LAS GUARDAS
Incultura

El malestar de la cultura, de Sigmund Freud. / Córdoba
Leo El malestar de la cultura, de Sigmund Freud. Acudo al libro de nuevo, obra que tiene casi todas las páginas dobladas y señales de lápiz en múltiples párrafos. Llevo meses con una idea en la cabeza y acudí al libro pensando que podía aclararme algunas dudas, pero no lo hace, no lo hace.
Sigo con la idea rondando. No sé qué pensarán ustedes, pero la vida cultural de hace unos años nada tiene que ver con la vida cultural actual. Existe ahora un pasotismo generalizado que solo alimenta el «yo». Interesan las reseñas si hablan de uno, se acude a actos culturales para repartir los libros propios o, en su defecto, para tomar emails y teléfonos de aquellos que podrán hacer reseñas de nuestros propios libros, sin importarnos lo más mínimo el resultado de dicho acto en sí. Tal vez, a estas alturas de la columna, ya comiencen los lectores a decir que no están de acuerdo con estas ideas, y que en la mayoría de los casos se acude a los actos culturales, para vivirlos, para estar con el autor y alimentarse de su obra. Falso. Se acude en «yo», e incluso se reseña ese acto para darse entrada en ese círculo del «hoy por ti y mañana por mí». Simplemente.
Después de las intervenciones que he recibido, procuro desvincularme de los actos, pero a alguno que otro he acudido. Nunca voy solo, siempre me acompaña algún conocido ajeno a este falso mundo. Antes del acto, en un café previo, comento los segundos que tardará fulanito o menganito en comentar lo que todos sabemos, lo que he descrito anteriormente. Y no falla, no falla. A veces no da tiempo ni al mero estrechamiento de manos. Escribe Freud: «El aislamiento voluntario, el alejamiento de los demás, es el método de protección más inmediato contra el sufrimiento susceptible de originarse en las relaciones humanas». Y prosigue el autor: «Contra el temible mundo exterior solo puede uno defenderse mediante una forma cualquiera del alejamiento si pretende solucionar este problema únicamente para sí». Y recuerdo ese aforismo de Cioran: «Si las cosas marchasen cada vez mejor, los ancianos, furiosos por no poder aprovecharse de ello, morirían de despecho. Afortunadamente, el rumbo tomado por la historia desde sus comienzos les tranquiliza, permitiéndoles dejar este mundo sin el menor rastro de envidia».
Suscríbete para seguir leyendo