Las guardas
Supersubmarina
Hay un proverbio turco que dice: «Cuando un payaso se muda a un palacio no se convierte en rey. El palacio se convierte en un circo». El texto aparecía en el azucarillo del café que me tomaba. Lo leí y comencé a buscar similitudes con otros proverbios que, tal vez, no haya escrito nadie. Uno intenta buscar la luz entre tantas tinieblas, y no siempre la encuentra. Es tan densa la niebla que hasta nos confunde. Por eso, siempre hay algo que sirve como luz. Siempre debe ser así. La lluvia en Madrid es esa especie de gota permanente que cala, pero no moja. Enfría el ambiente hasta límites insospechados y nos hace refugiarnos en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Es una maravilla. En cada visita uno descubre más grandezas, creo que su inmensidad es infinita, enorme. Hay varias exposiciones. La de Gabriele Münter (1877-1962) que reza como «la gran pintora expresionista». Münter fue una de las fundadoras de ‘El Jinete Azul’ (‘Der Blaue Reiter’), el legendario grupo de artistas expresionistas con sede en Múnich. También se encuentra la exposición del pintor Peter Halley (Nueva York, 1953) que recorre toda la carrera del artista, desde 1985 hasta 2024. Una selección de 20 pinturas que ha sido realizada por el propio artista. No me gusta Halley. No logro encontrar su lenguaje, su comunicación, aunque admiro su universo, su color y su composición. Tal vez ahí esté su lenguaje, eso que sirve como luz.
Ya de regreso leo de nuevo el libro de Fernando Navarro ‘Algo que sirva como luz’ (Aguilar, 2024). Nunca he dejado de leerlo. Una historia conmovedora, necesaria, imprescindible. El éxito y la tragedia unidos en un volumen al que se debe acudir cuando se piensa más de la cuenta, y todos pensamos más de la cuenta muchas veces. Podía ser el grupo de mayor proyección en las últimas décadas, y un día de agosto de 2016, todo se truncó, se esfumó. Supersubmarina era todo, y ahora es tan solo la música que nos dejó, que no es poco. Su historia es inspiradora y nos sirve para situarnos en la tierra, tocarla, acariciarla, mancharnos las manos y oler todo lo que se nos ha dado, dar gracias por vivir, y por estar vivo. No hay mayor guía luminosa que la propia vida, que la propia esencia, que el propio destino. Y desde luego, nunca debemos olvidar que, para morir, solo hay que estar vivo.
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