Con este amargo y patético Parte de ausencias (Poemas del éxodo rural), el arraigado poeta de Villanueva del Duque Alejandro López Andrada nos da razón, dolorida razón, desde la autenticidad y el conocimiento, «a pie de obra», de la situación física y emocional de lo que hemos dado en llamar la España vacía o despoblada, que no «vaciada» (las botellas no están vaciadas, están vacías). Y es que la voz del poeta del Valle de los Pedroches es inconfundible, y su palabra nos trae toda la fragancia, la herida hermosura y la áspera tragedia de esta comarca de personalidad tan afín a la de nuestro poeta, quien habla desde su entraña misma, y que se ha convertido en su voz más pura y desgarrada.

Poesía la suya que parece recién parida de esa tierra, tan hermosamente natural es su forma expresiva, con las más delicadas o violentas formas de la naturaleza, y honradamente entrañada en la intrahistoria de tantas gentes esforzadas y anónimas, que, en cordial comunión con dicho suelo nutricio, con sus múltiples criaturas y seres elementales, han ido configurando con el fruto secular de su trabajo una comarca de acusada personalidad y carácter. Una comarca, que es un símbolo, el símbolo de nuestra España abandonada, y que, en la profética obra lírica de López Andrada, se inviste de viva actualidad en imágenes de palpitante expresividad y verismo, pero sin olvidar otros rasgos visionarios, mágicos e imaginativos, que, en cierto modo, endulzan y atemperan la doliente hermosura y cruda realidad de este universo.

Julio Llamazares, uno de los grandes reivindicadores de la poesía de Alejandro, ya nos advierte, en el epílogo a este libro, de la singularidad poética de este autor, de una autenticidad a prueba de tópicos, una voz «que poco tiene que ver con las de sus contemporáneos»; y con rotunda claridad declara que él «ha construido un edificio poético y narrativo que le convierte en el escritor rural por antonomasia de este siglo XXI en un país que reniega de su pasado campesino». Canta Alejandro las adustas soledades de estos campos ayer vividos y convividos y hoy azotados por un viento de desolación y ruina, con sus hogares fríos, con sus aperos y enseres abandonados al silencio, la amargura del éxodo a las grandes urbes, la soledad deshabitada de los pueblos, en la que casi ya no queda nadie más que las ánimas errantes en la niebla y el recuerdo aterido de los que se fueron. El poeta contempla este vacío desde la emoción y el abandono, trasfundido al espíritu de quienes hubieron de dejar estos melancólicos paisajes

A veces vuelven las imágenes del ayer, las de una infancia pura y campesina, como un horizonte de salvación en la memoria ante tanto desamparo y abandono: «Corro entre el centeno / bajo la lluvia. Vuelvo a ser feliz…» mientras el poeta escucha, vuelve a escuchar en el recuerdo, «el chamariz voceando en la penumbra».

Sí, en la poesía de nuestro autor siempre se escucha el canto de los pájaros y el rumor de los chopos, pero en estos poemas todo reviste un sonido más mate y amargo, de una tonalidad más empañada de emoción y pesadumbre; la naturaleza en estos versos parece estar de luto por tantos de sus hijos que hubieron de abandonarla por los horizontes ajenos de la emigración. El pueblo se ha quedado solo, y el óxido, un óxido real y simbólico, lo corroe todo, hasta el recuerdo: «De las vigas del techo descombrado, / cuelga un alambre / de óxido. El anís expande un viejo aroma / familiar bajo las cantareras. Desde aquí / salieron una mañana / hacia la nieve de Brandeburgo mis ancestros…».

En el campo, en el pueblo ya sólo quedan los muertos, pero unos muertos que aún nos dejan una cordial palpitación familiar: «Los difuntos no morían del todo. / Aunque estuvieran relativamente lejos y su alma / descansara bajo un nicho / o alguna tumba gris, nunca se iban. De alguna forma / no solían marcharse / del todo de la casa y seguían vivos. Sus ojos / eran lámparas de aceite en el anochecer, / cuando los niños / volvíamos sudorosos de la calle para la cena».

Llamazares habla de un «inventario de pérdidas», y la naturaleza se convierte en un espejo en el que el poeta se mira y se reconoce, se hace tierra y recuerdo, recuerdo personal y memoria de todos, de todos los que han tenido que abandonar este suelo nativo; y todo ello imbuido de una «sabiduría aprendida de sus antepasados y sus vecinos; (…) todo está envuelto en ensoñación y recuerdo, en un aura de sublimación que eleva los objetos a la categoría de símbolos».

‘Parte de ausencias’

Autor: Alejandro López Andrada.

Editorial: Hiperión. Madrid, 2022.