Diario Córdoba

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ENTREVISTA Soledad Puértolas Escritora

"El tiempo es el gran asunto de la vida y de la literatura"

La escritora aragonesa acumula una amplia trayectoria literaria publicada en Anagrama. Su último libro es ‘Cuarteto’, cuatro cuentos en los que la leyenda está muy presente

Soledad Puértolas. | JAVIER CEBOLLADA

Nuestra académica Soledad Puértolas nació en Zaragoza (1947). Toda su obra, que consta de novelas y cuentos, la ha publicado en la editorial Anagrama. Entre sus novelas se encuentran ‘El bandido doblemente armado’, por el que recibió el premio Sésamo; ‘Burdeos’, Todos mienten’, ‘Queda la noche’ (Premio Planeta), ‘Días del arenal’, ‘Si al atardecer llegara el mensajero’, ‘Una vida inesperada’, ‘La señora Berg’, ‘Historia de un abrigo’, ‘Cielo nocturno’, ‘Mi amor en vano’... Tiene también siete libros de cuentos: ‘Una enfermedad moral’, ‘La corriente del golfo’, ‘Gente que vino a mi boda’, ‘Adiós a las novias’, ‘Compañeras de viaje’, ‘El fin’ y ‘Chicos y chicas’. A estos se unen dos volúmenes de textos autobiográficos: ‘Recuerdos de otra persona’ y ‘Con mi madre’, y un ensayo (‘La vida oculta’, que fue Premio Anagrama).

El libro ‘Cuarteto’, ¿es una novela o un libro de relatos?

‘Cuarteto’ se compone de cuatro relatos relacionados que tienen un tono común y que, cada uno a su modo -y, sobre todo, en referencia a diferentes etapas de la vida, desde la infancia a la senectud-, buscan encontrar una especie de sentido en la vida en sus diferentes etapas. En cierto modo, son estados de ánimo convertidos en narraciones. La que corresponde a la infancia tiene un tono más legendario -en nuestra tradición cuentística, de reyes, princesas y elementos sobrenaturales-. La última, la de senectud, es más impresionista, como si estuviera suspendida en el tiempo, ¿quién sabe lo que nos deparará el futuro? Se trata de una relación profunda. Los cuatro relatos componen un cuadro desplegable, una especie de biombo.

¿Podría resumirme en pocas palabras cuál es la esencia o germen de tu libro?

Quería recuperar la idea de leyenda, de narración simbólica e interpretativa. Quizá sea porque la realidad, tal como es o cómo la veo, me resulta muy ardua, muy cruel, muy invasora. Me deja sin habla. Buscaba una distancia que me permitiera abarcarla, mirarla de otra manera, con ingredientes de la imaginación, con sensaciones subjetivas, parciales, a las que habitualmente se las arrincona, se las deja de lado, porque no encajan en el cuadro general. He buscado la inquietud, la duda, la permanente búsqueda, la aspiración a los encuentros y la vivencia de los desencuentros. Todo lo que pertenece a la vida y que, en el mundo de hoy, parece haber sido olvidado.

Observo en los cuentos más ficción que en otros anteriores. ¿Es consciente de este, en mi opinión, cambio de rumbo?

La ficción es parte de nuestro mundo. Si la negamos, limitamos -muy peligrosamente- la realidad. La empobrecemos. Los esquemas preparan el camino del fanatismo, que tiene diferentes caras. La ficción nos muestra la complejidad, las aparentes contradicciones, el dolor, en daño, la alegría, el placer, todo cabe en ella. Abarca un mundo real y un mundo imaginario. El ser humano es habitante de los dos.

También está muy presente el tiempo, pero como si se hubiera esfumado por algún agujero.

El tiempo es muy difícil de tratar. Es el gran asunto de la vida y de la literatura. Transcurre casi a nuestras espaldas, y no podemos retenerlo. Ni retroceder. Ni anticiparnos. El presente es la única realidad palpable. Pero necesitamos tener perspectiva, saber que este momento está relacionado con los anteriores y que se relacionará con los que están por venir. El tiempo se esfuma, sí. Nos causa una perplejidad infinita. No sabemos qué hacer con eso…

Tengo la sensación al leer los relatos que están impregnados de leyendas legendarias; en mi opinión, esto le da calidad a los mismos.

