Los años sesenta y setenta proporcionaron acuñaciones tan gratuitas como el denominado boom, término genérico que se aplicó a cuanto supusiera novedad en el espacio literario y ofreció una avalancha de narradores hispanoamericanos cuya trascendencia aún resuena a día de hoy, y también se acuñaría al conjunto de obras publicadas por andaluces que sonaban entonces en el panorama narrativo, bautizados como Nueva Narrativa Andaluza, aunque no se constataba este hecho por significativo desde el punto de vista formal, estructural o temático y, salvo excepciones, autores y algunas obras manifestaban el compromiso social de una Andalucía castigada. Se potenciaba un esteticismo heredado de los clásicos de la narrativa durante siglos: Delicado, Alemán, Vélez de Guevara o Espinel, y dos siglos más tarde Juan Valera y Pedro Antonio de Alarcón.

A falta de una ideología, o de una práctica escrita, habría que sostener que, pasado mayo del 68 y sus secuelas, en Andalucía, ni una cultura andalucista ni unos intelectuales propios mostrarían ese espacio esgrimido, sino que algunos se vieron obligados a emigrar y contribuir a la cultura nacional desde ópticas diversas. No hablamos de cultura andaluza, sí de una mixtificación, represión y colonialismo cultural propio y extranjero que formalizó un evento que en los primeros años setenta se calificó de Nueva Novela Andaluza.

Se olvidó pronto, pero puso en tela de juicio unos primeros tanteos sobre narrativa andaluza, con apuntes coherentes, breves notas de aproximación desde un punto de vista subjetivo con narradores vinculados al sur, por nacimiento o residencia y, si no fue suficiente, despertó el interés en algunos autores: Manuel Halcón, Ramón Solís, Luis Berenguer, Manuel Barrios, José María Requena, Alfonso Grosso, José Manuel Laffón, Manuel García Viñó, José Asenjo Sedano, Carlos Muñiz Romero, Julio M. de la Rosa y Federico López Pereira.

Estos autores habían publicado una extensa obra narrativa y, por los años en que se generaliza el fenómeno, coincidieron en las librerías con algunas de sus obras más significativas y, desde perspectivas distintas, aparecerían los nombres de José Manuel Caballero Bonald, que en 1962 obtenía el Premio Biblioteca Breve por Dos días de septiembre; Aquilino Duque publicaba Los consulados del Más Allá (1966), La rueda del fuego (1971) y La linterna mágica (1971); Antonio Prieto, que contribuiría en los años cincuenta con diversas obras de técnica realista, Buenas noches Argüelles (1956) o Vuelve atrás, Lázaro (1958), para iniciar un concepto narrativo distinto, una concepción intelectual y simbólica de referencias culturales, clásicas y, en 1972, publica Secretum; y José María Vaz de Soto, que iniciaba una obra con un gran impulso narrativo, El infierno y la brisa (1971), al que seguirán relatos dialogados como Diálogos del anochecer (1972) o Fabián (1977), más tarde.

Juan Eslava Galán, Salvador Compán y Manuel Moyano. Pedro M. Domene

Los proyectos de un suplemento

Los caminos de la ficción durante los últimos treinta y cinco años, y la perspectiva de la cita quincenal de un suplemento de libros en un diario con 80 años de historia, Diario CÓRDOBA, ofrecen la garantía para establecer un recuento de la narrativa andaluza, que se traduce en una visión plural, un apunte sobre las corrientes y los títulos que durante este tiempo han conformado el panorama narrativo.

El suplemento Cuadernos del Sur nacía a finales de 1986, consolidada la democracia y libertad que obligaba a un debate plural sobre abundantes cambios. El suplemento se ha convertido, durante estos años, en un escaparate para debates y conmemoraciones, publica monográficos, entrevistas y reseñas de novedades desde el ámbito regional que calan en el nacional.

En la segunda mitad de los ochenta y en los noventa tuvimos conciencia de pasar de un acentuado franquismo a una postmodernidad que ofrecía obras de carácter más individual y una literatura menos clasificable. Los rasgos de la novela en democracia se definían como nueva novela, última narrativa, narrativa joven, narrativa postmoderna o nueva narrativa, agrupando la obra de jóvenes narradores. Se hablaba de novelas poemáticas, imaginativas o lúdicas, resultado de esa apertura hacia ámbitos culturales mayores, de contactos con literatura extranjera o el abandono de una ideología partidista, que se titulaba novela y vida, espacio y tiempo en la narrativa o tramas y géneros.

