Las Guardas

De cultura

Freud.

Freud. / FRANCISCO GARCÍA PÉREZ

Resulta curioso comprobar que hay anuncios en los medios de comunicación sobre nuestros «derechos culturales». Como si no conociéramos que existen desde nuestro nacimiento. Y ahora que envejecemos nos lo recuerdan para dar más énfasis al hecho. Nuestro ministro de incultura aparece de vez en cuando con imbecilidades o categorías hiperbólicas. Uno, realmente, se plantea en estos años si hemos hecho algo para merecer tanta ignorancia, tanta falta de respeto, y tanta indocumentación.

Hasta Movistar, para que no falte nadie, nos dice que «El acceso a la Cultura es un derecho de todos», o que «La Cultura inclusiva es un derecho», o que están muy «Comprometidos con los derechos culturales». Y hasta culminan su ‘mailing’ con «Los espacios culturales deben erigirse en los grandes vertebradores de la cohesión social de sus territorios, implementando las medidas de accesibilidad para que todas las personas disfruten de sus actividades y programaciones. Y...» bla, bla, bla. En definitiva, que somos gilipollas, ¿o lo son ellos?

Nos preguntamos aquello que ya escribió Freud en su obra ‘El malestar en la cultura’: «¿Por qué camino habrán llegado tantos hombres a esta extraña actitud de hostilidad contra la cultura?». Y Freud, en el mismo libro, nos aclara: «Así, reconocemos el elevado nivel cultural de un país cuando comprobamos que en él se realiza con perfección y eficacia cuanto atañe a la explotación de la tierra por el hombre y a la protección de éste contra las fuerzas elementales; es decir, en dos palabras: cuando todo está dispuesto para su mayor utilidad». ¿Se les viene algo a la cabeza? Piensen por favor. No todo el mundo es ministro de incultura.

«Si a una cultura desordenada, dotada sólo de la mínima cohesión imprescindible para su mera, insegura existencia, se la incita de repente a realizar tareas con un límite de tiempo y, por lo mismo, necesariamente enérgicas, a desarrollarse, a hablar, lo único que se obtiene es una respuesta amarga en la que se mezclan el orgullo por lo conseguido, que sólo puede soportarse recurriendo a todas las fuerzas no ejercitadas, una pequeña mirada retrospectiva al saber, que huye sorprendido y que es de una movilidad especialmente ligera porque era más barruntado que asentado, y, finalmente, el odio y la admiración del entorno». Kafka (‘Diarios’).

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