Miren Agur Meabe (Lekeitio, 1962) escribe tanto para el público adulto como infantil-juvenil. Ha recibido, entre otros, el Premio de la Crítica por los poemarios Azalaren kodea en 2001 (El código de la piel) y Bitsa eskuetan en 2011 (Espuma en las manos), así como el Premio Euskadi de Literatura Juvenil en tres ocasiones. Su novela Kristalezko begi bat (Un ojo de cristal) ha sido traducida a varias lenguas. En 2020 publicó el poemario Nola gorde errautsa kolkoan (Cómo guardar ceniza en el pecho), Premio Nacional de Poesía, 2021. Se dedica también a la traducción literaria al euskera.

Cómo guardar cenizas en el pecho ha sido Premio Nacional de Poesía en 2021, el primer libro en vasco-traducido al castellano que lo gana. Es un gran libro. ¿Podemos hablar de él como de una biografía lírica?

Tiene parte de biografía lírica, ya que en mi caso la unidad entre vida y obra es palpable. Para mí es imposible hablar sin decir «yo», pero ese «yo» que aparece en los poemas es un yo construido a través de mi subjetividad -la memoria es lo más subjetivo que existe-, y posteriormente se retoca en función del efecto que persigo en cada caso. Al mismo tiempo es un yo plural, una especie de portavoz de otras individualidades, en el sentido de que refleja vivencias ajenas coincidentes con las mías.

Sin duda, en la primera parte, el tema de fondo es la infancia, que partiendo de lo cotidiano lo llegas a universalizar.

Efectivamente, el eje de ese primer apartado es la memoria de la infancia. Por eso escogí como cita introductoria los versos de Odalys Leyva: «Estoy en la memoria de ser yo». El título denota que es una propuesta de álbum y que cumple la función de los archivadores de fotos: recoger momentos sueltos de la memoria que nos ayudan a entender quiénes somos. Suelo llamar jocosamente a esa parte «autocostumbrista» porque tiene un punto de pintoresquismo: el pueblo natal, el colegio, los paisajes, los juegos, los referentes mediáticos, el descubrimiento de la sexualidad… Entrelazados con los recuerdos, aparecen el peso del tiempo, un balance sobre los aprendizajes y también la experiencia de envejecer. Esta mirada a la infancia aparece también en mi último libro de relatos, Quema de huesos, editado por Consonni en 2021.

Al verso «Como guardar cenizas sin sentir nauseas…» le sigue «he hecho compras en rebajas». Muchos de estos contrastes semánticos están en tus poemas. ¿Eress de las que no le gusta seguir la historia en relato reglado?

Es que en la vida se mezclan continuamente lo espiritual y lo prosaico, lo sublime y lo esperpéntico. Ese tipo de virajes semánticos me parecen efectivos para recalcar esa idea. Los cortes bruscos o los contrastes vienen a sugerir la ambivalencia del mundo que nos rodea y de nosotros mismos. Ese verso pertenece al poema «El método», que es precisamente un no-método. No hay sistemas para superar las tragedias de la vida si no es resistiendo. Lo que nos queda del pasado es la ceniza, la síntesis de lo vivido que ya no debe ocupar un lugar que n le corresponde. Respecto a esas «compras en rebajas» que señalas, se refieren a la fe, la esperanza y la caridad, las famosas virtudes de las que carece hoy el mundo, como ente humano y como ente biológico. Esa problematización sobre la injusticia y la violencia general ocupa el cuarto apartado del poemario: cierres de fronteras, migraciones, crímenes medioambientales, abusos, etc…

¿Tienes algún motivo mezclar poemas con textos en prosa?

Como creadora, diría que la hibridez es una respuesta a la multitud de estímulos a los que estamos sometidos hoy en día. ¿Se les pregunta a los pintores por qué mezclan texturas? En el libro hay poemas de muchos formatos, desde los más convencionales a los haikus, pasando por algunos que se asemejan a cartas, redacciones escolares o conferencias. Esto se debe a dos motivos: a la experimentación formal que he trabajado los últimos años, por una parte; pero, por otra, al convencimiento de que es positivo romper con las rutinas visuales.

Haces muchas referencias a tu madre, padre y abuelo. ¿Ese apego familiar viene de tu origen vasco?

Creo que el apego familiar no depende del origen regional. Las menciones a estas personas aparecen en el poema titulado «Madre en píxeles», que es un intento de contar su biografía a través de lo que recuerdo de ella. Se trata de una biografía en porciones. La idea de la fragmentación me convence mucho porque creo que tanto la vida, como la memoria como el arte se componen de facetas que, aislados, no tienen gran sentido, pero unidos en un conjunto constituyen un todo más o menos armónico, que cobra más sentido. se poema halló inspiración directa en un poemario fabuloso de Eduardo Moga titulado Mi padre.

En la obra aparecen muchas mujeres. ¿Qué temas se abordan a través de ellas?

