El tiempo regalado

Amanecer. / Shutterstock
Nos pasamos la vida esperando que se hagan realidad proyectos y sueños. Esperando una llamada de teléfono, un correo electrónico, que llegue el autobús, que nos toque la lotería, que nos concedan la hipoteca del piso, que lleguen las vacaciones. Las esperas en urgencias de un hospital, para entrar en un concierto, en un partido de fútbol, en el aeropuerto o en la estación del Ave, mientras esperamos el resultado de un examen o la entrega de un coche nuevo.
También hay un tiempo cotidiano que nos regalan y regalamos a diario, mientras arriba y abajo miramos el reloj cuando esperamos a alguien que no llega. La espera de Kevin Costner a Whitney Houston, cuando está intentando seducirla con su indiferencia en la película ‘El guardaespaldas’. O haciendo cola en Bombay, en la cola del agua o intentando coger un taxi, en esta ciudad es una cuestión de tiempo necesario.
En poesía la espera es importante. En poesía saber esperar a que llegue el poema. A que llegue la musa que no es otra cosa que ese momento de alta claridad cuando todo fluye. La poesía es esperar, esperar a que llegue el poema, y cuando la poesía llega siempre se queda, ese es su momento, esa es la señal, y no otra. Mientras tanto, reflexionamos el poema titulado «No volveré a ser joven» de Jaime Gil de Biedma: «Que la vida iba en serio/ uno lo empieza a comprender más tarde/ como todos los jóvenes, yo vine/ a llevarme la vida por delante». O el anhelante «Edad» de Pablo García Baena: «Si yo fuera mayor,/ lo cual parece casi imposible/ amaría los ríos limpios ante las arenas/ el arco de las truchas/ las ocas paseando una tras otra por la orilla». Esperamos por pura supervivencia o placer, como nos dice Andrea Köhler en ‘El tiempo regalado’, un ensayo sobre la espera.
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