Hace quince años, en estos mismos Cuadernos del Sur, tenía la satisfacción de saludar y llamar la atención sobre la que me parecía y sigue pareciendo, después de una segunda lectura, una de las mejores y transcendentes novelas escritas en España en estos últimos años. Con un prólogo de Félix de Azúa reconociendo la verdad literaria y el rigor histórico de este significativo episodio de nuestro Renacimiento, Memoria de cenizas nos enfrenta a uno de los sucesos más tristes de nuestra historia intelectual y religiosa: la persecución y castigo por el fuego inquisitorial del brillante núcleo de humanistas sevillanos que a mediados del siglo XVI postularon, desde el Monasterio de San Isidoro del Campo, una reforma de la espiritualidad española, desde los presupuestos que había ya proclamado Martín Lutero en Alemania, es decir: el libre examen y el acercamiento de la Biblia, vertida en lengua vulgar, al pueblo creyente para que pudiera tener libre acceso a los fundamentos de su fe. Y todo ello en la Sevilla opulenta, teatral, sensual y litúrgica, de mediados del siglo XVI, entonces capital económica de España y puerta de Indias.

Con auténtica emoción he vuelto a releer las reveladoras páginas de esta obra, publicada por el sello sevillano El Paseo Editorial, en la que Félix de Azúa, en el prólogo, ya nos recomienda cómo «esta novela debería leerla todo el mundo, no como una ficción de honrada fantasía sino como la reconstrucción de un personaje fuera de lo común, Casiodoro de Reina, a quien trataron de hundir en el olvido y que ahora llega a nosotros enteramente viviente con su Biblia del Oso bajo el brazo, gracias al coraje literario de Eva Díaz Pérez», junto a sus otros compañeros de calvario intelectual Antonio del Corro y Cipriano de Valera, colaboradores de esta magna empresa traductológica.

Se trata, pues, de una novela histórica, pero hay que llamar la atención de que los hechos que se narran son rigurosamente auténticos; no hay nada de fantasía, ficción o invención literaria en sus páginas; todos sus personajes y acontecimientos (el foco protestante sevillano, formado por clérigos, damas y aristócratas, que habían llegado a integrar una clandestina iglesia reformada hispalense, su nobilísima empresa de traducción de la Biblia al castellano, condenada por la jerarquía eclesiástica, los tres autos de fe en los que fueron inmolados), así como todos los citados protagonistas con sus nombres detallados y personales peripecias biográficas, son rigurosamente históricos, desde Julianillo, el joven arriero que en el doble fondo de sus barricas traía los libros prohibidos desde la Europa reformada, a todos los miembros de la comunidad de San Isidoro del Campo, como se constata en el detallado apéndice onomástico, hasta el sistema del meticuloso y legalista funcionamiento inquisitorial. Todos estos esforzados protagonistas están presentados con convincente verismo psicológico, y su humanidad y alto espíritu intelectual y religioso llega en ocasiones a conmovernos profundamente por la veraz y muy bella forma expresiva con que se nos presentan en una prosa de muy altos valores literarios, que nos trae al recuerdo, actualizado, el sabor de la mejor prosa de nuestro Siglo de Oro.

La Sevilla renacentista

La novela está ambientada en la atmósfera de sensualidad, de lujo y vitalidad de la ciudad sevillana, sagrada y maldita, católica y pecadora, vuelta, a su vez, un teatro a la vez religioso y pagano en todo el esplendor de su riqueza, venida de Indias, y una extraordinaria ambientación de época, con una fiel documentación teológica y litúrgica, en la que confluyen la bullente Sevilla mercantil y popular y la nobiliaria y eclesiástica, por la que se mueven estos espíritus lúcidos, desinteresados e inquietos de nuestros heterodoxos, con la zozobra siempre alentando en sus corazones, bajo el acechante terror de la delación y la espada de Damocles de las tenebrosas cárceles de la Inquisición en el castillo de San Jorge, junto al Guadalquivir. La palpitación colectiva de la ciudad hispalense está tan omnipresente que ésta llega a constituirse también en protagonista de la acción narrativa con sus festividades litúrgicas, sus manifestaciones populares, su incesante bullicio comercial y portuario y hasta con sus periódicas inundaciones del Guadalquivir que asolan la urbe.