El escritor Manuel Moya. Córdoba

Resulta difícil cuantificar, tras treinta y cinco años de Cuadernos del Sur, las reseñas, entrevistas, aniversarios, monográficos o temas diversos recogidos en sus páginas, tarea que ofrece el volumen Cuadernos del Sur. Un episodio clave de la crítica literaria en el periodismo cultural (México, Caudal, 2016), que firmaba Antonio Rodríguez Jiménez, su director y fundador desde noviembre de 1986 hasta noviembre de 2008, un libro de una perspectiva amplia y un minucioso análisis que pone de manifiesto el valor de una entrega, inicialmente, semanal y después quincenal que subraya la importancia de un suplemento como significación crítica y posibilidad intercultural que desde el ámbito de la prensa regional ofrece a sus lectores una perspectiva nacional y diversos planos para la reflexión sobre literatura, creación o arte.

Es un suplemento que nació y pervive porque informa y obliga a reflexionar sobre temas de actualidad literaria, historia, pensamiento y filosofía, y cuantas áreas de conocimiento se publican en sus páginas, en un permanente debate sobre fenómenos creativos y críticos.

Narrativa en el sur

Comprometido por su propia historia personal y colectiva se muestra Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956), desde Beatus Ille (1986) o las siguientes El invierno en Lisboa (1987) y Beltenebros (1989), calificadas de "esencia del paradigma moderno". Muñoz Molina capta un presente ético e ideológico con manifestaciones tan oblicuas y dispares como la realidad misma; El jinete polaco (1991) o Plenilunio (1997) cuestionan algunas de esas ideas que circularon en la sociedad española: la aceptación de la violencia, natural e inevitable, el desprecio, la celebración de la crueldad o el miedo del desvalido ante los poderosos, un mensaje aún válido que llama a la responsabilidad de cada cual.

Sefarad (2001) es una novela de novelas, y sus últimas entregas, El viento de la luna (2006), La noche de los tiempos (2009) y Como la sombra que se va (2014) subrayan una creciente voluntad creadora. A éstas se unen Los pasos en la escalera (2019) y la reciente Volver a dónde (2021), una crónica sobre el paso del tiempo, sobre cómo somos capaces de construir nuestros recuerdos y cómo estos nos mantienen en pie en momentos en que la realidad queda en suspenso.

Antonio Soler publicó La noche (1986), a la que siguió una fructífera obra con Las bailarinas muertas (1996), El camino de los ingleses (2004), Una historia violenta (2013) y Apóstoles y asesinos (2016), Sur (2018) y, su última propuesta, Sacramento (2021). Eduardo Mendicutti entregaba Siete contra Georgia (1987), aunque había publicado Una mala noche la tiene cualquiera (1982) y El salto del ángel (1985), Tiempos mejores (1989), El palomo cojo (1991), Última conversación (1991), Los novios búlgaros (1993), Yo no tengo la culpa de haber nacido tan sexy (1997) o las más recientes, Furias divinas (2016), Malandar (2018) y Para que vuelvas hoy (2020).

El escritor cordobés Juan Campos Reina. Córdoba

Justo Navarro publicó El doble del doble (1988) y su producción se incrementaría con Hermana muerte y Accidentes íntimos (1990), La casa del padre (1994), El alma del controlador aéreo (2000), F (2006), Finalmusik (2007) y las últimas Gran Granada (2015) o Petit París (2019).

El cordobés Juan Campos Reina nos dejaba en 2009 tras una interesante obra que iniciaba con Santepar (1988), Un desierto de seda (1990), Tango rojo (1992), El bastón del diablo (1996) o La casa de los Maruján (2004). Otros nombres se sumarán a la nómina de un mundo literario andaluz como Antonio Enrique, con La armónica montaña (1986), a la que han seguido El discípulo amado (2000), Santuario del odio (2006), La espada de Miramamolín (2009) o Boabdil el príncipe del día y de la noche (2016); el granadino Gregorio Morales crea La cuarta locura (1989), El amor ausente (1990), El pecado del adivino (1992) o Sagradas palabras obscenas (2009), obra truncada por su fallecimiento en 2015; y José María Riera de Leyva sobresale con Lejos de Marrakech (1989).

