poesía

Antigua memoria

Valparaíso recupera ‘Canto rituale’, el único poemario de Maria Carta

Maria Carta

Maria Carta

Maria Carta (Sìligo, Sassari, 1934-Roma, 1934) fue una de las más prestigiosas intérpretes del canto tradicional sardo. Principal divulgadora de la cultura de Cerdeña, solo publicó un poemario, ‘Canto rituale’, en 1975. La edición que presenta la editorial Valparaíso, traducido por la profesora de la Universidad de Granada, Alessandra Sanna, es una ocasión única para acercarse a una gran poeta que, desde la experiencia de su infancia, recuerda a los «antepasados», «los nuestros del ayer», en un poemario de extraordinaria belleza.

En el prólogo a la edición, Alessandra Sanna refiere que ha seleccionado los poemas en los que «se pone de manifiesto el drama colectivo y el carácter ritual al que se refiere el título». Son cuarenta y tres poemas y se incluye un manuscrito inédito de nota en Augustus Hotel. Estos muchas veces se conectan entre sí, apareciendo personajes que se repiten en forma de díptico. La poeta recuerda la experiencia vivida en su infancia con esos personajes, los muertos, los antepasados, los que ya no están, pero con los que tiene una conexión ancestral. El libro empieza, precisamente, con un poema titulado «Sombras». En efecto, son sombras lo que la escritora recuerda, «ecos de pasos» que vienen de «montes lejanísimos» y que conforman un mosaico de recuerdos. La infancia de la poeta es recordada como una época de plena libertad. Y así lo expresa en el segundo de los poemas del libro: «Nosotros de niños en el pueblo/ éramos los amos./ Vivíamos una libertad de ensueño». Y en esos recuerdos están hombres y mujeres reales, con nombres y apellidos, como Gonaro Ruiu, a quien recuerda «sentado en lo alto del balcón», la casa de los Succu, el patio de los Ruiu…luego llegarán los poemas con nombre propio, como los de Toia Spano, Tonina Carta, Efisio Concas, Mattia Boedu... todos ellos son «los nuestros del ayer en forma de llamas», las velas que ve la poeta en las casas, velas que tienen un nombre, como los propios poemas de la poeta de Cerdeña. Y sobre esa experiencia recuerda en uno de los poemas que «nosotros sentíamos el silencio/ el recuerdo del pasado/ que nadie consigue erradicar».

Como señala la profesora Alessandra Sanna «la carga memorialista-antropológica y autobiográfica es por tanto la característica más sobresaliente de la obra», pero yo añadiría otra más: la profunda nostalgia que envuelve el conjunto del libro, un sentimiento abonado por el recuerdo de un mundo perdido irremisiblemente, un mundo que, sin embargo, parece permanecer en esas «calles empedradas», en ese mundo en el que «las puertas eran macizas». De su lectura se extrae una fotografía de cómo eran aquellos tiempos, casi míticos en la mente de la poeta. Era un mundo duro, de sentimientos descarnados, en una geografía grandiosa, impávida, seca, dura, incontaminada. La poeta recuerda un mundo de pureza, no ingenuo e infantil sino el de la limpia pureza de la «horrenda pared/ inmensa/ que cae a plomo al mar», la de «los contrafuertes salvajes/en el claustro grandioso de los montes». El acierto de presentar ese mundo primitivo y prístino de la Cerdeña de su niñez constituye uno de los grandes valores del libro, sin duda. Los personajes están marcados por esa dureza, ese ambiente de silencio y de trabajo en el que la vida humana se ve golpeada por un tiempo solemne; vidas que son erosionadas por los elementos, como «las piedras en Supramonte». Un ejemplo de este moldeo inexorable del carácter por el tiempo y la naturaleza lo tenemos en poemas como «Fidela Stochino» en el que la poeta pone en evidencia las secuelas del paso del tiempo en la relación de dos amantes y así, los «juegos lejanos en el sudor del sol/la carrera de sueños ardientes» se transforman con los años. Cuando él baja «de las montañas heladas/por las voces del viento», ella le ofrece «vino caliente/ y un pan fino con forma de luna». Él se siente «tosco como las piedras en Supramonte/ voz salvaje/ de quien habla a las bestias» mientras que ella, por su parte, «teje mujer en silencio/ su pecho cerrado por un botón antiguo/símbolo del sexo. /Parece sellada».

‘Canto rituale’ es un ejemplo de sinceridad poética, de lirismo desnudo. No hay lugar para el artificio, no hay reposo en su lectura. Sus personajes son seres reales que el lector percibe como seres de otro mundo, uno en el que se convivía con la ruda violencia de la naturaleza. La obra de Maria Carta es un reflejo de la geografía propia de Cerdeña: aislada, dura, bronca, seca, pero a la vez, inolvidable, pura, bella y perfecta.

‘Canto rituale’.

Autor: María Carta

Editorial: Valparaíso

Granada, 2022

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