Si bien la segunda novela que Candaya publica en España de la argentina Fernanda García Lao (Mendoza, 1966) nos llega inserta en la corriente del mal llamado gótico latinoamericano escrito por mujeres -Samanta Schewblin, Mónica Ojeda, Mariana Enríquez…-, haríamos un flaco favor a esta espléndida narración si la encuadráramos sin más en la literatura de género. Acaso ‘Sulfuro’ sea una novela de fantasmas, sí, pero de una manera peculiar: fantasmas que no pululan por ningún limbo metafísico sino más bien por una suerte de limbo neurológico, espectrales voyeurs‘’ del placer y de la insatisfacción de los vivos que desean el cuerpo de la protagonista, o se desean entre sí.

En contraste con este furor, se diría que la desconcertante pasividad con que la (innominada) protagonista se entrega a su esposo el escribano -el notario, decimos a este lado del Atlántico-, cediendo a un mandato enojoso, fuera el resultado de una relación averiada con el propio cuerpo, disciplinado por instituciones como el matrimonio, el barrio residencial y el dúplex con piscina, pero también enajenado por un misticismo herencia de una madre que leía y coleccionaba vidas de santos («Adelgazaste, de tanto aspirar a la pureza») y lucía sus estigmas, o sus marcas de suicida, tanto da en esta narración. Frente a tal desidia, y también frente a esa mística de revista, los muertos de ‘Sulfuro’, carnales y ávidos, están más vivos que los vivos y participan de una «revolución hormonal del más allá» que se despliega sobre el escenario de la conciencia del lector. Estos aparecidos de García Lao tienen algo teatral, performático, como también el atrezzo de objetos que ejercen de emisarios entre uno y otro mundo, igual que aquella pelota que rodaba por los escalones en ‘Al final de la escalera’, el clásico de Peter Medak. Ahí están, para provocar escalofrío, las vendas con que la madre cubría sus estigmas, y esas bragas halladas en el fondo de una turbia piscina en la que borbotean o se reflejan todos los misterios de la narración.

Solo los muertos poseen nombre propio en el relato, el que se consigna en sus lápidas. Para referirse a los vivos hay sin embargo que echar mano del estatus del personaje -el escribano, el concejal, el padre…-, o de su cabello -la malpeinada, la rubia...-. «¿Qué se puede esperar del mundo si la gente más interesante está muerta?», se pregunta García Lao, Dios incluido. De ahí que la protagonista afirme no poder vivir de un lado nada más, no poder plegarse a esa especie de imperativo de la normalidad («Seamos normales», pide el escribano) que se impone a su edad y su clase, y desde el cual la insumisión y la dejación de las obligaciones domésticas son percibidas como locura. La protagonista no conseguirá plegarse del todo a sus responsabilidades de mujer florero de clase media -recoger a los chicos del colegio, atender a los limpiapiscinas, comprar la tarta de cumpleaños...-. Su fantasía recurrente consiste en montarse en su coche y lanzarse a la autopista sin mirar atrás, «con el estómago vacío y el tanque lleno», porque la cordura, entendida como sumisión, ni siquiera sale a cuento («Si todo lo que existe es esto, la casa con dos piletas, las contorsiones del escribano y llevar a los chicos al colegio, la vida no te interesa demasiado»).

Pero quizá lo más poderoso de esta novela quede más allá de la intriga y los motivos, en el torrente de lenguaje que los arrastra, en la voz que se dirige a la protagonista -y a nosotros- en segunda persona sin que sepamos qué estatuto de realidad concederle. Cuál es, al cabo, la instancia que enhebra todas estas frases que son como cortes de cuchilla y estigmas en la página, de qué altura o de qué hondura procede esa conciencia que va desgranando para nosotros sentencias demoledoras y silencios resonantes. Es ese vendaval el que arrastra a los protagonistas en su aquí y su ahora, pero también nos trae los ecos de sus antecedentes, los fantasmas del pasado que operan todavía sobre sus vidas: el primer matrimonio de la protagonista, sus dos abortos, la primera esposa del escribano, cuyo espectro prolonga su poder al modo de aquella Rebeca de Daphne de Maurier y de Hitchcock...

En ‘Sulfuro’, en fin, encontrará el lector casi todos los ingredientes de una novela de fantasmas, pero reinterpretados para componer otra cosa, inclasificable, perturbadora y embargada por una voz que se queda resonando por un tiempo en la conciencia del lector, como una psicofonía.

‘Sulfuro’.

Autora: Fernanda García Lao .

Editorial: Candaya . Barcelona, 2022.