ENTREVISTA | Mª Fernanda Ampuero Escritora
Mª Fernanda Ampuero

La escritora María Fernanda Ampuero. | EDU LEÓN
María Fernanda Ampuero nació en Guayaquil, Ecuador, en 1976 y estudió literatura. Colabora con numerosos medios internacionales y ha publicado dos libros de crónicas, ‘Lo que aprendí en la peluquería’ (2011) y ‘Permiso de residencia’ (2013). En 2016 ganó el premio Cosecha Eñe de relato. ‘Pelea de gallos’ (2018), su primer libro de cuentos, le ha situado como una de las voces más importantes de la literatura latinoamericana actual. Ha sido traducida a distintos idiomas. En Páginas de Espuma ha publicado, además de ‘Pelea de gallos’, ‘Sacrificios humanos’ (2021) y más recientemente ha aparecido ‘Visceral’ (2024). De esta narradora se ha dicho: «Las imágenes de Ampuero crean un estado de malestar que, por acumulación, podría dejar de oírse; sin embargo, el cúmulo de devastaciones, narradas con espeluznante eficacia, llegan a provocar una respuesta ética en ese lector que no se tapa los ojos ante las violencias de capitalismo y patriarcado en sociedades cada día más vulnerables a la pobreza y el miedo» (Marta Sanz, ‘Babelia’, ‘El País’). Y, además, «sus personajes son mujeres rotas y violentadas, y hombres desesperados y hundidos. Monstruos todos. Monstruos sensibles que se friccionan, viven y matan impulsados por el poder incontestable de saberse, a la vez, víctimas y verdugos» (Antonio Ortuño, ‘Tales’).
¿La muerte es un tema que, desde un punto de vista narrativo, impacta y conmueve al lector?
La muerte es el tema narrativo por excelencia. La vida y la muerte, su contracara. La certeza de que todos vamos a morir, pero no sabemos cuándo, hace que nuestro paso por el mundo tenga esa torpeza y esa magia y ese egoísmo y esa desesperada búsqueda de inmortalidad(es).
¿La realidad es materia narrativa siempre o tal vez debamos echarle imaginación?
No es posible narrativa sin realidad. Hasta la más demencial criatura de la ciencia ficción tiene algo que nos permita imaginarla: gelatinosa, transparente, reptiliana. La realidad es lo único que permite la imaginación.
¿Se siente provocadora con su literatura?
No lo sé. Depende de cómo entendamos el término provocadora. Si ser provocadora es estar en los márgenes y defender ese lugar de enunciación marginal, entonces sí, porque hasta ahora la literatura se movía en los centros (hombre, heterosexual, blanco, occidental u occidentalizado, con mente colonizada y colonizadora, privilegiado a nivel económico y social, etcétera) y todo lo que quedaba fuera de eso era considerado provocador porque no era ‘la norma’. Claramente yo no soy normativa ni mi literatura lo es (por fortuna). Si eso es provocador, pues, lo agradezco. Ahora, si provocadora es alguien que busca una respuesta basada en el amarillismo y el sensacionalismo y que se quede ahí, entonces no.
¿Sus personajes femeninos y masculinos se califican como víctimas y verdugos?
No. Y si alguien lo hiciera es porque o no me ha leído o me ha leído mal.
¿Un buen cuento se acerca a una ética realista o a un ensayo profundo sobre la condición humana?
Un buen cuento es un artefacto narrativo que es verosímil, que conmueve, que no se puede dejar de leer de un tirón, que se queda en la memoria mucho más de lo que duran sus páginas. No creo que tenga que ver nada con la ética. Un buen cuento es un buen cuento porque mueve una emoción a pesar de ser sólo un fogonazo. Un buen cuento es un rayo.
¿Tras ‘Pelea de gallos’ (2018) y ‘Sacrificios humanos’ (2021) se hacía necesario una reflexión ensayística sobre algunos de esos temas que había convertido en literatura?
Necesario, creo, no es nada más que la paz. No creo que la literatura sea necesaria. Sí que paren de bombardear Palestina, sí que haya políticas migratorias que no permitan que mueran tantas personas intentando llegar a Europa o Estados Unidos. Lo que pasa es que, como yo no puedo dar mi vida por la paz o por los derechos humanos básicos, escribo.
¿Un libro como ‘Visceral’ (2024) se acerca más al concepto híbrido de la literatura?
‘Visceral’ es híbrido, sí. Responde un poco a esa idea contemporánea de literatura ‘queer’ en el sentido de tener un género (literario) fluido: no binario, una cosa y la otra también. Es poesía, periodismo, diario, narrativa, memoria, ensayo. Es todo eso y, a la vez, no es ninguna de esas cosas. Es un artefacto ‘queer’.
¿La furia y la réplica, el rencor y la ira nunca han sido identitarias de la mujer?
No y debería. Lo que pasa es que se nos enseña que la mujer sumisa, en el caso de las sociedades católicas la Virgen, es el ideal de mujer. Y cuando entra en juego la fe, las políticas patriarcales encuentran un campo fértil para el castigo autoimpuesto por la víctima. Se nos enseña a no buscar la libertad, sino la aceptación social. Eso, por ejemplo, nos convierte en cuerpos e identidades en constante revisión y censura. Creo que lo único que nos puede sacar de ese círculo vicioso es el feminismo.
¿Los textos que componen ‘Visceral’ son una revisión sobre la memoria?
También, pero, como decía, son mucho más que eso.
¿La madre sigue siendo ese núcleo esencial que vertebra todo el entorno familiar?
Ese es un tema importantísimo porque la madre es la gestante, pero también la que cría, la que nutre, la tierra, la Virgen María. El concepto de lo materno es bastante amplio y abarca muchas instituciones e ideologías incuestionables. Lo incuestionable se convierte rápidamente en dictatorial y fascista. Pensar en una madre como una dictadura, tanto para hijes como para madres, creo que ayuda a romper esas cadenas de perfección, devoción y perdón absolutos porque eso no existe.
Como ve una narradora el cuerpo femenino y sus connotaciones?
De la única forma en la que puedo verlo: mi cuerpo. Mi lugar de batalla y de enunciación es mi cuerpo.
La transgresión, la vulneración y la violación, ¿en ciertos países nunca se acaba con esta lacra y es necesario denunciarlo?
Ya no es solamente cuestión de denuncia. Creo que es cuestión de (re)pensarnos como sociedad y como individuos, quiero decir, como especie. No hay ningún país del mundo en el que no se vulneren los derechos de las mujeres, en los que no se cosifiquen sus cuerpos y exista un ordenamiento frente a sus deseos y libertades. Ninguno. La tasa de violencia contra la mujer cero no existe ni en los países nórdicos ni en Japón ni en ninguna sociedad que entendamos como avanzada en derechos civiles. Eso hay que pensarlo a nivel mundial porque echar balones fuera y considerar que los machistas son los países con desigualdad social es una forma más de racismo, colonialismo y xenofobia.
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