Uno de los intelectuales que mejor se ha acercado a las incertidumbres en las que vivimos es Daniel Inneraty, que nos vuelve a sorprender con su reciente ensayo La sociedad del conocimiento (Galaxia Gutemberg, 2022). Autor de otras obras de enorme repercusión como La política en tiempos de indignación (2015); La democracia en Europa (2017) y Pandemocracia (2020), este nuevo libro está dedicado, según confiesa, a todos aquellos que no fueron preparados para el mundo en el que habrán de vivir. Este catedrático de Filosofía política en la universidad del País Vasco y director del Instituto de Gobernanza Democrática, es profesor invitado en numerosas universidades europeas (París y Londres) y norteamericanas. En su último libro, ya desde la introducción, nos da la bienvenida a la que denomina como sociedad de las crisis en la era de la incertidumbre, la democracia de internet y el capitalismo de vigilancia donde el conocimiento ya no es lo que era. Se da la paradoja de que, en estos momentos, el conocimiento nunca había sido tan importante y, a la vez, tan sospechoso.

Siempre hay que esperar que el conocimiento filosófico científico nos saque del error y de la ignorancia, pero hay también quien teme que nos pueda llevar a catástrofes inimaginables. Nunca como hasta ahora hemos necesitado tanto a la Filosofía y a las ciencias y, a la par, habíamos desconfiado tanto que acabarían por convertirse en un problema. Los expertos científicos son tabla de salvación para unos y destinatarios de nuestra ira para otros. Extraño antagonismo al que estamos asistiendo en el siglo XXI, aunque lo que está en juego, a juicio de Daniel Innerarity, no es tanto la impugnación de lo científico, sino que estamos asistiendo a una metamorfosis de la idea misma de racionalidad. No hay que dar la razón a los que carecen de ella, sino que de lo que se trata es de averiguar de dónde viene esa resistencia, porque así tendremos una idea más certera de la racionalidad a la que se oponen. Vivimos en la era de la racionalidad triunfante, de la ciencia institucionalizada, de los avances científicos y de pronto aparecen una «constelación extraña» de ciudadanos que recelan de todo tipo de conocimiento, mostrando una desconfianza extrema respecto al mundo de los conocimientos múltiples, como son los casos de los negacionistas en los ámbitos de la evolución, de la astronomía o de la Medicina. La resistencia al conocimiento, resalta el profesor Innerarity, era propio de sociedades tradicionales, de las sombras irracionales frente a toda ilustración racional.

En la actualidad, a juicio de Daniel Innerarity, estaríamos asistiendo a lo que podría llamarse una «desregulacion del mercado cognitivo», que no es exactamente ni censura, ni tampoco control informativo, sino un complejo de atención dispersa, estereotipos y automatismos mentales que nos obligan a decidir con suma urgencia todo tipo de decisiones, aceptando sin más ideas falsas, sin reflexión personal por nuestra parte. También podemos constatar lo que denomina «demagogia cognitiva», entendiendo por esta la atención desmedida que otorgamos a quienes se indignan y ofenden (los ofendiditos). Existe una especie de soberano negativo que es el ciudadano que dice no por sistema, que gesticula en falsos movimientos que son de agitación, pero no de transformación verdadera.

También en nuestras sociedades liberales se presta suma atención a todo lo inédito y a lo escandaloso o a lo conflictivo, lo que da lugar en el plano político a un «populismo tecnocrático» que sostiene que existe un solo pueblo, como un bloque único, sin ningún tipo de pluralismo, que se complementa con una supuesta verdad tecnocracia que se fundamenta únicamente en datos empíricos. Este tecnopopulismo pretende no hacer ideología, ofreciendo falsas soluciones meramente técnicas a problemas de una gran complejidad, sosteniendo de manera perversa que están al servicio del pueblo, de la gente. Esa desinformación interesada tiene, en muchas ocasiones, unos responsables concretos. Así, por ejemplo, la industria petrolera ha financiado investigaciones con el fin de desacreditar a los estudios serios sobre cambio climático o grandes farmacéuticas ocultan información a sabiendas que les era desfavorable para sus intereses acerca de medicamentos ineficaces que atentan contra nuestra salud. Las empresas tabaqueras niegan que el tabaco es perjudicial. Son los sujetos culpables. A diferencia de otras épocas de la historia, vivimos en sociedades que no están asediadas por enemigos exteriores, sino por autoamenazas como la pandemia, la crisis climática, grandes inundaciones, incendios y sequías. En la complejidad del mundo, la tecnología acelerada nos produce perplejidad y desconcierto. Una subjetividad sobrecargada puede sentirse aliviada con las teorías de la conspiración y los negacionismos que surgen en una atmósfera de ansiedad, miedo y sentimientos de impotencia. Esa comunidad, segura de creyentes, siente que esas «creencias» producen un alivio tranquilizador, reduciendo la complejidad de lo real en creencia que descontrola por completo todas nuestras capacidades críticas.

Cuanto más sabemos colectivamente, menos autosuficientes somos individualmente. La dimensión de los problemas a los que tenemos que enfrentarnos en las próximas décadas nos convierte a todos en ignorantes. No hay descubrimiento científico o invención tecnológica que no lleve aparejado, como su sombra, un nuevo desconocimiento. En conclusión, lo que hacemos los humanos en las sociedades democráticas es debatir a las claras si los avances del conocimiento nos hacen más sabios a todos o por el contrario nos hacen más ignorantes. Es nuestro deseo humano transmitir todos los conocimientos que consideramos imprescindibles para la vida, pero dejando siempre un hueco para el desconocimiento. En el mundo que viene, lo desconocido va a jugar un papel importante en nuestras vidas personales.

‘La sociedad del desconocimiento’

Autor: Daniel Inneraty.

Editorial: Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2022.