro carnal en camas de arco iris: «Es noviembre,/ el mes que aman los muertos,/ el mes en que amamos los muertos y yo…/ Aquí trabaja mi piba: es teleoperadora/ y su dulcísima voz/ va navegando por el éter» (pág. 138). Lo mejor de Luis Tulsa en este libro portentoso, como ya sucedía en sus dos anteriores -‘Las pesadillas de un artista del siglo XXI’( 2017), y ‘Las desventuras de un dandy enamorado’ (2021)- es esa insólita y cálida fusión entre lo soez grotesco y lo sublime, conseguir que los sapos cultiven margaritas y los ciervos desfilen con facóqueros pulgosos por la orilla fangosa de un lago maloliente. El poeta chileno sabe dibujar con exquisita y sabrosa precisión los erráticos márgenes de una vida perdularia, los baretos pringosos, llenos de mugre y humo, junto a las más elegantes pasarelas hervidas de damas románticas y bufones instalados en la estancia de un intemporal palacio donde bulle el sagrado rumor de la poesía: «Los poetas comen amapolas negras…/ La muerte es un maestro venido del verano» (pág. 87). Versos tan luminosos y tan cargados de un simbolismo estético, imantados por un halo mágico que viene de Rimbaud, es lo que convierte a Luis Tulsa en un poeta equiparable por su calidad de vaporoso orfebre, de mago de la palabra esbelta, diamantina, al maestro inefable Pere Gimferrer en su época joven, cuando escribió varios poemarios (‘Arde el mar’, ‘La muerte en Beverly Hill’ o ‘Extraña fruta y otros poemas’) que han pasado a la historia de la mejor poesía española de todos los tiempos. Luis Tulsa dispara versos intemporales con su «revolver de amor», como en su día hiciera el poeta jovencísimo nacido en Canarias Félix Francisco Casanova, el Jim Morrison español, que murió, por desgracia, a los 19 años dejando poemas de una belleza insoslayable. A un poema de Félix Francisco Casanova, titulado «Eres un buen momento para morirme», pertenece ese fragmento de verso «Revolver de amor» que se ajusta muy bien a la poética de Luis Tulsa: un poeta que, a veces, dispara balas sucias, de barro o de fango, para dibujar escenas de atmósfera gris y espacios cochambrosos, para luego elevarse con disparos de oro místico utilizando balas que dibujan, como azules metáforas, espacios prodigiosos de un intenso lirismo imposible de imitar.
‘Andanzas por el cielo y el infierno’.
Autor: Luis Tulsa.
Editorial: Huerga y Fierro. Madrid, 2025.
Suscríbete para seguir leyendo
- Propuestas para perderse en la lectura
- ¿Quiénes fueron los culpables de todos los desmanes?
- ¿Conocen en los colegios a Franco?
- La lingüística en tiempo de los árabes
- El desconocido escritor Niceto Alcalá-Zamora
- El legado de ‘Cien años de soledad’
- Tras el lenguaje de Ludwig Wittgenstein
- Juan Valera, un legado vivo, vívido y vivido