POESÍA
¿Qué niña ha florecido alguna vez?
La editorial Visor recupera la ‘Poesía completa’ de la poeta norteamericana Sylvia Plath
La editorial Visor lleva ya algunos meses publicando una nueva colección de poesías completas de diversos autores, llamada ‘Atentado celeste’, en la que han aparecido hasta ahora las ‘Poesías Completas’ de la Premio Nobel polaca Wislawa Szymborska, de Luis Cernuda, de César Vallejo y de Sylvia Plath, la más reciente, la que aquí comentamos. Visor consolida aun más su prestigio al ofrecer tanto obra completa de autores esenciales como diseño hermoso y bella factura de los libros. A su vez, no se me ocurre traductor más adecuado para la arriesgada obra de Plath que la joven poeta sevillana Victoria León, que ya ha dado sobradas pruebas de su arte de traducir; también en Visor, por ejemplo, está su traducción de los poemas de Mary Shelley. Igual que el gran Dylan Thomas se alejó del gran Auden desde el principio y halló su camino en la poesía alucinada y estremecedora que hizo suya, también Sylvia Plath, a quien se suele relacionar con los poetas confesionales Robert Lowell o Anne Sexton, trasciende el confesionalismo gracias a la fuerza de sus imágenes, a la fuerza de su particular y encantadora imaginación y su violencia visionaria. Pero empecemos por el principio: Sylvia Plath nació en 1932 en Boston. Su padre murió cuando ella tenía ocho años solamente. Creció con una madre viuda y con su hermano. Escritora precoz, ganó premios literarios a una edad temprana. Estudió, como Emily Dickinson, en una institución solo para mujeres, en el Smith College (Massachusetts). Llega a Inglaterra para estudiar en Cambridge con una de las famosas becas Fullbright. Es en esta Universidad donde conoce al poeta inglés Ted Hugues, quien pronto sería su marido (y sobre el cual, creemos que injustamente, recayó la leyenda negra, que sostuvieron muchas feministas de su tiempo, de haber sido el responsable último de la muerte voluntaria de Plath). Regresa la joven poeta a Estados Unidos en 1957 y en 1960 aparece ‘El coloso’. Pero vuelve a Inglaterra, donde ve la luz su obra maestra, ‘Ariel’, en 1962; donde también aparece su novela autobiográfica ‘La campana de cristal’. Puso fin a su vida en Londres, en 1963.
«...por las venas de la poesía de Plath corren el embrujo, la desesperación, la fuerza extrema y la extrema debilidad»
Ted Hugues hizo una primera compilación de sus poemas que mereció el Premio Pulitzer, póstumo, en 1981. Es esta la edición que sigue Visor, la de los ‘Collected Poems’ de Sylvia Plath (Faber y Faber, Londres, 1981). Ahí se recogen todos los poemas de Plath, 244 poemas en concreto, que fue publicando la autora a partir de 1956. Así, los poemas se ordenan según el año de escritura, arrancando, como decimos, en 1956, para llegar hasta 1963. Pero, además, se incluye en este imprescindible volumen buena parte de la juvenilia de su autora, esos poemas primerizos que ya nacen hechos, espléndidamente hechos, como «Cenicienta»: «mientras gira todo el alto y cristalino salón del palacio,/ donde los invitados se deslizan hacia la luz como el vino;/ (...) y doradas parejas en trance giratorio/ continúan la fiesta que comenzó hace tanto/ hasta que, cerca de las doce, la extraña muchacha, de repente,/ se detiene afligida por la culpa, palidece y se aferra al príncipe,/ al tiempo que en medio de la música frenética y la charla del cóctel/ oye el cáustico tictac de los relojes». La poeta misma se identifica con esa Cenicienta, débil y dependiente, aferrada a su príncipe mientras la vida pasa. Pues bien, esto era. Contra esto se rebela la poeta norteamericana. En esto consiste el particular confesionalismo de Sylvia Plath, su concepción del poema autobiográfico mediante símbolos (Cenicienta, las abejas, etc...) y mediante poderosas imágenes que la