Hagamos constar igualmente que este libro no desmerece nada en absoluto si lo comparamos con otra novela análoga de Miguel Delibes, El hereje, en mi opinión su obra maestra, que refleja la sistemática represión del otro núcleo protestante de Valladolid, paralelo al que nos ocupa.

Hay libros que producen una honda emoción en el lector; una emoción intelectual y casi física a la vez hemos sentido al releer esta Memoria de cenizas, que, en su prosa brillante, convincente, veraz y realista, de gran riqueza expresiva, levanta, página tras página, un auténtico y nobilísimo memorial literario y moral por todos aquellos insignes y silenciados mártires de la frustrada Reforma española, que, junto al ya citado núcleo de Valladolid, fueron igualmente reprimidos a sangre y fuego por el celo religioso de Felipe II, y que representaban una fresca ráfaga de modernidad para el tenaz dogmatismo religioso de nuestro país. Esta novela supone un original y conmocionante homenaje a quienes en una época de intolerancia y fanatismo, tanto de un signo como del otro (en su exilio europeo estos exiliados compatriotas andaluces también tuvieron que enfrentarse, por su humanismo heterodoxo, a la intolerancia de algunos profetas, calvinistas o luteranos, de la Reforma triunfante), reivindicaron con su memorable traducción de la Biblia al castellano el libre examen y la autonomía de la propia conciencia personal, premisas fundamentales para el desarrollo de cualquier modernidad, frente al dogmatismo de pretendidas jerarquías religiosas e intelectuales, monopolizadoras de la verdad.

Ya el mismo Michel de Montaigne, conocedor del fanatismo religioso que desangraba a su patria, y postulador de la conciliatoria tolerancia por aquellas fechas, nos advertía, y advertía a sus mismos compatriotas de cómo «es poner un alto precio a nuestras personales conjeturas hacer quemar por ellas a un hombre completamente vivo». El sectarismo religioso asolaba la mayor parte de Europa y había desencadenado las terribles ocho guerras de religión que tuvo que sufrir Francia hasta la pacificación de Henri IV de Borbón.

Hagamos constar, para mejor poder valorar el significado de esta novela de Eva Díaz Pérez, cómo este trágico episodio de nuestra historia, sepultado por la represión y la ignorancia durante siglos, desconocido para la mayoría de los españoles, con la excepción benemérita de la Historia de los heterodoxos españoles, de don Marcelino Menéndez y Pelayo, no había tenido reconocimiento literario alguno hasta la fecha, en que la joven escritora sevillana nos lo ha resucitado en toda su preclara y doliente encarnadura de verdad y vida, y puesto al alcance de todos los lectores.

He aquí un libro hermoso, lúcido, trágico y estremecedor que nos vivifica y actualiza literariamente estos terribles episodios de nuestra historia y esta pléyade heroica de víctimas y protagonistas olvidados del común de los andaluces, modelos de honradez intelectual y libertad de espíritu para todos nosotros, que intentaron abrir las puertas de la modernidad intelectual y religiosa en nuestro suelo.

Hoy, las aventadas cenizas de estas olvidadas víctimas de la intolerancia cobran vida gracias al extraordinario vigor narrativo de Eva Díaz Pérez en este excepcional y necesario homenaje, literario y moral, a los silenciados mártires de la Reforma española, creadores con su monumental Biblia del Oso (llamada así popularmente por el sello del maestro impresor que figurara en su cubierta), de uno de los más grandes monumentos de la prosa española del Siglo de Oro.

‘Memoria de cenizas’.

Autor: Eva Díaz Pérez.

Editorial: El Paseo. Barcelona, 2020.