Ventanas
Las ermitas
Desde mi terraza, y a través del cristal, veo las ermitas. Pequeñas, casi escondidas entre árboles y matorrales. Las ermitas de Córdoba. Un lugar elegido hace tiempo por los hombres que sintieron la llamada de Dios. Sin congregación, ni hábito, ni regla ni prior. Cada monje hacía por su cuenta su casita y allí se establecía. Un espacio que fue ocupado poco a poco por monjes aislados que, a falta de otra Orden, se acogían libremente a la regla de San Benito.
Una ermita, otra ermita, otra ermita. Trece celdas. Sin parroquia, sin director espiritual ni bienes materiales. Los ermitaños sobrevivían con las limosnas, su huerta, si la podían cultivar, y algún trabajo. Cordobeses y cordobesas se acostumbraron a ver y a visitar Las ermitas, un lugar consagrado ya por las vocaciones y el respeto. Ahora las regentan los carmelitas descalzos.
Hoy, desde mi casa miro la sierra y veo las ermitas, casitas blancas que ahora parecen unidas como formando una aldea, no en la falda, en la parte más alta de la sierra. Y, cuando cordobeses y turistas suben a las ermitas, miran con admiración, curiosidad y respeto las casitas de la sierra y algún monje.
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