Sí, hay todo un catálogo de mujeres reales y ficticias que, como las cerillas, dan luz y calor: Ellen Ripley (del film Alien), Lucy Westenra (amante de Drácula), Wendy (amiga de Peter Pan), Sheherezade, la poeta iraní muerta prematuramente Forugh Farrokzad, las hermanas Brontë, etc… Me han servido para abordar temáticas como la sororidad, el parasitismo sentimental, el proceso creativo como justificación de la propia vida, la religión como victimario, la crítica al amor romántico tóxico, la estima hacia la cultura tradicional, etc… Actualizar esas figuras míticas es reivindicar la visibilidad de la sabiduría femenina. Este conjunto de celebritys (que podía ser otro, ya que las opciones son infinitas) forma parte de nuestra genealogía femenina.

Por cierto, ¿ te costó mucho traducirla del vasco -que fue en el idioma que la escribiste- al castellano?

La traducción entre dos idiomas que no tienen parentesco lingüístico es siempre costosa: la estructura morfosintáctica, el léxico, etcétera, están alejados, pero también lo están el mundo simbólico y referencial. Por eso las notas a pie de página. Luego está el asunto de la musicalidad, que a veces no se consigue en la estrofa equivalente, sino en otra. Mis traducciones no son nada ortodoxas: si tengo que «traicionar» al texto de origen, traiciono… siempre en aras del resultado global.

Tu libro, a medida que avanza, deja atrás las emociones de la niñez para recorrer un camino.

Sí, en la tercera parte se relata un viaje de soledad. Si la primera parte del libro es la de la memoria, y la segunda es la parte mítica, esta es la alegórica. Este viaje comienza en la ciudad y acaba en los paisajes naturales. Para quien quiere practicar el ejercicio de pensar, el camino es locus ideal; y también para quien quiere cambiar el pensamiento. El punto de vista es reposado, el de una viajera que quiere poner contrafuertes al sentimentalismo para evitar desbordamientos, y su mirada se posa en varios elementos -una draga, el astillero, un ciruelo…- en los que percibe mensajes, percibe significados o se los atribuye desde su subjetividad. Es el camino de la metamorfosis hacia la reconstrucción personal, y por eso aparece en todo el libro un animalillo arquetípico, la mariposa.

Has captado la esencia de lo cotidiano y cercano elevándolo a una literatura que se va haciendo más compleja y actual según avanzan el poemario.

No lo sé. Mi escritura siempre ha estado muy vinculada a lo cotidiano y a la experiencia doméstica. Reivindicar la cocina, por ejemplo, es dignificar un espacio de creatividad. En el libro, aparte de los apartados que ya hemos mencionado, hay uno tal vez más complejo, el último, que consiste en una reflexión sobre la escritura. Hay una especie de patología que nos empuja a escribir, una razón, algún ritual, procesos, vías…, pero ¿cuál es el objetivo? Esa es la pregunta que se plantea en el diálogo «Un gin-tonic en Miramar con la señora Atwood», respecto al contenido del poemario.

Cuando va finalizando el poemario aparece, aunque difuminado, el dolor y la muerte. ¿Te propusiste el libro como el ciclo de una vida?

El dolor y la muerte laten con fuerza en el libro, que contiene un doble duelo: por una parte, ira, nostalgia, obsesión e incomunicación derivadas de un desamor; por otra, el asombro, el dolor, la culpa y la añoranza tras la repentina muerte del ser amado. Un largo canto de despedida, en suma, una elegía. Hay experiencias que son como mojones en la vida, que marcan «un antes» y “un después”. De ahí la petición de cerrar la puerta para poder superar el pasado, puesto que olvidarlo es imposible.

¿Se puede decir que la mitad del libro tiene que ver mucho con la tradición, sin embargo la otra mitad es vanguardia en todo su esplendor?

No sé si tradición y vanguardia aparecen en esa proporción. Y, sinceramente, hablar de vanguardia me produce un poco de respeto. Yo he buscado variedad formal y por eso poemas de factura más clásica conviviendo con barroquismo, abstracción o estilización. También mencionaría la línea icónica transversal que recorre el poemario con la intención de subrayar la idea de visibilidad. Están la escultora, la fotógrafa, la miniaturista, varias pintoras… En mis libros, en general, es un rasgo la abundancia de referencias a otros autores y autoras como argumentos de autoridad, modelos o premisas para la dialéctica. Imposible no aludir en este libro a la forma, pero tanto de la estructura del contenido y su organización como, sobre todo, a la de la tipografía, diferente y puesta al albur. Sin embargo, es un libro reglado con algunos puntos de transgresión que le hace atractivo y original, así como excéntrico.

Me gustaría saber qué es la literatura para ti, ¿por qué escribes poesía?

Porque escribir es ser, es transformarse, es construir, es renovar y es incitar. Aunque a veces no hallamos una respuesta y avanzamos y retrocedemos en nuestros intentos, lo decisivo es no perder el impulso para escribir, que las palabras no nos abandonen, habida cuenta de que es la escritura lo que nos define. Es lo que intento explicar en el poema que cierra el libro, «Ruego a las palabras».