ENTREVISTA | María Ángeles Pérez López Escritora

"En este viaje interior veo los rostros de mis padres ahora que envejecen"

Premio Nacional de la Crítica en 2022, la vallisoletana habla de su poemario 'Incendio mineral', un viaje interior de la profesora que no esperaba que llegara tan lejos

María Ángeles Pérez López.

María Ángeles Pérez López. / CÓRDOBA

María Ángeles Pérez López nació en Valladolid (1967) ejerce como profesora titular de la Universidad de Salamanca. Pero ser... es poeta, y poeta con mayúsculas. Por eso su último poemario, Incendio mineral (2021) ha sido premiado con el Premio Nacional de la Crítica, 2022.

¿Cómo fue el proceso creativo de este tan profundo poemario?

‘Incendio mineral’ necesitó varios años para encontrar su camino, el poema en prosa, que yo no había escrito antes y se me reveló como un espacio flexible y complejo en el que entraban de modo extenso cuestiones que el poema estaba demandándome. A partir de ahí, el libro va caminando cada vez con más velocidad, hasta empujarme a su final casi sin aliento. En el viaje interior que el libro supone, veo los rostros de mis padres (y sus apellidos) ahora que envejecen, aquello que más me conmociona del momento actual, lo que me atraviesa con fuerza (el feminismo, la alerta ecológica, una convicción anímica que me gustaría llamar futuro, la fascinación por lo material, la indagación en el propio lenguaje como motor de la sensibilidad, el pensamiento y la conciencia). Todo ello va atravesándose y las piedras me enseñan a mirar lo aparentemente igual a sí mismo (solo aparentemente igual, claro, porque la erosión todo lo conforma y a veces restablece). Cuando termino de escribir ‘Incendio mineral’, estoy exhausta y muy golpeada, pero creo haber dejado piel y huellas de un amor radical a esta extrañeza que llamamos vivir, estar viviendo. Y eso me basta, no necesito más. Después quienes leen el libro y reconocen en él su propio rostro me entregan una alegría que no imaginaba. Durante mucho tiempo creí que el libro solo sería legible para una parte muy cercana de mi entorno, no imaginé jamás que pudiera interesar en lecturas tan alejadas y diversas, y menos aún obtener el Premio Nacional de la Crítica. Esa intensidad me sobrepasa.

Tu libro es muy complejo, en él se busca el hondón del ser. ¿Estás de acuerdo con esta búsqueda?

Gracias por decirlo con esas palabras tan bellas, «el hondón del ser». Sí, sentí que descendía a las capas más profundas de lo que podía indagar: la nieta del minero asturiano bajaba al último túnel de la mina más oscura y allí se reencontraba, entre la asfixia y el brillo de la veta de metal, con ojos amados y desconocidos que me miraban y a los que quería abrazar o interrogar. Mis antepasados, que inventaron también la Vía Láctea (como en el hermosísimo poema de Juan Carlos Mestre), estaban contemplándome en esa búsqueda de lo mineral que nos une, convencida de que todo lo recubre piel humana.

En 'Incendio mineral', como bien dice Julieta Valero en su epílogo, los poemas vuelven a explicitar «el diálogo con poetas señeros en el devenir de la autora». Esta forma de gestar tu libro parece que ya es una seña de identidad de tu poesía ¿tienes alguna explicación para ello?

Escribir siempre fue la otra cara de leer, su modo a veces insuficiente y depauperado pero radicalmente convencido de la necesidad de leer. En mi larga tarea de profesora de la Universidad de Salamanca, con la lectura como parte inequívoca del trabajo, se han ido dando diálogos con diversas voces y autorías, la posibilidad de ampliar caminos y horizontes. Todo ello va entrando en mi poesía de diversos modos, y en Incendio mineral el diálogo se explícita, se hace espacio vivo. Por eso sentí que había escrito los poemas con Antonio Machado y Fernando Pessoa, con Claudio Rodríguez y María Ángeles Maeso. Sé que es un exceso y solo puedo afrontarlo saldando esas deudas con inmensa admiración.

¿Tu poemario es una reflexión de la relación del tiempo con el ser? ¿En qué aspecto profundizas más esa relación?

