Un libro excepcional viene a poner a Juan Ramón Jiménez, con toda justicia, en el centro de la atención literaria: Ecos de una voz (La amistad traicionada: Juan Ramón Jiménez y la generación del 27), de José Antonio Expósito, publicado por Ediciones Linteo en un enjundioso volumen de 460 páginas, de apasionante lectura. Un libro que nos ilumina sobre las conflictivas relaciones de amistad y magisterio de Juan Ramón con los jóvenes creadores de los años veinte, así como sobre su posterior ruptura con el maestro. Y un libro escrito no en un frío estilo profesoral y académico, sino con intensa y sabrosa vibración literaria, y, sin perder la objetividad crítica, con pasión, con unas frescas dosis de humor e ironía, que nos ofrece un acabado panorama de las polémicas relaciones de amor y odio de los jóvenes del 27 con quien podemos considerar el padre de la moderna poesía española.

Juan Ramón tiene el gran mérito estético de, en una literatura frondosa de exuberancia verbal, haber emprendido una ascética tarea de sobriedad y contención, purificando la poesía hispánica con su ejemplo, en su búsqueda constante de la palabra esencial y permanente.

Sencillamente, con él empieza la auténtica poesía moderna en España y abre insospechados horizontes a nuestra lírica. Como afirma Octavio Paz, con su último y gran poema «Espacio», su gran testamento lírico en América, Juan Ramón escribe un gran poema moderno, un poema que podemos situarlo a la altura de las grandes obras emblemáticas de Yeats, de Eliot o Ezra Pound.

Pero su gran renovación empieza ya desde sus libros de juvenil madurez literaria. En esta primera etapa de su obra, restaura, redefine y actualiza para la lírica española del siglo XX tanto el romance como otros metros de arte menor, desdeñados por el pretendido aristocratismo del grueso de la troupe modernista; metros en los que luego Lorca, Alberti, Villalón, Prados y Altolaguirre escribirán gran parte de su obra, desplazando la mayor suntuosidad métrica del alejandrino, tan querido a nuestros modernistas.

Por otra parte, Juan Ramón, maestro de la poesía esencial, o abstracta, fue también luminoso precedente de la desnudez y pureza de la lírica «intelectual» de un Jorge Guillén o Pedro Salinas.

Como bien expone y demuestra, literal y estilísticamente, con explícitos ejemplos José Antonio Expósito en este libro, una amplia serie de versos, acuñaciones, giros, reminiscencias, atmósferas y matices expresivos juanramonianos fecundaron germinalmente la naciente poesía de estos autores, y les abrió el camino de esa modernidad literaria que el genio de Moguer fue el primero en inaugurar con su poesía. No pretende Expósito en este libro minusvalorar la obra incontestable de estos jóvenes poetas, que, tras el abandono del magisterio juanramoniano, ante las agudezas satíricas del hipersensible y celoso pontífice, deseosos de liberarse de la sombra demasiado alargada del maestro, respondieron con chanza y virulencia, atormentando la serenidad de Juan Ramón con sus maledicencias y hasta bromas e impertinencias corales telefónicas. Éste, incontestable factor-guía de toda la joven poesía española, veía ahora con enojo y amargura cómo esta joven generación parecía revolverse contra su antiguo mentor, a quien tantos debieron su «voz» y su «palabra» en tantos versos seminales juanramonianos que fecundaron sus poemas, deslumbrados ahora por las nuevas formas promovidas por Pablo Neruda, recién llegado a Madrid como cónsul de Chile y el polo opuesto al gran poeta de Moguer con su Manifiesto para una poesía sin pureza, que Juan Ramón creyó dirigida contra su persona y su obra.

Ante la arisca y, a veces ponzoñosa, ruptura de la relación entre ellos, bien podría haber respondido el maestro, no sin un digno orgullo, como Pierre Ronsard, replicó en su día a sus pretendidos émulos e imitadores: «Todos habéis nacido de mi propia grandeza:/ Vosotros sois mis súbditos y yo vuestro señor».

En 1936, un mes después de la sublevación militar, Juan Ramón y Zenobia, tras verse el poeta en una peligrosa situación por su detención por una patrulla anarquista en una calle de Madrid, resuelve ausentarse de España y dirigirse a Cuba y Estados Unidos, donde tiene apalabradas unas conferencias.

El mismo presidente Azaña, para evitarle otros posibles riesgos en el Madrid de la guerra, le firma un pasaporte diplomático para Norteamérica y le ofrece nombrarle agregado cultural de la embajada en Washington; Juan Ramón, con su rigurosa ética institucionista, se niega a que su marcha a América pueda ocasionarle a la República el más mínimo gasto en una situación tan difícil para las arcas del Estado, y así, renunciando a la seguridad tanto moral como económica de un sueldo oficial en tierra extranjera de motu propio (eran otros tiempos), pronuncia diversas conferencias en la capital y Nueva York en apoyo de la República como embajador cultural de España.

Tras los oficiales honores y reconocimientos de 1956 con motivo de la concesión del premio Nobel, y de los convencionales de 1958 tras su muerte en Puerto Rico, vendrá el intento de sepultar su fama y su obra con una lápida de silencio por parte de la crítica militante más supuestamente progresista, comprometida con la estética social-realista del momento.

Hito clave en este intento de marginación del panorama literario español del ilustre galardonado (y a dos años sólo de la muerte del Nobel) es la eficaz proscripción del poeta que tácitamente dicta el crítico catalán José María Castellet con el asesoramiento de su compañero de grupo Jaime Gil de Biedma. Castellet publica en la editorial Seix Barral, de Barcelona, dos sonoras antologías: Veinte años de poesía (1939-1959), en 1960, y Veinticinco años de poesía española, publicada en el mismo sello, en 1966. Estas dos antologías gozan de una general distribución y contribuyen con ingrata eficacia a la estólida e injusta postergación del poeta andaluz (¡andaluz tendría que ser!) y al desconocimiento de su gran obra americana entre las jóvenes generaciones.

Queden los nombres aquí de los dos promotores de este infausto atentado crítico a la fama de un poeta universal con su torpe dogmatismo social-realista, o con su confortable progresismo de salón, como ejemplo del sectarismo ideológico más fatuo y arrogante.

Hoy Juan Ramón ya es un clásico. Nos deja su lección de rigor y pureza, de integridad moral, de intensidad y desnudez verbal, en su búsqueda casi religiosa de la Belleza, que le conducirá a una visión místico-panteísta del mundo, a través de la escala ascensional de la poesía. Eso es lo que expone y confirma este luminoso ensayo, de gratificante lectura, que, con toda justicia, me he atrevido a calificar de excepcional, tanto por el objeto que lo inspira como por su ajustado acercamiento crítico a esta voz cenital de la poesía española.

‘Ecos de una voz (La amistad traicionada: Juan Ramón Jiménez y la generación del 27)’.

Autor: José Antonio Expósito.

Editorial: Ediciones Linteo. Orense, 2021.