Los niños de mi generación, nacidos durante los cincuenta, disfrutamos de la niñez y vivíamos con entusiasmo y admiración los días previos a la Navidad. En las vacaciones escolares descubríamos, de pronto, un mayor bullicio en las calles, y aunque no se engalanaban con las luces que veríamos años después, el espíritu navideño impregnaba nuestras vidas, cantábamos villancicos, tocábamos la zambomba y la pandereta, pedíamos el aguinaldo y en Nochebuena, sin saber cómo, se improvisaban cenas que se prolongaban y los niños permanecíamos despiertos hasta la madrugada, y aún nos quedaba la noche de Reyes, la esperanza de esos deseos escritos en una carta que dirigíamos a Melchor, Gaspar o Baltasar. Aquella era otra Navidad, construida en torno a belenes, la esperanza de la lotería, la visita de familiares y la perspectiva de un nuevo año algo mejor.

Las Navidades nos recuerdan las tradiciones, la literatura y la lectura de textos clásicos que escribieron Irving, Gógol, Andersen o Dickens, y estas fechas marcadas por historias atemporales o relatos encierran toda la magia y el espíritu de una época especial, una mirada a la literatura anglosajona del XIX amplía el foco hacia las tradiciones del resto europeo que, año tras año, se convierten en una selección de textos que nos permiten sentarnos en un cómodo sillón o, literariamente, frente a la chimenea, y dejarnos llevar por la imaginación. Las historias navideñas sobresalen en nuestro imaginario común, están presentes, como en Cuento de Navidad, de Charles Dickens, obra de 1843, la historia de una redención, una dura visión sobre la infancia, critica a la crueldad y a la codicia; Vieja Navidad (1819-1829), de Washington Irving, repleto de humor y de ternura, retrata la Navidad inglesa, de gran éxito en Estados Unidos. Muestra a Irving como el auténtico padre de la Navidad sentimental en su país, introduce la figura de San Nicolás, el muérdago y otros elementos navideños, padre de la nostalgia y el sentimentalismo estadounidense. El cuento Vanka, de Antón Chéjov, aborda la infancia maltratada desde una inconfundible óptica rusa, un precioso y tierno cuento de Navidad; un huérfano de nueve años, aprendiz de zapatero en Moscú, pobre y de vida mísera, se dirige a su abuelo para que vaya a por él. Otro relato navideño, en la estepa ucraniana, Nochebuena, cuenta una historia costumbrista y folclórica que Nikolái Gógol ambienta en un mundo mágico, la lucha cósmica y eterna del bien frente al mal, entre diablos, brujas y pasiones humanas.

España, con un espíritu propio, se ha prodigado en historias navideñas firmadas por plumas del XIX, cuentos ambientados en Nochebuena, Nochevieja, Reyes o el sorteo del Gordo de Navidad, que retratan una sensibilidad heredada y una forma de mantenerlas vivas, y conocer nuestra identidad cultural en las fiestas singulares del año, escritas por Alarcón, Bécquer, Galdós, Blasco Ibáñez o Emilia Pardo Bazán. Salpicados de costumbrismo patrio, beben de los temas tradicionales europeos, caso de La mula y el buey, la niña Celinina que Galdós crea enferma, próxima a morir, que mezcla la realidad y el sueño; o El premio gordo, de Blasco Ibáñez, un tema español, la lotería, cuenta la vida de Jacinto, un hombre humilde que cuando le toca la lotería descubre que todo no es tan bonito y su vida se desmorona por momentos.

Colecciones de Navidad 

La narradora gallega publicó varias colecciones de cuentos, dos dedicadas a la Navidad que tituló, Cuentos de Navidad y Año Nuevo (1893) y Cuentos de Navidad y Reyes (1902), que Clan Editorial reedita en una segunda edición, y reúne dieciséis relatos que transcurren en la noche del 24 de diciembre, esa Nochebuena especial que los protagonistas afrontan de distinta manera y curiosa, el marido adúltero de «El belén»; un pobre asno apaleado por su dueño, «La Navidad del Peludo», maltratado y humillado, atado a la puerta de una taberna, en esa fría Nochebuena, sueña con un prado verde para llenar su panza vacía, y Pardo Bazán otorga al pobre animal cualidades humanas, un ser racional que piensa, sueña y desea, aunque consciente de su condición animal.

La narradora gallega ofrece su visión naturalista en torno a la mágica noche navideña, detalla y precisa, perfila personajes como el espejo de una sociedad diversa, un estudio social que nos recuerda un pasado reciente; o esa propensión a las fatalidades, que se compensa con una firme vocación religiosa, «La tentación de Sor María», la historia de una joven monja nacida en una casa acomodada, con un futuro repleto de una felicidad y bienestar, aunque ella fija su mirada en Dios, dispuesta a ingresar en el convento de la Santísima Sangre, y servir de camarera del Niño Jesús, al menos una vez en la vida, un logro que convierte al argumento en una visión mágica de emociones, casi místicas, y llenan el corazón de amor y esperanza a las personas fervorosas. La lectura de estos cuentos gradúa la tensión y las expectativas del lector, caso de «El ciego», cuando un jinete en mitad de una tormenta, la tarde del 24 de diciembre, se encuentra con una espectral figura que lo arrastrará al abismo, mientras resuenan en sus oídos los pasos del ciego; otras curiosidades conforman las páginas de Cuentos de Navidad y Reyes, una oración que se abre a un mundo lleno de visiones, un misticismo profundo invade al Sumo Pontífice, Pío IX, cuando acude a la Basílica de Trinitá dei Monti en el cuento, «La Nochebuena del Papa», o la protagonista de «Jesusa», demasiado pequeña para entender los entresijos de este mundo y de la vida, texto que despierta los sentimientos reflejados en la ternura y la inocencia de la pequeña. El resto de historias escenifican las virtudes y los defectos de quienes las protagonizan, aquella sociedad que vivió Emilia Pardo Bazán, y cuya prosa nos reconcilia con la buena literatura. 

'Cuentos de Navidad y Reyes'

Autora: Emilia Pardo Bazán (ilustraciones de Marina Arespacochaga).

Editorial: Clan Editorial. Madrid, 2021.

CLÁSICOS Y MODERNOS EN NAVIDAD

Nuestros clásicos vivieron una Navidad de cuento, o contaron la Navidad en un cuento: ‘La nochemala del diablo’, de Leopoldo Alas ‘Clarín’, o la atormentada ‘Nochebuena del poeta’, de Pedro Antonio Alarcón, incluso ‘La lotería del diablo’, de José Echegaray; y, salvando el siglo, ‘Cuento de Nochebuena’, del modernista Rubén Darío, o la visión burguesa de una ‘Nochebuena aristócrata’, de Benavente; otra memoria navideña nos deja el peruano Ciro Alegría en ‘Navidad en los Andes’, de felices días infantiles; o la mágica noche de enero, ‘Lo que lleva el rey Gaspar’, de Azorín, y ‘El jardín umbrío’, de Valle Inclán. ‘Una rueda de mazapán para dos’ que pudo haber sido de calabaza, de Camilo José Cela, o ‘Una navidad sin ambiente’, de Miguel Delibes. Ana María Matute ofrece una mirada diferente a la ilusión, ‘El Rey’, la primera navidad feliz de un chiquillo pobre e impedido; cercano ‘El Abeto’, de Caballero Bonald; ‘Nochebuena’, de Eduardo Galeano, y ‘Solsticio de invierno’, de José María Merino. Se trata de esos cuentos que terminaremos de leer muchísimo antes de que nos llamen a sentarnos a la mesa navideña.