Se acerca la Navidad, otra Navidad, y para muchos es el momento de hacer balance de un año para olvidar, como lo fue el anterior también. El covid no da tregua, la pandemia persiste entre nosotros y comienza a mostrarse como un mal menor en el que tiene cabida las imprudencias, las negligencias y las ligerezas de espíritu. Las editoriales imponen su particular velocidad de crucero a las imprentas para llenar las mesas de las librerías de aquellas novedades que no pudieron trasladarnos en los meses precedentes y, nosotros, los consumidores (de libros en este caso), aguardamos con expectación la llegada de aquellos autores que se nos lleva tiempo anunciando. En cabeza, los premios Anagrama y Planeta, cómo no, aunque prefiero quedarme con el «desbarajuste emocional» de un Pérez Andújar, autor de El año del Búfalo, antes que con La bestia, producto del experimento del nuevo triunvirato alfa de la literatura. Y es que no está todo dicho en este mundo de las letras, al parecer. Ya en su momento, premios Nobel de reconocido prestigio, a menudo rayando lo escatológico, eran acusados por sus colegas de mantener toda una cohorte de «negros» a su servicio escribiéndoles las novelas. Una más de las leyendas urbanas que pululan por el universo de la literatura, supongo. Pero este mes de diciembre, de Navidad y buenos deseos, también nos trae la reedición, cuando aún colean las peleas palaciegas sobre qué editorial tiene legalmente sus derechos, de las Biografías de Stefan Zweig, autor al que leo y releo desde mis años adolescentes, pero del que nunca había tenido la oportunidad de enfrascarme en ellas. Acantilado las ha reunido en dos volúmenes. Cinco siglos de la historia de Occidente, desde Erasmo de Róterdam, Fernando de Magallanes, María Estuardo, María Antonieta, hasta Émile Verhaeren y Romain Rolland, a la sazón amigos del escritor. Y en la estala de Zweig, toda una pléyade de escritores nos visita estos días navideños en las librerías. Cosas de Castelao, probablemente una de las grandes obras de la literatura gallega, que por azar caprichoso llevaba más de cincuenta años sin reeditarse, Vivir la lucidez, o el testimonio íntimo, ahora diríamos Diario, de un escritor comprometido con el siglo que le tocó vivir, y que entendía la literatura como un acto de rebeldía y justicia con la posteridad, o Una pesquisa surrealista, a la sazón testamento lirico-poético de André Breton, padre del surrealismo y precursor de todo un movimiento que le habría de trascender. Son tiempos de lujuria literaria, de alimentar nuestro propio, e indeseado síndrome de Diógenes particular, acumulando libros y más libros. Momentos en los que, cual replicante indefenso, algunos creeremos identificar nuestra particular puerta de Tannhäuser, «viendo cosas que no creeríamos, descubriendo libros, autores y editores más allá de Orión, mientras nos perdemos en el tiempo… como lágrimas en la lluvia». Felices lecturas, feliz Navidad.