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POESÍA

Mirar entre las cosas

Con ‘Los hilos rotos’, Antonio Rivero Taravillo ganó el Premio Ciudad de Lucena Lara Cantizani

Antonio Rivero Taravillo. CÓRDOBA

'Los hilos rotos’ es el undécimo poemario de Antonio Rivero Taravillo (Melilla, 1963), con el que ha ganado por unanimidad el I Premio Nacional de Poesía Ciudad de Lucena Lara Cantizani. Apenas un año después de recoger seis libros de juventud en ‘Sextante’, y con la inminente aparición en la editorial Pre-Textos de ‘Luna sin rostro’, ve la luz esta obra, que se suma a una extensa e intensa nómina de otros diez libros de poesía, cuatro de aforismos, cuatro novelas, uno de cuentos, cuatro de viajes, diez ensayos, infinitas traducciones y numerosos prólogos y ediciones.

El volumen está compuesto por cuarenta y un poemas que forman un todo unitario y bien trabado, de distinta extensión y tono, aunque predominan los poemas más o menos breves, que le dan cierto aire epigramático al conjunto, oscilando entre el humor y la melancolía, entre la ironía y la emoción, entre el desengaño y el asombro ante la belleza imperfecta del mundo, entre el escepticismo y la celebración del instante. Todo con la inteligente aceptación de quien sabe que somos la reescritura de múltiples huellas.

Esta diferencia tonal confiere una peculiar musicalidad a un conjunto cuyas composiciones nacen de la capacidad de asombro de la inquieta y fértil mirada de quien descree de dogmas y de verdades, y se mueve entre las cosas con la precisión de un derviche, buscando esos pequeños detalles cotidianos que le sirven como trampolín para asomarse a una realidad que superior, sin olvidar enraizar los pies en el suelo.

Así, aparecen su pasión por la música («Piano») y por el silencio («Del silencio»); la infancia como paraíso perdido («En Navidad», «De niño», «Pantalones de pana» o «Mambrú»); los pequeños prodigios que traen a la memoria un tiempo pasado («Flama», sobre el calor del mediodía; «Balanza», donde la contemplación de unas viejas pesas le recuerda un mundo desaparecido; o «Saltamontes», en el cual el hecho de tocar la sierra de la pata de un saltamontes le hace sentir el desamparo de la infancia); la celebración del instante («En este instante» o «En la barra de un bar»); el vuelo eléctrico de unos murciélagos en el casco histórico de una ciudad de piedra («Los murciélagos»); la contemplación de «Un cuadro con flores» en una habitación de hotel; el recuerdo de la lluvia («Noche de lluvia», «Los chaparrones», «Bajo el árbol llovido», «La lengua transparente» o «Sirenas en la lluvia»); el humor y el ingenio («La menestra», en el que, al hilo del crujido del hielo, evoca el glaciar argentino Perito Moreno; o el divertimento «Torno»); un vuelo en avión («Clase turista»); una conferencia en México («Visita al colegio Madrid»); y, sobre todo, la contemplación celebrativa de la naturaleza plena o su versión urbana a través de parques y otros espacios verdes («Se estrena marzo», sobre la llegada de la primavera, o «El mirlo de las ocho de la tarde»); una tentativa frustrada de asomarse al «Museo de Bellas Artes»; un paseo «En el Alcázar»; la sensación de culpabilidad e, incluso, de una confesable vergüenza al ser atendido por un camarero al que no contrató en una entrevista de trabajo («Un camarero»); unas botas nuevas capaces de crear camino («Las botas nuevas»); un ficus enfermo que sirve de cobijo («Ficus»); una primera mascota que nunca se tuvo («Mi primera mascota»); o la indiferencia del calendario («Los días»).

Y todo ello con su característica exuberancia léxica, con la musicalidad de un cuidado verso blanco, con la precisión de una palabra mimada y pulida que, en ocasiones, deja algunos versos que parecen cincelados en piedra («Vivir es ensayar esa caída»), y con la plasticidad de unas imágenes que buscan la eficacia a través de la sugerencia y de la activación sutil del pensamiento, siendo muchas de ellas de raigambre surrealista y onírica (así, la lluvia es una «mecanografía frenética»; la tapa de un piano, un «labio negro boquiabierto de asombro»; o los labios, «la persiana de tu sonrisa»).

Celebremos, pues, la aparición un premio que nace con vocación de perpetuar el legado del poeta Lara Cantizani y de un libro que brota de la mirada inquieta de quien escudriña aquello que lo rodea, intuyendo las relaciones ocultas que subyacen entre las cosas, y que pretende despertar la conciencia del lector, para lo cual huye de los dogmas y de las respuestas e intenta manifestar las incógnitas que sostienen nuestra existencia.

‘Los hilos rotos’

Autor: Antonio Rivero Taravillo.

Editorial: Reino de Cordelia, 2022.

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