Entre aquellos libros genuinos, singulares, que han visto la luz en el año 2021 -algunos de ellos reeditados por fortuna-, destaca sin duda el que acabo de leer: Eldorado, de Fernando Sánchez Dragó, uno de los escritores más genuinos, rebeldes y polémicos, de nuestro suelo patrio, dueño de una cultura literaria, y no literaria, vastísima, esencial. Esto último lo demuestra en este libro, una obra exquisita, de un calado poético armonioso, que la editorial cordobesa Berenice, del grupo Almuzara, acaba de editar en su cuidada colección Contemporáneos, donde se rescató hace unos meses, poco más de un año, otra novela descatalogada, certera y brillante, La virgen roja, de Arrabal. Ahora, la colección se consolida con la reedición de este título emblemático, Eldorado, de Fernando Sánchez Dragó. El autor del inolvidable Gárgoris y Habidis, uno de los ensayos más genuinos que vieron la luz en la Transición, escribió la novela que vamos a comentar a sus veintitrés años. La pergeñó, además, en dos sentadas (entre el 1 y el 9 de octubre de 1960, y entre el 2 y el 17 de enero del año siguiente), en tiempos difíciles, bajo el yugo del franquismo, adelantándose con ello, en muchos ángulos (a nivel estético, ético y cultural) a los escritores que, décadas después, apostaron por ese tipo de novela culturalista, barroca y emotiva, impregnada de un suave lirismo torrencial, que Fernando había descubierto un tiempo antes, cuando sobre las almas azules y libertarias aún seguía flotando y pesando un cielo gris que laceraba el vuelo del amor.

Hablar a estas alturas de Sánchez Dragó (Madrid, 1936), escritor afamado y conocido como pocos, de algún modo resulta, aunque parezca paradójico, bastante arriesgado, pues el musgo de su fama cubre la tierna pared espiritual del hombre y gran escritor que se guarece bajo el agrio disfraz de persona conflictiva y cierto aura canalla aparentado para la mayoría que, sin conocer su obra, se deja llevar, e impresionar, por las polémicas que, a veces, suscita en prensa o televisión. Aquí, sin embargo, no vamos hablar de su persona, de su modo de ser, de pensar o de opinar, sino de su extraordinaria lucidez, de su fuerza creativa a la hora de acometer con delicadeza poética y bravura, en purísimo trance, obras tan sublimes como esta novela, Eldorado, que escribió asaetado por un amor de juventud que dejó una muesca de olíbano en sus ojos y un reguero de amianto y fósforo en su piel: «La habitación entera desapareció... Pero no se hizo la oscuridad ni nos abrumó el vacío. Los cuerpos se llenaron y se iluminaron el uno al otro. Adán inmovilizó a Eva sobre los helechos… El minutero de la historia se detuvo» (Pág. 185). Y es que estamos, en verdad, ante una novela de amor puro, de amor torrencial, de amor lírico y sublime, donde Jaime, noble alter ego del autor, relata con un deslumbrante desparpajo su enamoramiento súbito de Laura, dibujando con ello un tapiz denso y boscoso donde tienen cabida sueños, lentos amaneceres, madrugadas y crepúsculos sobre el paisaje descarnado de una Costa del Sol aún sin contaminar por esa cateta costra de jet set y rostros afamados, cincelados por el brillo de un papel cuché que pudre el corazón: «… hasta la línea quebrada de las olas, sin brote alguno de urbanismo, la playa nos pertenecía por completo» (Pág. 102).

«La novela se ambienta en aquella España purulenta, penumbrosa y plomiza, de mitad del siglo XX...»

La novela se ambienta en aquella España purulenta, penumbrosa y plomiza, de mitad del siglo XX que, en la Costa del Sol, adquiría otro cariz menos provinciano y más cosmopolita. El autor, con el tacto exquisito de un pintor a caballo entre el impresionismo y el barroco nos va dibujando el paisaje humano y físico de aquel país tintado en luz grasienta con visillos de invierno movidos por los dedos de una brisa olorosa a aceite de ricino, a cera y zotal, a coñac y bicarbonato. Escribir bajo la censura no era fácil y, aún menos, si el que lo hacía -este es el caso- inundaba su obra de aromas subversivos contra la realidad brumosa y cínica que cercaba sus cálidas ansias de volar. Escribir, insistimos, entonces no era fácil, si uno araba el silencio buscando libertad y, también, belleza ética y estética, compromiso social, en lo que escribía. No obstante, Sánchez Dragó, sin pretenderlo, consigue trenzar una historia intemporal dentro de un relato de amor hermoso, atípico, que subvierte las reglas éticas y morales de una sociedad aburrida y mojigata, que acababa asfixiando los sueños juveniles y las ansias de amar con el corazón en llamas, como lo hace Jaime, a tumba abierta, arriesgando lo poco, o lo mucho, que tenía, los bolsillos vacíos, huérfanos de oro, pero con el corazón lleno de olmos y crepúsculos, de peces relampagueantes y rosas tenues: «Crujían las chicharras y mugían las abejas… Sentíamos pasos en la sangre… Seguí besándola. Al hacerlo me sentía, como Bécquer, habitante de la bruma. Una nube de algo me envolvía» (Pág. 290). Aquí, en este relato, por encima de la época en que fue concebido, la plúmbica humedad de un país descascarillado por el moho de un inmovilismo político e ideológico, triunfa la subversión sobre el boato, la rebeldía sobre la represión, la libertad juvenil sobre el dinero ominoso, grasiento y gris de una posguerra erigida sobre la conciencia de un enano contra el que no se podía rechistar. Y el autor de este libro tuvo la valentía de dinamitar a través de la palabra esbelta y romántica aquella niebla gris que a los españolitos agrietaba el corazón. En cierto sentido, durante su lectura, este libro recuerda por su concepción romántica, y su deslumbramiento amoroso cenital, a novelas magníficas, ya descatalogadas y, en consecuencia, ahora inencontrables, que sobresalieron por su calidad estética cuando en su día fueron publicadas, como, por ejemplo, la del escritor leonés Antonio Colinas, Larga carta a Francesca, uno de los libros de amor más hondos y puros que uno puede leer a lo largo de su vida. 

La novela citada vio la luz en Seix Barral en el año 1989; la que nos ocupa aquí de Sánchez Dragó fue concebida y escrita antes que los novísimos, cuya voz más genuina y notable es la de Colinas, apostasen por la poesía de altos vuelos, de atmósferas culturalistas y venecianas, que el poeta citado supo renovar.

'Eldorado'

Autor: Fernando Sánchez Dragó

Editorial: Berenice. Córdoba, 2021.

UN FESTÍN DE PALABRAS

El lector sensible y audaz que quiera hallar una epifanía celeste del lenguaje debe entrar a este libro de Sánchez Dragó para darse un gran festín de palabras bellas, flamígeras, radiantes, magníficas y susurrantes como el vuelo ondulado y feliz del abejorro azul que, en varios fragmentos del libro, pespuntea el enfebrecido aire del verano cerniéndose sobre el corazón de Jaime y Laura, los protagonistas esenciales, prodigiosos, de esta novela mágica de amor. Libro caudaloso y lírico, fibroso en su fondo rebelde, fluido en sus diálogos delicadamente insólitos, sublimes, como la espuma de un mar desconocido que impregnó los veranos de aquel Torremolinos aún puro e incontaminado, virginal, sin las dentelladas urbanísticas cerriles que iba a sufrir décadas después.