Son mis lecturas de infancia. Los cuentos de hadas, las leyendas. Me he remitido a eso. Lo necesito para seguir escribiendo, para seguir viviendo. Apoyarme en los grandes descubrimientos de la infancia, cuando la vida era un enigma apasionante lleno de promesas. También de miedos. Todo empieza ahí. Los cambios que se suceden después no deberían hacernos olvidar aquellas primeras impresiones. Son muy valiosas. Son nuestros primeros vínculos con la vida, con lo que somos.

Los cuentos tienen algo en común, son inquietantes.

La realidad es inquietante porque no podemos abarcarla ni entenderla. Desconocemos mucho más de lo que conocemos. La inquietud está presente en la naturaleza humana. La literatura que persigo quiere reflejar esa inquietud. No es algo deliberado. Lo concibo así.

El primer cuento de una princesa que sufre una extraña enfermedad mental tiene lo mejor de los cuentos clásicos, pero contados desde la más presente actualidad. Eso le hace ser muy original y nada convencional.

La lectura que hoy hacemos de los cuentos clásicos está condicionada por nuestro presente. A la hora de escribir un cuento que recoge mis sensaciones de la infancia no puedo dejar de lado lo que soy ahora, con 75 años. Lo más destacable es que no tengo ninguna necesidad de definirme. La juventud es de blanco y negro. La senectud está llena de matices. El concepto de la belleza, y aún el de la verdad, se ha hecho más personal y depende de la generosidad de cada persona. Hay ingredientes nuevos, valiosísimos. Las convenciones ya no sirven. En la soledad de la senectud encienden nuevas luces. Eso es lo que, a mi parecer, hay que buscar.

Los secretos se instalan en el segundo cuento y en la persona de una maestra que tenía una vida oculta. De todas formas están presentes, a mi parecer, en todos los relatos.

El individuo es un misterio para los otros. Eso implica tener secretos y oscuridades no reveladas. Conocer a alguien enteramente es imposible. ¿Nos conocemos a nosotros mismos? Tenemos un cerebro complejo y un corazón que es un pozo insondable de emociones. No todo se puede compartir. Convivir con lo intransferible no es fácil, pero, a la vez, nos hace ser lo que somos. Respetuosos, aspirantes al respeto de los otros.

El lugar donde ocurre la historia del relato es indeterminado, así como el tiempo. Sus finales son abiertos. Todo esto, en mi opinión, le presta magia a los mismos.

La localización concreta aporta un matiz costumbrista, contrario a lo que persigo en mi literatura. La sensación de realidad, de verdad, es importantísima. Es lo primero que hay que conseguir. Pero aspiro a dar otro salto, a despegarme de esa realidad, a alcanzar una perspectiva más poética -o más artística-, algo que me permita respirar con más placer, con más entrega.

¿Hay algún motivo para titular a cada uno de los relatos en latín?: ‘Horror vacui’, ‘Ceteris paribus’, ‘Festina lente’, ‘Noli me tangere’.

Es curioso, pero los títulos en latín salieron solos. Quizá busqué, instintivamente, la protección de los clásicos… En todo caso, ¡qué reconfortante es que se hayan escrito estas hermosas -y enigmáticas- sentencias! Es algo que te acompaña, que te alivia en tu soledad. Son cuatro sentencias que me conmueven. ‘Horror vacui’ es el problema de fondo y, en mi opinión -y en mi experiencia- se plantea enseguida. Luego viene el arduo aprendizaje -’Ceteris paribus’-, con sus circunstancias siempre variables; luego la madurez del ‘Festina lente’ y, finalmente, el ‘No me toques’ o ‘Déjame en paz’, de la senectud. Una posible liberación. Es parte de la vida y hay que dar testimonio de ello.

¿Qué es la literatura para usted?

Mi ancla en la vida.

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