Cabe en el corazón de los tomillos y en el misterio granate de las minas que él y yo atravesamos sin prisa en la niñez. José Luis tiene cuarzo y blenda en el espíritu cuando moldea el tiempo y lo guarece en la ocre esbeltez de sus esculturas líricas donde la lluvia danza con el sol. Uno debe adentrarse en la alta densidad de sus versos bruñidos por un buril de sombras, recrearse en la suave vainilla de sus cuadros en los que vislumbramos pájaros y encinas, las huellas sublimes de un lento anochecer donde la infancia huele a regaliz. Hay tanta pasión y amor en lo que escribe, en lo que dibuja, en lo que talla y mima…

Rozo sus esculturas y veo la brisa, el resplandor de la tarde en la dehesa. José Luis, mi amigo mejor de la niñez, mi alma gemela en la esquina melancólica del pueblo dormido en la paz de las encinas. Sus versos son «vesos» cargados de ternura, de dolor e inocencia, de tragedia y vino. «Anidan los mirlos -dice- en los naranjos», cuando escribe poesía agridulce y libertaria. José Luis Checa Alamillos el escultor, el poeta de hierro con alma de cristal.