NOVELA

Esquirlas de un fulgor

Joaquín Pérez Azaústre consigue el Premio Jaén de Novela con 'La larga noche'

Joaquín Pérez Azaústre.

Joaquín Pérez Azaústre. / Francisco González

Alejandro López Andrada

Alejandro López Andrada

En su nueva novela, La larga noche, Joaquín Pérez Azaústre ha sabido conjugar mejor que en ninguna otra de las suyas el elegante tono literario que tanto le caracteriza con el nuevo matiz de una emoción sensible, sosegada, que acaba atrapando el alma del lector que se adentra en la historia verídica, agridulce -las últimas horas que vivió el torero Manolete- que el autor cordobés, no obstante, ha transformado en un formidable y sutil relato épico sabiendo eludir cualquier tópico taurino que pudiera enturbiar la historia aquí narrada: la de un ser humano, un hombre bueno y dadivoso que triunfó en la vida a nivel profesional, pero fue desgraciado, de algún modo, en el amor. Y es aquí, en este último punto, donde uno llega a vislumbrar los neblinosos ángulos de la vida de un torero universal que, debido a la envidia y la inquina de la época, dolió y molestó a muchos de sus coetáneos, como bien se demuestra en más de un pasaje de esta obra escrita, hemos de decirlo, en estado de gracia como más adelante vamos a demostrar. 

Dividido en tres partes, y cuarenta brevísimos capítulos, el libro se centra en las vicisitudes que rodean la vida de Manolete desde su dramática cogida en la plaza de Linares hasta el instante de su muerte en dicha localidad. No obstante, lo mejor del relato es sin duda el tono épico, transcendente y humano, que el autor sabe imprimirle consiguiendo con ello -y esto, a priori, no era fácil- que el lector quede seducido desde las páginas primeras y consiga olvidar los entresijos que rodean la profesión del protagonista para concentrarse exclusivamente, doy fe de ello, en el drama poético de un hombre de alma cristalina, de una bondad esencial, superlativa, que consigue borrar el aura negativo que históricamente pesaba sobre él. Esto puede apreciarse en las siguientes líneas: «... Ya he dicho que en octubre anuncio oficialmente mi retirada. Después tenemos las quince corridas que ya ha apalabrado usted..., en las que no quiero cobrar ni una peseta. Porque todo lo que se gane va para mi cuadrilla, para dejarles las vidas resueltas cuando me retire» (pág. 202). Una de las cualidades mejores de este libro es que desmitifica, al mismo tiempo que humaniza, la estereotipada imagen de Manolete, incluso en el plano político e ideológico, y esto lo consigue Joaquín Pérez Azaústre regalándonos un sobrecogedor relato en el que se ayuntan de un modo magistral el dolor y el amor, la envidia y la ternura, la fe y el olvido, la alegría y la decepción, pergeñando un espléndido fresco narrativo donde el lector va hallando las esquirlas de un fulgor agridulce, la fama doliente de un torero que acabó siendo corneado por la envidia y la maledicencia de quienes lo rodeaban, un público manipulado y dirigido por ciertos sectores de la prensa y el poder.  

«Amor, desamor, envidia, ternura, celos, compañerismo, tragedia y emoción... tejen la estructura narrativa...»

La novela está llena de instantes memorables, de deliciosos fragmentos narrativos que encandilan al lector por su belleza virginal: «La ha retratado: tiene cada imagen grabada en la retina. Pero lo que la cámara no ha podido registrar es el sonido sobre el mutismo súbito, aplomado en la plaza. Todas las voces que lo han estado increpando enmudecen de pronto en su recuerdo, se diluyen en un silencio blanco» (pág. 16). Al contrario de lo que suele ocurrir por muchas razones en novelas de este tipo, basadas en la vida de algún personaje histórico, esta gana en belleza y altura literaria a medida que vamos avanzando en su lectura, degustando a través de sorbos cálidos y lentísimos la luz que despiden las esquirlas de un fulgor, los fragmentos humanísimos que vamos recogiendo como si fueran armónicas teselas de un delicioso y trágico tapiz donde vemos la vida en su dimensión más noble. Joaquín Pérez Azaústre ha sabido recrear con la habilidad de un entomólogo exquisito, diseccionando las luces y las sombras, a través de una galería de personajes (Luis Miguel Dominguín, Carlos Arruza, Perico Chicote, Arturo Fernández, y otros muchos de aquel tiempo) una época histórica, la de la posguerra gris, en la que un torero -en este caso Manolete- representaba lo que hoy un futbolista archimillonario. Además, como maravillosa guinda del pastel de esta novela sólida y jugosa aparece la hermosa figura de Lupe Sino, la eterna novia del torero, que el autor cordobés dignifica dibujándola con sensibilidad logrando así impregnar todo el relato de una vigorosa pátina de amor. En este sentido, destaca la escena memorable en que ella llega y entra al hospital con la esposa de un amigo de Manolete y, también, la que vive durante el entierro del torero donde logra pasar desapercibida.  

Amor, desamor, envidia, ternura, celos, compañerismo, tragedia y emoción son sustancias que tejen la estructura narrativa de La larga noche, un relato portentoso que adquiere en muchos momentos de la historia bien estructurada una dimensión coral que aún hace al relato más ameno. Utilizando un tono narrativo contundente y preciso, al mismo tiempo que sutil, el autor cordobés Joaquín Pérez Azaústre nos muestra el dibujo de un fresco literario en el que la pasión y el amor de un hombre bueno adquieren el aura de una tragedia griega. No era fácil escribir la agonía de un torero sin utilizar tópicos, palabras desgastadas y escenas manidas de la tauromaquia. Uno de los méritos enormes de este libro es que muestra al lector la vida de un gran hombre realzando su espíritu, no su profesión.

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No es frecuente hallar en el universo literario de nuestro país, tan amplio y variopinto, escritores de raza que sepan mantener en toda su obra un buen tono literario que, a la vez, los distingue e identifica. Es lo que le ocurre a Joaquín Pérez Azaústre (Córdoba, 1976) uno de los escritores más genuinos y capacitados de su generación que ha ido creando una obra literaria de una solidez firme y contrastada tanto en la poesía como en la narrativa. En el campo lírico, por ejemplo, ha dado títulos sólidos y brillantes como Una interpretación (Rialp, 2001), Premio Adonais, Las Ollerías (Visor, 2011), Premio Internacional de Poesía Loewe, o Vida y leyenda del jinete eléctrico (Visor, 2013), Premio Internacional Jaime Gil de Biedma, con los que ha conseguido un puesto relevante en el escalafón poético.  

En cuanto al espacio narrativo, ha sabido evolucionar desde una literatura de enorme fuerza estética hacia otra igual de bella en el plano estético, pero aún más profunda a nivel ético y moral. Así, desde sus primeras novelas América (2004) y El gran Felton (2006), editadas en Seix Barral, pasando por Los nadadores (Anagrama, 2012) hasta esta novela que comentamos, La larga noche (Almuzara, 2022) el autor ha trazado un magnífico recorrido literario que culmina con El querido hermano, libro inédito con el que ha obtenido el Málaga de Novela. 

‘La larga noche’

Autor: Joaquín Pérez Azaústre

Editorial :Almuzara. Córdoba, 2022.

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