POESÍA

La luz del poema

‘Soñar con bicicletas’, el último libro de la poeta cordobesa Ángeles Mora

Ángeles Mora.

Ángeles Mora. / CÓRDOBA

Creo reconocer, en el último libro de Ángeles Mora, ‘Soñar con bicicletas’, un cambio en la manera de percibir el mundo. Ya desde el título, soñar, se lanza a otro espacio, otro ámbito en que las bicicletas, por la ciudad o el campo, incitan a la libertad y quizá también a la alegría de vivir. Pero a una alegría, no podemos obviarlo, que es sólo sueño, no realidad.

Las cuatro partes de que se compone nos van a ir dando más signos de los márgenes por los que la poeta discurre. El primer poema del libro, con que se inicia la primera parte, «Mi vida secreta», empieza: «Yo tenía, tenía...». Recuerda el comienzo de la película ‘Memorias de África’, cuando se escucha: «Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong...». Cruzamos una puerta, la de un espacio de pérdidas. Un largo lamento desde la intimidad, donde los sueños van a ser la pócima, el bálsamo secreto para vencer la negatividad. Soñando cruza las calles que la llevan al mercado, y ese trayecto es su misma vida. Ella y el sueño, aunque el regreso la lleve de nuevo al nido donde la realidad espera. El tiempo, «hoy era», incluye pasado y presente a la vez. El poema «Mi vestido de novia» nos conduce al principio o a un comienzo. Pero su vestido flotando en el agua es imagen de la muerte. Y el tiempo se adueña de los poemas. La poesía es la luz, la luz que la lleva al ‘carpe diem’. Vive el presente, la fórmula de Einstein en la pizarra, la vida escolar, la energía desde otro tópico literario, ‘tempus fugit’. Y aprende que vivir es volver al principio, el eterno retorno, convivir con algo que no vuelve nunca, pero que no se va del todo. El poema «El tren de la noche» es significativo: un momento fugaz, algo que cruza por un momento nuestra vida, pero que de nuevo escapa. Y en el siguiente poema incide de nuevo: «mañana es un enigma / quién sabe lo que esconde (...) Disfruta y atesora/ conciencia y voluntad».

En la segunda parte, «La luz del poema», recuerda y traza un homenaje a la poesía, a poetas, creadores, escritores y músicos. María Teresa León, Concha Méndez, María Zambrano y las poetas del 27, pero también Antonio Machado, Aleixandre y un músico, Chopin.

Un libro de poesía es siempre un misterio: «Intenté rasgar el velo/ que guarda el corazón de la poesía». Y la lectura poética de los otros se confunde con la propia: «Mis poemas abren pequeñas luces / que a mí sola me alumbran».ʼ Presente el tiempo, cuando dice que de Chopin se olvidará el nombre, pero nunca la música.

La tercera parte, titulada «Underworld», en español «Inframundo», palabra inglesa que remite a una serie de películas. Son pasajes, fotogramas donde rememora escenas de su vida. Y aparece el compañero, preludio de la cuarta parte: «yo comía en la palma de tu mano», imagen de entrega en poemas ‘flash’ que recogen momentos fugaces, como «Imágenes para una exposición», dedicado a los inmigrantes. Son poemas sociales y poemas ‘Pesadilla’, entrecruzados con recuerdos del compañero. En «Volver a empezar», título de otra película, vuelve a imperar el tiempo, la memoria, «deseos / que se van de aventura / al laberinto de los sueños, / que de pronto se encienden / igual que una canción / estremece el ayer».

«El largo adiós» es el título de la cuarta parte, en el recuerdo y el dolor del compañero Juan Carlos. «El corazón no duele, / me dijo el médico. / Y desde entonces / no sé lo que me duele / cuando tanto me duele». En «Mientras la ciudad duerme», fosforecen La Alhambra, Granada y Federico. «Sé que estás sola en esta noche / porque suena una música / que únicamente enciende / el tiempo que pasó. / Lo que no vuelve». Las huellas de J.C. en la casa, pero la autora no escucha a la muerte, la trata con desdén, por eso piensa más en su propia muerte que en la del compañero: «Cualquier día mi corazón / dejará de latir». Doloroso poema de amor al compañero muerto: «Todo al fin me lo diste. / Todo te lo llevaste: / la literatura, la vida».

En esta parte se inscribe también ‘Cinema Paradiso’, un poema de amor inspirado en la canción de José Alfredo Jiménez, pero escuchado quizá en la desgarradora voz de Chavela Vargas: «Cuántas luces dejaste encendidas, / yo no sé cómo voy a apagarlas». Ángeles dice: «Tantos lazos / cómo pueden borrarse.» «Cuántos rastros, señales / han quedado / día a día / noche a noche encendidas».

Poesía-vida, vida-poesía como fotogramas de película: ‘Cinema Paradise’. Porque de nuevo el cine, la imagen, el recuerdo. Alguien cortó la escena del adiós en la película de su vida, como esos cortes que se reproducían en los viejos cines.

Más huellas, más fotogramas: un billete de tren de su vida. Y preguntas al compañero: «¿Dónde me esperas?». Sus vidas han sido polvo enamorado, como en el poema de Francisco de Quevedo, «Amor constante más allá de la muerte». Ella escribe: «La luz de un sol seremos / volando juntos». Acaba con una especie de cancioncilla, «Crepúsculo»: «Yo contigo, tú en mi vuelo / heridos en tiempo herido» (¿recuerdan a Juan de la Cruz?

Y al final, ‘El largo adiós’, la posible última carta de enamorados. La despedida. «La última carta / casi no debería llegar nunca, (…) debe / atravesar la selva, / mojarse en los arroyos (...) venir desde muy lejos / en la bolsa cansada del cartero».

Bienvenido este hermoso y buen libro de amor. De amor a la poesía, a los sueños, al maestro, a la muerte, a la vida.

‘Soñar con bicicletas’

Autora: Ángeles Mora.

Editorial: Tusquets. Barcelona, 2022.

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