La catedrática algecireña afincada en Málaga, Rosa Romojaro, posee una amplia labor poética por la que ha obtenido premios como el Manuel Alcántara, Ciudad de Salamanca, Antonio Machado, Andalucía de la Crítica… pero también es muy conocida por sus libros del siglo de oro y la Generación del 27, menos como periodista, con obras como Rodear la tarde, o narradora con Páginas amarillas o No me gustan las mujeres que lloran.

En esta ocasión nos presenta su obra Puntos de fuga (Cuaderno de Alemania), que podría considerarse como «un nuevo género» o al menos como una nueva forma de acercamiento al hecho literario al jugar a la fusión total, pues en él podemos encontrar narraciones breves, poemas, reflexiones filosóficas, metaliterarias, lingüísticas, axiomas, compendios de diario, diálogos…y, si me apuran, el magma de una narración que se ha ido construyendo a lo largo del tiempo y cuyo hilo argumental transita por su propia existencia, por su día a día a través del que va construyendo su memoria personal, sus recuerdos, sus deseos más íntimos y profundos, su desolación y apatía, tanto como su alegría de vivir. En este sentido se podría considerar un libro inclasificable si no existiera un concepto antiguo como «obra total». El término que fue utilizado por primera vez por el escritor y filósofo alemán Trahndorg en un ensayo titulado Estética y doctrina de la cosmovisión y el arte (1827), comenzándose a hablar desde entonces de obra de arte total para definir aquella que une diversas formas de arte combinando poesía, dramaturgia, arquitectura, pintura, música...

El mestizaje es la esencia de Puntos de fuga que estructura en tres grandes apartados «Acaban los 80», «En los 90» y «Entrados los 2000». Advierte al inicio la autora de los sucesos de su vida entre 1987 y 1988 que la cambiarían radicalmente, sus sensaciones, sus agobios… y señala que no es un diario sino la fuga, el escape, la huida de todo a través de una serie de escritos en papelitos que guardaba en el bolsillo del abrigo o la chaqueta, y cuando un amigo le trajo de Alemania como regalo un grueso cuaderno fue transcribiendo en ellos sus reflexiones, aquellos trozos de vida que había ido garabateando al cabo del tiempo rescatándolos del olvido.

El lector que penetre en ellos percibirá una obra original de gran riqueza en su conformación del sentido de la existencia, y también en su variedad y pluralidad, en la disposición de un mundo personal que de un modo inconcluso podría ser su Camino de Swann particular, pues nos lleva por olores, definiciones, formas de contemplar el mundo, fragmentos de lecturas («Quien ama a alguien ya no puede amar otra cosa, Proust»), resúmenes de películas, de situaciones, máximas, incluso greguerías… Pero sobre todo está presente su mundo en torno a la literatura y la vida, el sentido de terapia que aquella posee para ir avanzando sobre la nada: «La literatura es la mejor parte de la vida, siempre que la vida sea la mejor parte de la literatura (Wallace Stevens)». Las historias breves como la del taxista que le cuesta su historia de la Virgen, o las sensaciones del tabaco: «Hablaba mal de los escritores», son altamente significativas.

En los 90 hay una catábasis, un descenso al infierno del asfalto y las vanidades a través de un camino que nos habla de su casa, de sus lecturas, mesas redondas o pequeñas historias como la del narrador novel o en la consulta del psiquiatra. También sus reflexiones sobre Altolaguirre, un poeta muy amado. Y es que Romojaro ha querido como Proust transportarnos con sensaciones de fugacidad e impotencia, reteniendo el instante, esa fugacidad que catapulta la obra, esa niña que ha quedado con los abuelos o esa escritora que se plantea el sentido de su literatura y el mundo, y también el de la muerte: «Parece que la muerte va anunciando su llegada con antelación», siendo el pasado nada: «Unos pocos recuerdos, arrugas y un carácter».

En los 2000, la Anábasis, desde el desengaño al origen. El regreso. Con visitas al dentista, al psiquiatra, a la peluquería o a la hija de su sobrino, que tanto se parecía a ella. Son pequeñas celdillas de un panal que es su microcosmos cotidiano donde va creando la miel de la palabra y la vida, su pensamiento más profundo e íntimo, dotado de enorme hondura vital en torno al ser: «A mi madre, que con su muerte me trajo la conciencia de la muerte. Y de la vida». Un mundo para detenerse y reflexionar, para vivir y padecer y la necesidad de mirar lo que «uno no tuvo tiempo de mirar antes, ocupado en los trabajos y las obligaciones», y sentir los cambios que producen a diario: «En su persona hasta que se ha producido el cambio completo».

‘Puntos de fuga (Cuaderno de Alemania)'

Autora: Rosa Romojaro.

Editorial: Renacimiento. Sevilla, 2021.