Manuel Moyano (Córdoba, 1963) obtuvo el Premio Tigre Juan por su primer libro, ‘El amigo de Kafka’ (2001). Ha publicado las novelas ‘La coartada del diablo’ (2006, Premio Tristana), ‘El imperio de Yegorov’ (2014, finalista del Premio Herralde), ‘La hipótesis Saint-Germain’ (2017, Premio Carolina Coronado), ‘El abismo verde’ (2017), ‘La agenda negra’ (2016) y ‘Los reinos de Otrora’ (2019). En narrativa breve escribió ‘El oro celeste’ (2003), ‘El experimento Wolberg’ (2008) y ‘Teatro de ceniza’ (2011) y cuenta con obras de no-ficción como ‘Dietario mágico’ (2002) y los libros de viajes ‘Travesía americana’ (2013), ‘Cuadernos de tierra’ y acaba de recibir el XVI Premio Eurostars Hoteles de Narrativa de Viajes por ‘La frontera interior’.

¿Uno traza un itinerario literario, e incluso antropológico, y al final se convierte en un viaje interior personal?

Todo viaje tiene algo de exploración interior, al menos un viaje en solitario. Pero también puede que ocurra justo lo contrario; quizá cuando uno viaja lo que pretende es vaciarse de sí mismo, volcarse en lo exterior, en el paisaje y en las gentes que encuentra a su paso.

¿Existe una mirada diferente para el viajero una vez en el camino y cuando es consciente de una realidad sobre el terreno y jornada tras jornada?

En un viaje propiamente dicho (es decir, no en una excursión programada) el viajero puede llegar a alcanzar un determinado estado mental, a lograr una especie de inmersión. Sergio del Molino habla en su prólogo del viaje como «experiencia lisérgica». El verdadero viajero consigue entrar en sintonía con el entorno; todos sus sentidos y todos sus pensamientos están volcados en el viaje.

¿Podemos pensar que para ‘La frontera interior’ (2022) existe alguna otra intención además de esa voluntad de recorrer, vivir o resaltar cuanto pueda observar el viajero?

La voluntad que hay detrás del libro no es sólo vivir la experiencia, sino también transmitírsela a los otros. En el fondo es como decir: «Creíais que en Sierra Morena no había nada digno de resaltar, pero yo os voy a demostrar que no es así».

Con quién tiene mayor deuda contraída, ¿con los viajeros románticos del XIX o con el vagabundeo del gallego Cela?

He leído bastantes libros de viajes, pero entre los dos modelos que citas tendría más peso el de Cela. Ahora bien, lo que yo he pretendido, precisamente, es alejarme de ese modelo, que ha marcado demasiado la literatura de viajes por territorio patrio. Cuando emprendí mi ruta por Sierra Morena tenía en mente a viajeros anglosajones del siglo XX, como Bruce Chatwin, Paul Theroux y, muy especialmente, Colin Thubron.

Y no menos curioso, ¿para el libro de viajes la sombra de ‘El Quijote’ se cuantifica en muchas de sus páginas?

Como todo el mundo sabe, algunas aventuras del ‘Quijote’ transcurren en Sierra Morena. Sin embargo, es muy probable que Cervantes no las situara donde habitualmente se cree, sino en el Camino Real de Córdoba a Toledo; la teoría (que suscribo) es de Luis Miguel Román Alhambra. Seguir esa pista propició un maravilloso encuentro en la Venta de la Inés con Felipe Ferreiro, un personaje que parecía salido del Siglo de Oro.

Tras los primeros capítulos, y ese auténtico estudio sobre el fracaso de las Nuevas Poblaciones, ¿el lector es consciente de la desolación de un territorio tan extenso?

Carlos III ordenó levantar las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena precisamente por la escasez de habitantes. Sigue siendo un territorio esencialmente despoblado, y por ello muy rico desde el punto de vista natural. Confío en haber transmitido al lector la sensación de desolación, de territorio casi virgen que inspira Sierra Morena.

Un amigable encuentro, ¿el paisaje se funde con la mirada de un poeta como López Andrada, y por extensión ensancha la del viajero?

