Lo primero que llama la atención en el último poemario de Carmelo Guillén Acosta (Camas, Sevilla, 1955) es la capacidad que tiene el poeta para ubicarse en la realidad de las emociones y los afectos; al mismo tiempo que su afán contemplativo, vinculado a su espiritualidad. Se diría que el gozo de vivir ha de ser la máxima aspiración humana, y junto a ellos, el amor: dar amor y recibirlo. Por eso, el estado de gracia no supone otra cosa que adentrarse en la lucidez y la reafirmación en la claridad, favorecida por un gozo interior que roza la plenitud humana. Es lo que se expresa en poemas como «Mira afanoso el mundo» (Pág. 11), junto al aliento místico, el diálogo aleccionador consigo mismo, el tono confidente y la postura ética. De la existencia forma parte el dolor, que «se adueña de tu vida/ y te deja hecho añicos, sin poder respirar/ más que un aire en cuidados paliativos constante» (Pág. 13). Por eso el poeta mira siempre el mundo con los ojos enormemente abiertos a través de la mirada sorprendida del niño. Del mismo modo, en el poema «El peso de la tierra» (Págs.18-19), el autor reincide con mayor ahondamiento en el tema del dolor, el cual estaba ya presente en Las redenciones (2017); tema que resultaba inevitable, a pesar de que la poesía de Carmelo Guillén resulta jovial y optimista como pocas. 

Manifestación expresa de la plenitud alcanzada a través de la lucidez y la experiencia de la misma son los textos que siguen, donde, se dice: «Ahora que me siento capaz de descubrirle/ su brillo, su aliciente y sus muchas revueltas;/ precisamente ahora, en plena lucidez,/ cuando nada me tienta tanto como este mundo» («Ahora», pág. 20). Por eso no le importaría enmudecer, pues siente que hacia el mutismo se conduce. Asistido por la gracia, el poeta se aferra al instante con la certeza del ser para la luz y se ubica en el silencio y la contemplación que le inducen a la reflexión, al sosiego y la armonía.

Y ello, con la presencia y el disfrute de las pequeñas cosas que producen bienestar diario, en la sencillez de lo cotidiano. Veinte poemas, pues, conforman la primera parte del libro y sólo en uno de ellos aparece la conciencia de la muerte («Quién me iba a decir», pág. 30); entiendo que, junto al dolor, los dos elementos novedosos que venía introduciendo el poeta desde su libro anterior; pues el optimismo vitalista o el gozo de vivir ya estaban presentes en su obra. Ya en la segunda parte, perpetuar la vida y arañar la eternidad aparecen como legítima aspiración humana. Entiende así el poeta que amar, poner amor hasta en las cosas más pequeñas, es eternizarse. Y también que el amor supone entrega, desgaste, o como el mismo dice: «eterno holocausto» («El centro del fuego», pág. 37). En el poema «Razones», afirma que están en este mundo su heredad y su gloria (Pág. 40) y solo la fuerza reveladora del amor es capaz de suplir las carencias del dolor y el desencanto. Ella imprime en el hombre el sentido de lo sagrado. En su camino de ascensión hacia la lucidez, el poeta nos habla del más hermoso sueño de su vida, que es vivir «volcado en el cariño de los míos, / sin otra voluntad que la de darme/ y recibir amor, hecho a la idea/ de que no existe otra eternidad» (pág. 44); y en el poema «Lo único importante» afina hasta el punto de confesar: «nada resulte/ tan útil, conveniente e imprescindible/ como tener a alguien que te quiera/ de todo corazón y esté dispuesto/ a lo que haga falta por cuidarte» (Pág. 45). La experiencia de la muerte a través de las personas más cercanas puede apreciarse en poemas como «El hilo de la vida», «Entro siempre en conflicto» o «Juan 13, 1» (Págs. 47-48-49) donde declara la aceptación que supone abrazar la cruz. En esa misma línea está «P.G.» o «Qué terrible el dolor», en páginas siguientes, donde afirma que el dolor lo vivifica al conducirlo al amor. Tampoco se olvida de la grandeza y la necesidad del perdón o de encontrarle sentido a la ignominia: «procuraré que el amor recibido, que fue inmenso, / me sostenga» («Para cuando se presente», pág. 65). Sabe que en los demás habrá dejado lo mejor de sí mismo y que la palabra «gratitud» lo expresa fielmente. Carmelo Guillén Acosta nos sigue hablando desde sus poemas, en un tono de mayor gravedad, si se quiere; pero con ojos azules y sonrisa franca brillando a cielo abierto, como un niño asombrado. Aprendiendo a querer. 

En estado de gracia

Autor: Carmelo Guillén Acosta.

Editorial: Renacimiento. Sevilla, 2021.