Paseando en una fría y tarde otoñal, algo extraña y rara, en este rinconcito del extremo sur, me sobresalta la noticia de su muerte. El paño suave de la incredulidad me hace recurrir a otras fuentes para corroborar, afirmativamente, su viaje definitivo. Los que estamos subidos en el tren de esta enfermedad, el cáncer, vivimos cada día con el deseo innato de poder bajarnos llegando a la meta de su curación definitiva, estoy convencida de que Almudena ha luchado por llegar a ella, pero una destructiva guadaña la obligó a bajarse, antes de tiempo, en un apeadero solitario y desconocido. Y, aunque todo esto sonará, dentro de unos días algo repetitivo, querida Almudena doy las gracias por haberte conocido, aunque haya sido en una breve, rápida e improvisada firma de uno de tus libros, gracias por tu legado literario y humano, por haber predicado, sin ningún tipo de tapujos, tu sentido de la justicia, de la democracia, de la libertad. Gracias por todo. Nuestro corazón continuará helado hasta que no asumamos la desalentadora veracidad de tu muerte. Nuestro corazón permanecerá helado siempre.