distancian de un mero realismo confesional. Es decir, la imaginación es lo primero que se advierte en nuestra autora, pero no es una imaginación surrealista, sino simbólica y unida a ese punto de vista autobiográfico. Sylvia Plath escribe, generalmente, como si fuera un lisérgico y onírico Wallace Stevens; un Stevens drogado por la extrema belleza de lo que tiene que decir y la fuerza de cómo lo dice. Por ejemplo, de julio de 1961 es un poema titulado «La rival»: «Si la luna sonriera, se parecería a ti./ Das la impresión/ de un objeto hermoso, pero destructivo./ Las dos sois grandes prestatarias de luz./ Su boca en forma de O muestra su aflicción ante el mundo (...)/ y tu don primordial es transformarlo en piedra todo». Esta rival, simbolizada por la luna, es cualquier otra forma de escribir poesía distinta a la suya, a la que era propia de Plath; por ejemplo, la poesía mallarmeana, que parte de Góngora y llega hasta Valéry, modelo por antonomasia de una poesía honda, pero fría, que actúa como un Midas equivocado cuyo don es transformarlo en piedra todo. Plath siempre se negó a que sus poemas acabaran siendo piedra muerta, como su rival la luna. Porque por las venas de la poesía de Plath corren el embrujo, la desesperación, la fuerza extrema y la extrema debilidad. Corre, en definitiva, por esta obra el soplo violento del Logos, que no quiere quedar encerrado en la piedra del poema, sino gritar y vivir. Sylvia Plath tuvo el espíritu ante todo, o el espíritu la tuvo a ella. Sea como fuere, he aquí su obra, para decirnos que sí, que las niñas florecen en el Verbo y que, como en Claudio Rodríguez, «esto es un don». Enhorabuena a la editorial y a la traductora por abrir la puerta de un reino personal y alucinado como pocos.
‘Poesía completa’.
Autora: Sylvia Plath.
Editorial: Visor. Madrid, 2024.
LOS ESCRITOS LITERARIOS
Hay varias formas de traducir poesía. La primera podría ser la traducción literal, que nos dice todo lo que dice el poema, pero sin el poema. Otra sería la de traducir con rima, mejor si es asonante que consonante, pues traducir con rima consonante es bombardear el oído del lector, más si la traducción es extensa, de una obra completa. Y una tercera forma de traducir sería la que tiene en cuenta, con respeto estético, el oído del lector y trabaja la lengua de llegada de tal modo, con tal arte, que el poema parece casi escrito en español. Sugiero aquí que el trabajo en la lengua de llegada es más arduo que conocer la lengua original. Por supuesto que hay que conocer ambas, pero el traductor con quien trabaja en realidad es con la lengua de llegada. Y Victoria León da muestras de conocer espléndidamente el inglés y también los mejores recursos que la lengua de llegada puede poner a su disposición. Así, su magistral traducción de esta ‘Poesía completa’ de Sylvia Plath nos hace caer en la impresión primera de que en numerosos poemas se han utilizado versículos. Y, sin embargo, esos versículos suenan muy bien (en absoluto son prosa cortada, como diría el maestro Antonio Colinas). ¿Y por qué suenan bien los versos traducidos? Porque bajo la apariencia del versículo hay un fino oído rítmico que integra dichos versículos, que los forma incluyendo un endecasílabo más un heptasílabo o, por poner otro ejemplo, tres heptasílabos seguidos o incluso dos endecasílabos cuando es necesario, como leemos en la página 31: «pero ni uno de aquellos petimetres logró estar a la altura de su cetro». Victoria León sí está a la altura de la gran tradición lírica anglosajona, a la altura del cetro de Plath. Ah, y no olvidemos añadir que, como aquí se demuestra, toda gran poesía se puede traducir; lo que se pierde en la traducción no es tan importante como lo mucho que se gana si el poema es grande. También eso ocurre aquí.
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