En vecindad, no en compañía (La Isla de Siltolá, 2022) es el séptimo poemario de Diego Medina Poveda (Málaga, 1985). En estos tiempos líquidos, en los que se impone el vértigo, la idealización de la juventud, la mitificación del talento y el cambio constante, unidos a la sacralización consumista de que más y mejor son sinónimos, es cada vez más frecuente encontrar poetas que, apenas cruzada la frontera de los treinta y con seis o siete libros a sus espaldas, deciden renunciar a todos ellos o a la mayoría. Frente a tal actitud, reconforta la de quien reconoce cada una de sus publicaciones, consciente de que -aun siendo en algunos casos bancos de prueba- conforman su apuesta.

Esta nueva entrega de Medina Poveda tiene lugar apenas dos años después de que lograse un accésit del premio Adonáis con Todo cuando es verdad (Rialp, 2020), por el que, además, recibió en 2021 el Premio Andalucía de la Crítica de Poesía. Entre ambos libros hay muchos vasos comunicantes; de hecho, el que nos ocupa nace como una continuación del anterior, con el que comparte, además de varios hilos temáticos, una misma mirada crítica cargada de humanismo frente a la sociedad actual.

El título, tomado de Claudio Rodríguez, remite a la soledad de una sociedad cada vez más deshumanizada, en la que se comparte espacio, que no lazos, con multitud de desconocidos. Este es el tema que vertebra una obra que, a pesar de su brevedad -está articulada en dos partes, de ocho poemas cada una, y un epílogo-, presenta una gran intensidad y una profunda cohesión y unidad, siendo el romance heroico el cauce formal en el cual está escrita en su totalidad.

La primera sección, que lleva por título "Estancias interiores", se abre con un poema inspirado en una historia de acoso escolar ("El niño frente al mar"), que marca el tono y la altura del resto. En las siguientes composiciones se plantea la complejidad del ser humano y la necesidad de detener el tiempo para realizar un ejercicio de conocimiento de la propia interioridad.

En la segunda, titulada "Otro hogar", en cambio, se ahonda en la imagen de la casa, forjada en su anterior volumen, y se apuesta por el cuerpo como morada del individuo, mientras la mirada del yo poético se detiene en pequeñas escenas de la vida cotidiana, incidiendo en las trabas que el sistema coloca en la vida, de manera imperceptible, para que la existencia sea cada vez más precaria y se olvide la importancia axial del amor. Pese a este tono aparentemente desolado y pesimista, en los poemas finales brota la esperanza y el autor muestra su confianza en la capacidad del ser humano para luchar, a través del amor, contra la soledad absoluta a la que aboca una sociedad cimentada sobre el frío hormigón del materialismo y el consumismo, y construir, así, un mundo nuevo.

Es en esta certidumbre donde radica la visión humanista de un poeta cuyo discurso hunde formalmente sus raíces en la poesía barroca y clásica para observar con una mirada crítica las grietas de la sociedad actual, apostando por la necesidad de renovar las relaciones sociales a través del amor, fundiendo de este modo ética y estética.