POESÍA

Las calles de cristal

‘Como la espuma sucia’, el nuevo poemario de Ana Burgos en Hiperión

Ana Vega Burgos. | CÓRDOBA

Ana Vega Burgos. | CÓRDOBA

Alejandro López Andrada

Alejandro López Andrada

Córdoba

Transitar sin nostalgia por las esquinas del pasado, redescubriendo el yo que antaño fuimos, devolviendo la luz a los instantes impudorosos, luminosos también, que hemos dejado atrás es lo que nos dibuja en este libro, ‘Como la espuma sucia’, Ana Vega Burgos, una escritora intrépida y versátil, seductora y elástica, en todo lo que escribe. Todo eso es lo que demuestra en esta obra con la que obtuvo el Premio Internacional de Poesía Antonio Machado, y conecta de raíz con el tono y el timbre urbano, nada ecléctico, de aquella poesía que en la década de los 80 denominaron «La nueva sentimentalidad». Autora de cuentos, novelas y poemarios, Ana Vega Burgos (Villafranca de Córdoba, 1965) ha nebulizado el tiempo y sus rasguños aquí, en este libro de versos centelleantes: un manojo de hermosas experiencias juveniles que, aunque no están horneadas de nostalgia ni melancolía, dejan sobre el corazón de quien las lee un pudoroso y romántico temblor a caballo entre lo elegíaco y lo inefable: «Bajo la niebla espesa de tu cielo plomizo/ crecimos, estiramos los sueños hacia arriba» (pág. 14). En esa sutil y amable valentía de estirar los sueños «hacia arriba», siempre en la verticalidad, huyendo de la prosaica horizontalidad, se asienta un poemario ceñido a la memoria, nunca nostalgia, de una edad que destella por su aroma libertario, de inocente locura, de felicidad inconsciente, donde, como dice la autora en uno de sus versos, «Viajábamos al cielo en un coche amarillo». Destella esa imagen de la adolescente subida en un coche de tope con un chico, bajo el cielo fosforescente y seductor de una noche estival en un barrio cordobés, que podría ser también sevillano o granadino, lo mismo da, con las fichas en una mano o en el fiero bolsillo del ceñido pantalón, para hacer y tejer un delicioso viaje aromado por las canciones de Rosendo, Los Chichos o Alaska y Dinarama.

Una de las cualidades mejores de este libro es que nos traslada a un tiempo y un espacio que, aun habiéndolo vivido de otro modo, acabamos sintiendo como si fuese el nuestro. Hay versos que centellean electrizantes surcando las bóvedas de nuestro corazón: «Pasa a mi lado el autobús. Me roza / el viento que levanta en su camino... / Sobre los charcos turbios, un arcoíris / de aceite me sonríe por un instante» (pág. 33). Son esas imágenes cálidas, rotundas, crujientes como un hojaldre de turrón dentro de la memoria lo que hace de este libro una obra poética de suave aliento urbano. Y aunque no hayas vivido en la ciudad tu adolescencia ni tu juventud, los sentimientos que expresa la poeta en puñados de imágenes de gran plasticidad, como la que hemos citado poco antes, convierten a este libro en un vehículo de amor inocente y feliz que nos lleva hacia el final de un camino lejano y perdido en la memoria, en las viejas esquinas de la adolescencia, cuando todo en la vida aún estaba por hacer: «Me recuerda que todo nos parecía posible, / pero nada lo ha sido; solo los pies cansados (pág. 34). Desilusión, cierto desencanto, quizá decepción, pero no melancolía, ni tampoco nostalgia por los años que pasaron por aquella inocencia que el tiempo destruyó. En muchos momentos del libro, uno presiente que, al mirar hacia atrás, está hollando los recodos de un lejano camino que antaño transitó leyendo versos parecidos a estos de una autora también cordobesa como Ana, la añorada poeta Inmaculada Mengíbar, que escribió lo que sigue: «Después de este silencio, / qué nos queda. / Me conmueve mi propia soledad mientras leo. / ¿Así que / ésta era la historia de mi vida? / Me recuesto y te miro / envejecer sin mí». El lirismo desnudo y urbano, intemporal, conecta dos tiempos, los ochenta y los dos mil, en el plano poético con naturalidad. Así, en este libro dividido en tres estancias que armonizan y se complementan sin fisuras («Principio», «Realidad» y «Consumación»), hallamos un temblor de íntimo lirismo que nos lleva a otra edad, mitad de los ochenta, y nos hace evocar poemas de Teresa Gómez, Luis García Montero, Inmaculada Mengíbar o Ángeles Mora. Ahí, en esa órbita, ese rastro vertical de urbano lirismo pegado al sueño del asfalto y las noches de cuero mezclado con licor y cenizas de luna transita la poesía de este libro sencillo en su calidez poética que devuelve al lector a una época feliz de juegos amorosos y besos clandestinos, cuando «la noche está de gatos y de cervezas» y las adolescentes vuelven con resaca por las calles vacías, tristes, que espejean como si fueran de nieve o de cristal.

‘Como la espuma sucia’.

Autor: Ana Vega Burgos.

Editorial: Hiperión. Madrid, 2024.

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