Esta peculiar y combativa narradora, como es Belén Gopegui, es madrileña sesentera. Su primera novela en 1993, La escala de los mapas, la lanzó a la fama a través de la voz de los críticos. A partir de ahí ha escrito muchas novelas más. Entre ellas, Tocarnos la cara (1995), La conquista del aire (1998), Lo real (2001), El lado frío de la almohada (2004), Rompiendo algo (Ediciones Universidad Diego Portales,2014; Debolsillo, 2018), reúne una selección de artículos y ensayos. Pues Belén Gopequi tiene en su haber mucho como articulista y ensayista. Su última novela, Existiríamos el mar, nos confirma que Belén es un referente de la izquierda solidaria y que sus novelas no son gratuitas. Añadir que no son libelos, ni se acercan, sino novelas que nos reflejan, de forma atractiva, las injusticias del mundo de una forma cercana y real.

«El narrador quiere saber y por eso narra», dices en tu prólogo. Y yo te pregunto: ¿Puede una narración -en este caso una novela- contestarte a lo que quieres saber?

De la manera narrativa en que responden las novelas, sí puede. No se buscan afirmaciones científicas de hipótesis desmentidas o comprobadas, se trata de hacer que unas ideas y unos contextos vitales caminen por la historia que se narra y veamos cómo se relacionan, qué efectos producen, qué nuevas preguntas abren y a qué otras responden, aplicada su respuesta a una situación concreta.

Se trata de observar la vida real a través de quienes viven en común en una casa de la calle Martín de Vargas de Madrid. Dos chicos y tres chicas. Su día a día va pasando por las páginas que te sumergen en cualquier vida en común de jóvenes de ahora. ¿Qué elementos utilizas para que resulte tan verosímil esa cotidianeidad?

La verosimilitud es, me parece, un criterio discutible, más allá de que las mesas no vuelen, lo cual, por otro lado, en un código fantástico podría resultar verosímil. Me interesa el concepto de Pablo Maurette de perspicuidad, creo que es más atinado con respecto a lo que suele buscar una narración en primera instancia, transmitir la impresión de algo vívido, claro, que emite su propia energía, por así decir. Más allá de eso, la verosimilitud puede ser la simple correspondencia con los hechos naturales, que el agua hirviente queme, o una correspondencia más complicada con las normas implícitas del pensamiento dominante y que, a mi entender, conviene discutir, matizar, precisar, cuando ocultan intereses. En general, casi todas las obras literarias que me interesan se han enfrentado a estas ideas de verosimilitud recibidas, y han puesto en cuestión, por ejemplo, que la maternidad sea idílica, que el amor todo lo pueda, que una persona es su propia providencia, o la idea de que las revoluciones devoran a sus hijos. Estos personajes rondan la cuarentena, comparten piso no por elección sino por sus circunstancias económicas, y tratan de desbrozar un camino entre la necesidad y la libertad.

¿Por qué se marcha Jara? ¿Frustración o «sueño»?

Casi nunca hay una sola razón que explique un comportamiento. Tampoco en el caso de Jara; en todo caso, creo que los motivos de su marcha se van desplegando a lo largo de la novela y me resulta complicado resumirlos en una o dos palabras; en todo caso, pienso que Jara no escogería, tal vez, ninguna de esas dos.

Por cierto, el prólogo me ha parecido muy poético. ¿Es Gopegui poeta?

Imagino que te refieres al momento en que la voz narradora se presenta. Entiendo que las novelas son, también, un catálogo de voces, y son esas voces las que pueden utilizar recursos procedentes de la poesía. Narrar es prestar atención al tono y a la intención de esas voces, esto es lo que hace Gopegui, pero no, no es poeta.

¿Eres de las que cree que la escritura va más allá de la emoción y la razón...?