Juan Eslava Galán publicó En busca del unicornio (Premio Planeta, 1987); Ana Rossetti, Plumas de España (1988); y en los 90, Alejandro López Andrada, La dehesa iluminada (1990), La mirada sepia (1994), La bóveda de cuarzo (1996), Bruma (1998), Los ojos de Natalie Wood (2012), Los álamos de Cristo (2014) y el Premio Jaén de Novela por los Los perros de la eternidad (2016).

Por su parte, Salvador Compán inició su trayectoria en los noventa y publicó las novelas El Guadalquivir no llega hasta el mar (1990), Madrugada (1995), Un trozo de jardín (1999), Cuaderno de viaje (2000), Tras la mirada (2003), Palabras insensatas que tú comprenderás (2012) y El hoy es malo, pero el mañana es mío ( 2017). Un afamado dramaturgo, Antonio Gala, daba a conocer la novela El manuscrito carmesí (1990), La pasión turca (1993), Más allá del jardín (1995), El pedestal de las estatuas (2007) y Los papeles de agua (2008). Manuel Talens destaca con La parábola de Carmen la Reina (1992), Hijas de Eva (1997) y La cinta de Moebius (2007).

Promoción de jóvenes

Una interesante promoción de jóvenes irrumpía desde diversos ámbitos, caso de Salvador Gutiérrez Solís, entre los límites de la novela y el ensayo, con obras como Dictando al cojo (1996), La novela de un novelista malaleche (1999), La fiebre del mercurio (2001), Más de cien bestias atrapadas en un punto (2003), El batallón de los perdedores (2006), El orden de la memoria (2009), El escalador congelado (2012) o El lenguaje de las mareas (2020). Por su parte, Isaac Rosa destacaba con La malamemoria (1999), El vano ayer (2004), El país del miedo (2008), La mano invisible (2011), La habitación oscura (2013) y Final feliz (2018). El cordobés de adopción Mario Cuenca Sandoval publicaba Boxeo sobre hielo (2007), El ladrón de morfina (2010), Los hemisferios (Seix Barral, 2014), El don de la fiebre (2018), y LUX (Seix Barral, 2021).

Por su parte, Sara Mesa mueve a los protagonistas de sus historias en los dos extremos de un mundo denso y dramático, El trepanador de cerebros (2010), Un incendio invisible (2011) o Cuatro por cuatro (2013). En Cicatriz (2015), dos jóvenes establecen una particular correspondencia basada en un simple intercambio; en Cara de pan (2018), Mesa describe la historia de dos seres marginados y Un amor (2020) es un viaje interior en mitad de una atmósfera asfixiante. También ha publicado las colecciones de cuentos La sobriedad del galápago (2008), No es fácil ser verde (2009) y Mala letra (2016).

La primera novela del cordobés Joaquín Pérez Azaústre, América (2004), corroboraba el interés por la "generación perdida" porque ofrece materia narrativa suficiente para desentrañar esa atmósfera literaria de la América del jazz y del glamour; El gran Felton (2005) narra las vivencias de Robert Felton, cuya sombra se proyecta sobre la historia que se prolonga en esa mirada minimalista sobre la generación junto a autores como Scott Fitzgerald o Hemingway. También ha presentado en estos años La suite de Manolete (2008), Los nadadores (2012), Corazones en la oscuridad (2016) y Atocha 55 (2019).

Una calculada propensión ha caracterizado a Juan Manuel Gil (Almería, 1979) para elaborar su propuesta narrativa, que iniciaba con Inopia (2008), Las islas vertebradas (2017), Un hombre bajo el agua (2019), y su celebrado Trigo limpio (2021), Premio Biblioteca Breve. Por su parte, Vicente Luis Mora publicaba Circular (2003), Subterráneos (2006), Circular 07. Las afueras (2007), Alba Cromm (2010), Fred Cabeza de Vaca (2017) y Centroeuropa (2020).

La narradora malagueña Esther García Llovet creaba un Madrid a su medida, elabora sus textos con profundas resonancias a partir de la simplicidad del significado. Son obra suya Coda (2003), de atmósfera asfixiante para unos personajes convertidos en seres sujetos a códigos, y Cómo dejar de escribir (2017), todo un ciclo urbano que continuaba en Sánchez (2019), recreo del extrarradio de un Madrid fantasmagórico que vuelve a estar presente en Gordo de feria (2021), aunque ahora realiza curiosas excursiones al resto de la geografía española.