Sin duda. Un recorrido apresurado visitando un par de monumentos y tomando fotografías a troche y moche no sirve realmente para conocer un lugar. Hay que hablar con la gente, y nadie mejor que un poeta para hacerte sentir en profundidad cómo es ese lugar.

El niño lobo aparece en diversas ocasiones a lo largo de las páginas del libro, ¿simboliza, de alguna manera, esa metáfora de la barbarie del medio en mitad de Sierra Morena?

La historia del niño lobo, Marcos Rodríguez, es tan maravillosa como una antigua fábula, pero ha ocurrido en nuestro tiempo. Marcos nació en Añora, Córdoba, y vivió doce años como un lobo. Eso sólo podría haber sucedido en un entorno salvaje como Sierra Morena. Me fascina que Marcos haya declarado, ya en su vida adulta, que los lobos son más nobles que las personas.

¿Existe una voluntad oculta, o tal vez no prevista para que los lectores acompañemos al narrador en este viaje, de alguna manera, intencionada y fehaciente?

La voluntad oculta, si podemos llamarla así, es demostrar al lector que la belleza, la aventura o lo prodigioso puede encontrarse muy cerca de casa, que no es necesario viajar al otro extremo del globo para encontrarnos con todo eso.

El territorio cordobés recorrido, ¿muestra la nostalgia, la sensibilidad, y la añoranza de una juventud que miraba con distintos ojos?

La Sierra Morena de Córdoba está muy asociada a mi infancia, es decir, a la época en que todo era asombro y descubrimiento. Creo no haber perdido del todo esa mirada; sin ella no hubiese podido escribir este libro.

El lector percibe que, una vez en la sierra sevillana, ¿la geografía se suaviza y los pueblos son de mayor envergadura?

Algunas partes de la Sierra Norte de Sevilla, que es como llaman allí a Sierra Morena, están más pobladas y mejor comunicadas que, por ejemplo, las de Córdoba o Ciudad Real. Y hay pueblos relativamente grandes como Constantina, Cazalla o Guadalcanal. Pese a todo, siguen siendo pueblos perdidos en mitad de un paisaje esencialmente despoblado.

Existe, en este libro, una evidente desmitificación de Sierra Morena y su propia leyenda, frente a una exaltación del patrimonio, conventos, ermitas, castillos, ventas, ¿es esa la verdad del territorio?

Hay una tendencia generalizada a asociar Sierra Morena con el bandolerismo. La asociación no es falsa, porque la despoblación, la orografía y la vegetación siempre favorecieron el bandidaje (que en realidad fue más habitual en épocas anteriores a los bandoleros propiamente dichos). Lo que creo haber mostrado en este libro es que Sierra Morena va mucho más allá de ese tópico.

En la sierra onubense un nuevo encuentro, con Manuel Moya, ¿otro paradigma de un singular habitante y compañero de letras?

Tanto Alejandro López Andrada como Manuel Moya han propiciado algunas de las mejores páginas del libro. Las conversaciones con sendos poetas, las horas que pasé con ellos, la comida y la bebida que compartimos, fueron muy enriquecedoras. Cuando inicié el viaje ni siquiera los conocía. Ahora son amigos y también han ejercido de presentadores del libro en sus respectivas provincias, cerrando así un círculo.

Una vez realizado el viaje, la sensación vivida, la despoblación, el abandono de los muchos pueblos visitados y las gentes conocidas, y aunque subyace la belleza del medio y del patrimonio, ¿el viajero se siente con el deber cumplido?

Creo que sí, creo que he expuesto a la luz un territorio que, al darlo por consabido, nadie se molestaba en conocer mejor. Hay que tener en cuenta que Sierra Morena no había sido objeto antes de un viaje literario; al menos, vista en su totalidad.

Al cerrar este libro, ¿uno tiene la sensación de que este viaje se ha traducido en una historia de muchas leyendas que nos sorprenden?

Hay muchas historias entretejidas en el libro. La mayoría ocurrieron de verdad, aunque otras se adentran en el ámbito de lo legendario. Pero todas ellas son interesantes, desde el origen de la Virgen de la Cabeza al llamado ‘Schindler portugués’ de Barrancos. La frontera interior sería como unas ‘Mil y una noches’ donde el hilo conductor no fuese Sherezade, sino el viajero que las va escuchando y anotando.