Me interesa la escritura materialista que tiene claro que la materia no es solo aquello de lo que están hechos los objetos, un pensamiento es material tal como lo son el entusiasmo y el miedo. Por otro lado, la razón contiene a veces fragmentos de lo que se llama emoción, y las emociones se piensan a menudo. La escritura no va más allá de la materia, pero sí puede intervenir en los modos de interpretarla.

En la novela se capta cierta insatisfacción con el mundo actual por la forma en cómo nos vemos obligados a vivir. ¿Cómo te gustaría vivir si se puede responder a esta pregunta?

Asumo el deseo formulado expresamente por Juan Carlos Rodríguez, vivir allí donde no haya libertad de explotar.

¿Qué destruye una vida más, condiciones materiales o psicológicas? En definitiva, existenciales.

De nuevo me cuesta compartimentar esta destrucción; como dices, es la existencia la que se ve afectada por condiciones materiales que pueden destruir una relación de pareja o familiar o la mente, que forma parte del cuerpo y, a su vez, de una relación con otras mentes y cuerpos. Lo que destruye una vida, al margen del dolor inevitable es el daño evitable, la desigualdad, la explotación, la falta de salario social y de conciencia de que la mala suerte no es individual y la buena suerte tampoco lo es.

¿Somos nuestro trabajo? O dicho de otra forma, ¿nuestro trabajo nos moldea?

Exceptuando a las personas rentistas, en esta sociedad mantenerse, esto es, mantenerse con vida, exige trabajar o haber trabajado; el trabajo es una obligación de la cual depende el propio sustento y, sin embargo, en la mayor parte de los casos no se puede elegir ni la tarea ni las condiciones en que se realiza. Es extraño que la democracia excluya la democracia laboral. En la sociedad actual el trabajo doma casi siempre, y extrae más energía de la que sería necesario. Sin embargo, si la sociedad estableciera otras prioridades, podría ser el mejor modo de canalizar el despliegue de las facultades humanas.

Como he dicho, tu novela narra la historia y las historias de cinco personas que viven en comunidad: sus esperanzas, frustraciones, ilusiones amarguras. ¿Pretendías algo con esto de hacer una novela de la vida real de nuestro tiempo?

La vida pasa entre lo que se espera, lo que se anhela, lo que se hace; en una novela la vida puede tal vez acompasarse al ritmo de quien lee, y abrir espacios de tal modo que el rato que en la vida se nos va componga un sitio visitable, y que allí el pensamiento conviva con el canto.

¿Se podría decir que tu libro son las historias de la historia de la convivencia?

Creo que una novela es duración, es el tiempo en que estamos en ella y en ese tiempo las historias, los diálogos, las imágenes y acciones casi nunca giran alrededor de un solo tema, como, por otro lado, tampoco pasa en la vida.

Sin duda, es una novela gopeguiana, donde las condiciones precarias, o casi, del grupo que vive en el piso de la calle Martín Vargas de Madrid justifica toda la novela en lo laboral y en una convivencia afectuosa. Desde luego ya lo he sugerido más o menos, pero una vena poética la recorre de arriba abajo.

Depende de qué entendamos por poética, si nos acercamos al origen de la palabra, ligado a la idea la «fabricación, creación, producción», diría que sí existe esa vena porque no quiero limitarme a reproducir, sino producir materiales que se relacionen con la imaginación -que requiere de inteligencia y sensibilidad para existir- de quien lee.

Es una novela no para contarla, sino para vivirla. Todo lo que somos los seres humanos de felicidad y amargura transcurre en estas conversaciones tan unidas a la situación laboral, sentimental, de amistad de estos tiempos.

Las novelas se parecen, a mi modo de ver, a un sparring, a quien ensaya contigo en un combate dialéctico, son la sombra con la que boxean las acciones posibles, las ideas que las guían, las que las adversan, las metáforas que abren grietas y a veces grandes huecos por donde entra la luz; de este modo, cuando llegue el combate no ficticio, el que va a tener consecuencias, tal vez podamos hacerle frente un poco mejor. Algo semejante quisiera que fuese esta novela.