Una vez casi zanjado el periodo vacacional, medio zombi, sobre el cómodo sofá, escucho en duermevela los retazos de algunas repetitivas noticias que se almacenan en mi disco duro sin provocarme ningún tipo de inmutación. De repente llama mi atención, sacándome de esta siesta, medio veraniega, medio otoñal, un titular sobre el persistente machismo que sigue dominando nuestro descarrilado mundo en pleno siglo XXI. Se enciende una alerta que despierta mis cinco sentidos y los pone a pleno rendimiento. La noticia se centra en las respuestas que dan ciertos usuarios de WhatsApp, a las demandas de empleo de jóvenes chicas para limpiar casas o cuidar niños. Se pueden imaginar cuál era el contenido de las mismas, todas orientadas hacia la vejación y el desprestigio de la mujer, repletas de un machismo elevado al más grande de los infinitos aunque, eso sí, su trabajo iba a ser muy bien remunerado y las horas dedicadas extremadamente reducidas. Pues aquí estoy, de vuelta de mis agotadas vacaciones, pero me niego rotundamente a estar de vuelta de la continua humillación y ofensa hacia la mujer.