poesía

El lenguaje es el hogar

La cordobesa Estefanía Cabello publica ‘El cielo roto de Shanghái’

Estefanía Cabello.

Estefanía Cabello. / FRANCISCO GONZÁLEZ

Una joven camina entre rascacielos de fulgor púrpura. Su brillo especular, entre el bullicio, refleja en los cristales el ritmo de un caminar frágil. Paralela a la corriente del Yangtsé, la mujer acelera, va dejando atrás el trasiego y la incomunicación de The Bund, y, finalmente, tras cruzar una frontera, llega a la ciudad vieja. En ese instante las calles le ofrecen un olor antiguo. En ellas ese lenguaje se manifiesta con un grito interior que celebra el hogar que añoramos. La palabra es una calle que dirige siempre a la esperanza.

La cordobesa Estefanía Cabello publica ‘El cielo roto de Shanghái’ (Bartleby Editores), la mirada de un yo que habita una ciudad ciega y que aspira, gracias al lenguaje, a encontrar un espacio menos inhóspito en la existencia. El yo lírico de la primera parte siente el frío de la intemperie, el ruido ensordecedor de todos los silencios posibles y con ellos una honda soledad. En ese personaje femenino, encontramos la inocencia -que no la inmadurez- de quien mira el mundo con nobleza: «Muy lejos de mí/ hay una niña que baila/ frente a un espejo y se pregunta/ si hace frío ahí afuera». Ya en el exterior, la joven comprueba la hostilidad de la gran urbe en la fiereza de los seres anónimos que la habitan: «No viste a la muchacha de papel/ devorada por los aullidos de los lobos/ el canto de socorro que nunca llegaba».

En la obra, los viandantes, con su trasiego autómata, son un reflejo de la progresiva deshumanización que materializa la ausencia de lenguaje. En ese sentido, el grosor de los cristales traza una de las fronteras con que Cabello recrea la ciudad, un espacio asfixiante y cruel («me ahogo y solo escucho/ la arena torpe y blanda,/ algas que cercan mis brazos,/ pitidos y automóviles y los lobos/ cada vez más cerca»). La protagonista de ‘El cielo roto...’ es consciente de tal incomunicación y bajo el cielo nebuloso de Shanghai, le invade un profundo desasosiego («Mis ojos y mi cuerpo se agazapan/ como un tigre escondido en la maleza»). La oscuridad y las luces, con su pugna trepidante en la noche, generan una sensación de irrealidad que le impiden aferrarse al mundo: «Cuando consigues recordar,/ la sensación es parte del reflejo».

La autora nos propone una mirada que explora la incomunicación del ser humano. El yo lírico no puede culminar dicho proceso, ya que cuando parece establecer dicha conexión el lenguaje cotidiano es suficiente. En ese panorama, una luz se atisba en ese cielo roto, anunciada por el título de la segunda parte del poemario, «Y es mi deber salvarme». Cabello configura una especie de ética en la desolación, en la que la soledad es una antesala necesaria para el encuentro, acaso la condición inevitable para el deseo («La soledad es nuestra canción»). Lo comprobamos al final del poema «Cómo se caza una supernova»: el deseo se pronuncia.

El poemario supone un reconocimiento del propio sujeto («¿Cómo creer en las palabras precisas,/cómo saber lo que está dentro de mí/y lo que está ya afuera (...)?»). La palabra que renace entre el silencio crea y recrea el mundo y, para la protagonista de la obra, ello solo es posible a través del acto poético. La palabra es una proyección del ser («Mi cuerpo avanza hacia la dirección de todas las palabras»). El silencio será la muerte; la palabra, el amor. Con la tercera parte de la obra, un poema en doce partes, el primero solo será accidental. Estefanía Cabello avanza hacia a un horizonte lejos de la exterioridad. Hay un hogar dentro de nosotros -más allá del poema- en que nace la palabra («La vida germinará de tu lado; y yo, que lo sé, entro callando y te sonrío»). Entremos. Llamémoslo libertad.

‘El cieloroto de Shanghái’.

Autora: Estefanía Cabello

Editorial: Bartleby

2022.

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