"Lo que va a caracterizar a estos jóvenes valores será la desaparición en el horizonte literario de un concepto dominante"

Juan Jacinto Muñoz Rengel publicaría colecciones de cuentos como 88 Mill Lane (2006) y De mecánica y alquimia (2009). El asesino hipocondríaco (2012), su salto a la novela, rinde tributo a una mayor extensión y pretensión narrativa. Después vendrían El sueño del otro (2013), El gran imaginador (2016), que homenajea al Quijote, origen de la novela moderna y, recientemente, La capacidad de amar del señor Königsberg (2021). Manuel Moyano es autor de las novelas La coartada del diablo (2006), El imperio de Yegorov (2014), La agenda negra (2016), El abismo verde (2017), La hipótesis de Saint-Germain (2017) y Los reinos de Otrora (2019).

Manuel Moya entregaba La mano en el fuego (2006), La tierra negra (2009), Majarón (2009), Las cenizas de Abril (2011), Un buitre en el jardín (2017) o Colibrí con hielo (2019). No menos interesante es la obra de Cristina Morales, que ha publicado Malas palabras (2015), Terroristas modernos (2017) y Lectura fácil (2018).

Lo que va a caracterizar a estos jóvenes valores será la desaparición en el horizonte literario de un concepto dominante, de una poética narrativa, como en promociones anteriores, incluida la saga de los "narraluces", que se presenta desde ángulos muy diversos y se concreta al valor de su escritura. Poco importa ya, a nuestro juicio, que las voces provengan de Málaga, Córdoba, Sevilla, Granada, Cádiz, Jaén, Huelva o Almería, pero sí el buen quehacer lejos del concepto riguroso de un horizonte narrativo andaluz, que por cierto a nadie se le ha ocurrido acuñar, a día de hoy, como tampoco se consolidó el anterior.

Aún deben añadirse los nombres de Fernando de Villena y su Relox de peregrinos (1988), El desvelo de Ícaro (1988), Atlántida interior (1990), Nieve al olvido (1993), La casa del Indiano (1996), El hombre que delató a Lorca (2002), El testigo de los tiempos (2009) o El cautivo de su paraíso (2019). José Vicente Pascual destaca con La montaña de Taishán (1990), El capitán de plomo (1994), El cuarto oscuro (1995), Palermo del cuchillo (1996) o sus más recientes Isla de lobos (2016) y El alma en la piedra (2020).

Antonio Rodríguez Jiménez publicó Galilea (1994), Plaza del cielo (1996) o La alquimia del unicornio (2006). A este hay que unir los nombres de Juan Eslava Galán, Juan Antonio Rodríguez Tous, Manuel Jurado, Fanny Rubio, Felipe Benítez Reyes, poeta metido a narrador desde 1991 en que publicara Chistera de duende, a la que han seguido Tratándose de ustedes (1992), Humo (1995) y La propiedad del paraíso (1995), Mercado de espejismos (2007) o El azar y viceversa (2016). Francisco Morales Lomas, con Candiota (2003), La larga marcha (2004) o la reciente Las edades del viento (2020).

Asimismo, sobresale el consagrado Juan Bonilla y sus novelas Nadie conoce a nadie (1996), Cansados de estar muertos (1998), Los príncipes nubios (2003) y Prohibido entrar sin pantalones (2013), mientras que Fernando Martínez López ha publicado dos curiosas novelas: Tu nombre con tinta de café (2014) y Tiempo de eclipse (2020). En definitiva, casi una lista interminable porque en cada provincia, en cada pueblo, asoma un nuevo narrador que pretende abrirse paso en esta vorágine literaria.

Quizá hoy sí estemos en disposición de hablar de una perspectiva amplia del panorama literario andaluz sin que tengamos que aferrarnos al fetiche de un nombre que acaso se circunscriba a si existe o no una nueva narrativa andaluza. Valoramos un buen puñado de autores que escriben desde la perspectiva de la memoria, de su espacio físico y geográfico, con temas de su tierra y con técnicas que se inscriben en la línea de la mejor narrativa que se publica hoy en el marco de la narrativa española, como Lara Moreno, Por si se va la luz (2013) y Piel de lobo (2016); Elvira Navarro, La ciudad en invierno (2007), La trabajadora (2014) y La isla de los conejos (2019) o Elena Medel, con Las maravillas (2020).