ENTREVISTA | Emilia Lanzas Periodista y crítica literaria
Emilia Lanzas

La periodista Emilia Lanzas acaba de editar el libro de relatos ‘Anatomía del desastre’. | FRANCISCO BLANCO
Emilia Lanzas (Corcoya, Sevilla, 1959) es periodista y crítica literaria. Autora de los libros de relatos, ‘El síndrome del pez’ (2012) y recientemente, ‘Anatomía del desastre’ (2024). Dirige la publicación digital zasmadrid.com. Ha sido galardonada en los certámenes Filando cuentos, Día de la Mujer Trabajadora y La lectora impaciente.
¿Estamos rodeados de tanto desastre que es necesario dedicarle un libro?
Aunque uno de los cuentos que lo componen, Anatomía del desastre’, dé título a todo el libro y esa circunstancia impregne, de alguna manera, la totalidad de los relatos, el desastre al que yo aludo es tanto personal como político, individual como colectivo. El desastre que permea en las páginas del libro conlleva el espíritu de la transformación. No es un desastre victimista. Como indico en la cita de Michael Löwy, hablando de Walter Benjamin, el pesimismo que se transmite en algunos de los cuentos —porque también los hay lúdicos e ilusionantes— no pretende ser fatalista, sino combativo. Seguro que cualquiera de nosotros podría elaborar una larga lista de realidades que le disgustan, de circunstancias desastrosas, pero eso no implica que se resignen. En conclusión, apelo, usando las palabras de Pierre Naville, a un pesimismo activo y organizado.
¿El malestar abunda y como narradora necesita levantar acta de la sociedad presente?
Levantar acta es una expresión demasiado legalista, implica una consistencia oficial que yo no me atribuyo en absoluto. Escribo lo que siento y deseo. Lo que sueño y percibo. Vivo en las sombras, dudo y temo. Soy una persona que escribe: no tengo otro poder, ni lo pretendo. Por eso, quisiera en este caso, utilizar un párrafo del prólogo de ‘Anatomía del desastre’, escrito por el filósofo Ignacio Castro Rey: «querría extraer de este libro la ilusión de no hacer nada a medias, a semejanza de los animales. Forjando el imperativo de una alta indefinición, buscar una psicosis de alto rendimiento. Ordenar la niebla de la indiferencia, darle una utilidad, un signo. Usar la ambigüedad para hallar un rostro donde no lo había. Lo peor de este mundo es el desapego, la tibieza. Peor que las matanzas es el automatismo con el que se ejecutan, mezclando el entretenimiento con una ansiosa banalidad de bien y mal». Por otro lado, pienso que se venden demasiados libros banales, meros entretenimientos que en lugar de aprender con ellos, los lectores se vacían. Frente a estos, existen los libros que nos forman (no hablo de autoayuda o de autoconocimiento, y ni mucho menos de adoctrinamiento), los que contribuyen a la condición humana, los que nos ayudan a conocernos y a entender. Esos son los libros que a mí me gusta leer, y que yo pretendo escribir. Que lo consiga o no, es otra cuestión.
¿Su denuncia de la sociedad del malestar es fruto de una tremenda insatisfacción?
La insatisfacción es un estado emocional que proviene de una mala valoración de uno mismo, del dolor que nos producen unas expectativas no cumplidas, y supongo que un montón de criterios psicológicos más. Aunque, evidentemente me he sentido insatisfecha en demasiadas ocasiones, no es ese, en absoluto, el sentido profundo de mi libro. ‘Anatomía del desastre’ es una denuncia, sí, pero expresa una delación que pertenece a todos. No es mi rabieta, es un manifiesto comunitario. Y ahora, me gustaría utilizar las palabras del escritor, Javier Sáez de Ibarra, que en la revista ‘Zenda’ escribió una reseña del libro, en donde indica que mi literatura invoca «... rebeldía, negarse al ordenamiento, hacer lo contrario de lo que esperan de uno...».
El cuento que da título al conjunto, ‘Anatomía del desastre’, ¿sintetiza cuanto venimos comentando?
Este cuento es una enumeración de titulares periodísticos, reales e inventados, que hace inventario de cuánta maldad habita en el ser humano, de qué desproporción de devastación y adversidades rodean nuestra existencia. Quise escribirlo así, de forma contundente, con una prosa concisa, clara, con palabras clave que golpeen por su propia desnudez.
Cierto lirismo transita en sus textos, ¿pretende una visión poética a una extraña forma de vida?
La vida ya es en sí sumamente extraña, ¿no? El libro posee cuentos muy dispares. Algunos proceden de mi experiencia, de una autoficción poetizada. Otros están escritos con numerosas imágenes, metáforas, antítesis, símiles, anáforas... recursos, a priori, poéticos. Para mí la poesía es omnipotente, es el lenguaje de lo inexpresable, de lo inefable, de lo profundo, de lo que esencialmente somos. La poesía lo impregna todo y, como manifestó René Crevel, incluye un espíritu de revuelta. Según se desprende de sus cuentos, ¿debemos reflexionar acerca de la identidad o del papel que jugamos en esta vida? La función de la literatura es la búsqueda de nuestra propia identidad. «¿Quién soy yo?», esta es la pregunta que inicia Nadja. Buscamos en los libros aquello que nos ayude a conocernos. El mundo ficcional es un medio para encontrarse, para crear la memoria personal y colectiva, para dar testimonio de la pertenencia y de la ausencia. Pienso que en la sociedad actual se pretenden personas homogeneizadas, de pensamiento único, sin espacio para la reflexión propia; se penaliza la diferencia. Todos debemos tener la misma existencia, idénticos objetos, iguales opiniones. No te puedes salir del discurso establecido, de lo políticamente correcto (y aquí incluyo la cultura de la cancelación).
Parece estar frente al mundo, ¿es así?
Sí, estoy frente al mundo. Todos estamos frente al mundo.
Sus relatos se mueven entre lo simbólico, lo poético, la reflexión, ¿está de acuerdo?
Sí, muy atinada tu apreciación. También hay mucha autoficción; hay cuentos marcadamente irónicos, mucha metaliteratura, en donde reflexiono sobre la escritura, a la vez que creo historias en donde los propios escritores son personajes (entre ellos, a algunos que he tenido el placer de conocer: Medardo Fraile, Ana María Matute, José Hierro..., y otros a los que admiro: Emily Dickinson, Rilke...); también hay relatos oníricos, en ellos las historias son transcripciones de sueños, y otros están bajo el hechizo de la escritura automática, tal y como me enseñó Eugenio Castro, miembro, tristemente fallecido, del Grupo Surrealista de Madrid. En cuanto a esta singularidad de la escritura automática, quisiera dejar constancia de lo que dice Michel Carrouges en ‘André Breton y los datos fundamentales del surrealismo’, la escritura automática es «una especie de oleaje verbal, impulsado por no se sabe qué potencias interiores o qué fuerzas motrices, y esto sólo ya le confiere un significado».
¿La literatura debe convertirse en un arma para sacudir conciencias?
Con mi literatura no pretendo despertar la conciencia de nadie, en todo caso, la inconsciencia que habita en nosotros. La imaginación puede ser más poderosa que la racionalidad utilitarista que nos invade, puede ser un buen acicate para sustentar nuestra cotidianeidad. Aunque es bien cierto que intento narrar bajo la iniciativa del inconsciente, no puedo dejar la conciencia encerrada en un cajón. Es ella la que me permite transcribir mis historias. Tal y como la conciencia está en los sueños y la inconsciencia en la vigilia.
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