Siempre me ha interpelado nuestra relación con la memoria. Es un espacio creativo que me resulta apasionante y a veces muy doloroso, porque la desmemoria es una de las propuestas más graves de nuestro presente, aquella que nos desgaja de lo compartido y nos sitúa en puntos no conectados entre sí de un espacio-tiempo dominado por la banalidad. En mi libro, la memoria quiso hacerse carnal: asume rostros y nombres propios y comunes, se torna matérica. Me doy cuenta de que las piedras también tienen memoria y soy parte de ellas, de las huellas que ellas han dejado en mí, como lo han hecho las partículas de estrellas lejanísimas, los átomos de amor y hambre de mis antepasados, las negociaciones bruscas del lenguaje con el que se ha intentado (e intenta) decir lo que ya fue. Entonces, no hay un aspecto que yo priorizase sobre otros sino que se me impuso con agresiva dulzura un tiempo que no he vivido pero llega hasta mí en forma de residuo, rescoldo o muñón, como un alfabeto herido que todavía necesita pronunciarse. Por eso me pregunto cuál será la memoria del presente.

¿Todo lo que nos rodea nos modifica? ¿Somos seres vacíos?

No, no somos seres vacíos pero sí porosos. La literatura es para mí uno de los modos de hacer audible esa porosidad, de abrir las compuertas del propio cuerpo a la experiencia y vivencia ajenas. En un tiempo tan abrumadoramente narcisista y vacío, en el que se propone la disolución de vínculos, de lazos y conexiones que den sentido a lo que parece carecer de toda finalidad, todo camino más allá del slogan o el mensaje publicitario, la poesía es la piedra porosa de los mataderos. Lo escribió el gran poeta colombiano Álvaro Mutis y me lo recuerdo a menudo. Ser porosos es recordar que estamos abiertos a la vivencia del mundo (ojos, oídos, tacto y demás sentidos, ¿qué son sino faros que nos conducen en la noche de la especie ante aquello y aquellos que nos rodean?). Escribo intentando la porosidad, proponiendo la lectura y la escritura como aperturas. Blanca Varela propuso en ‘Casa de cuervos’ dos versos temibles: «Sin más obstáculo que tu cuerpo/sin más puerta que tu cuerpo». A ambos creo pertenecer y desde ahí la escritura se sabe obstáculo pero también puerta.

 Si un tema sobresale en el libro es la palabra con relación a la identidad, ¿es así?

Me parece un aspecto medular del libro, pero solo lo percibo con fuerza cuando la aventura de escribirlo ha terminado, cuando siento que no queda ninguna veta de metal que haya dejado sin explorar, cuando la asfixia es tan alta que sé que solo podría repetirme y necesito subir a la superficie a respirar con angustia. Al releer el libro y revisarlo, afinarlo (afilarlo), la identidad salta como esa piedra con la que tropiezo tantas veces que acabo pensando en el libro como un lugar para ser, y que ser quiere proponerse siempre hacia una poética de la conjugación, para decirlo con las luminosas palabras de Julieta Valero. 

¿Qué es la literatura para María Ángeles?

Todas las preguntas tienen muchos ángulos desde las que responderse, pero esta me parece particularmente compleja. Me gustaría contestar que sería un Aleph, al modo del cuento de Borges, ese punto en el que confluyen todos los espacios y todos los tiempos, y donde el lenguaje, que es sucesivo, sabe que no puede dar cuenta de lo simultáneo, de aquello que es pura vida (pura muerte, pura intensidad o víscera), frente a la combinación finita de lo infinito. Me impresiona la pregunta: la literatura es un cauce inacabable. En ella está (o al menos puede estar) cada uno de los rostros (también de quienes no han tenido un rostro reconocido, quienes son esa parte invisible para toda sociedad o todo tiempo: esclavos, mujeres, judíos, homosexuales, pobres). En el presente está escribiéndose literatura de altísima calidad y afloran partes de aquello que no habíamos sabido o podido mirar. O al menos, que yo antes no había sabido o podido mirar. A ese cauce inacabable deseo pertenecer.

Suscríbete para seguir leyendo