No soy el hombre que debo ser, pero este tampoco es el mundo que imaginé para mí». Antonio Agredano debuta en narrativa con Prórroga, la cruda historia de Julián, un hombre que sabe en qué consiste vivir porque conoce la derrota. En esta orgánica y original novela, el protagonista vuelve a su ciudad, Córdoba, con motivo de fallecimiento de su padre. Dicha situación le lleva a realizar un viaje en el que revisitar aquellos lugares físicos o emocionales que marcaron su destino.

El viaje de Julián desencadena en él un proceso íntimo inevitable. Incorporarse a la A4 en Sevilla y atisbar Córdoba después del encuentro con el toro de Osborne, como un animal mitológico que, tras la consabida hora treinta y dos minutos, le augura un descenso los abismos. Así, los reencuentros con personajes de su historia personal o el retorno al hogar suscitarán en Julián una sensación de pérdida, de desamparo, como un Ulises que descubre que no debería haber regresado. En la novela el yo es la propia herida, por lo que vivir es respirar en la intemperie más absoluta: «No pertenezco a los lugares en que viví. En mi infancia ya era un extraño [...]. Soy de donde alguna vez sobré».

Prórroga es también una novela sobre el tiempo. En la historia de Julián, la de muchos jóvenes que vivieron demasiado deprisa («la juventud es una jaula abierta») y a los que, después de la caída, del dolor o del fracaso, la adultez impuso un ritmo distinto, acaso desconocido aunque no inesperado. Agredano, además de remontarse a la infancia del protagonista en el barrio de Parque Figueroa --hay también en sus páginas un retrato social de la España de lo 80-- utiliza el marco de la Córdoba nocturna de finales de los 90 y principios de siglo para dibujar a un personaje que recorre calles y bares míticos de una ciudad reconocible. Julián sufre las consecuencias de su propia autodestrucción, de las decisiones que tomó y, sobre todo, de las que tomaron por él y lo hicieron más vulnerable. Así, en la novela, la relación con sus padres y, sobre todo, el desengaño amoroso («Carla fue mi Querétaro») dejan en él una huella indeleble, como las grandes decepciones futbolísticas (ténganse en cuenta a Mauro Tassotti o al ínclito Gamal Al-Ghandour).

Sin embargo, a pesar de la decepción, o quizás debido a ella, la novela nos muestra esa honestidad innegable de los perdedores. En la primera parte del libro, «Ceniza», --a mi entender la de mayor vigor-- y a pesar del «malditismo» del protagonista, experimentamos una gran empatía por Julián, ya que, como a él, la nostalgia y el dolor nos han revelado nuestra propia humanidad: «Mi corazón es un balón pateado por cien niños en la plazoleta». Precisamente, cabe destacar en Antonio Agredano una prosa certera y desprendida, llena de ironía e ingenio, como se puede comprobar en su actividad semanal como columnista Agredano desarrolla una escritura muy personal, despojada de cualquier prejuicio lingüístico e irremediablemente apegada a la cotidianeidad.

Volvamos al partido. Como se deduce del título, el eje de novela es la relación del protagonista con el «deporte rey», la vida de un exportero trasunto de Sísifo. El protagonista ha elegido frecuentar la «zona Cesarini» en que un error puede ser definitivo, donde el éxito o la euforia pueden ser la antesala de una caída. Para Julián volver a calzarse las botas supone una huida hacia adelante; volver al campo, un sí a la vida, la posibilidad de sentirse satisfecho en el empate, acaso sabedor de que su corazón late al ritmo de un cronómetro que lo cobija: «Que la vida es un empate lo estoy aprendiendo ahora».

Prórroga es una novela cruda, aparentemente desesperanzada, pero llena de luces («Todo es derrota. Hasta la victoria es derrota y renuncia»). Si bien nos enseña que no hay chanza para evitar aquellos goles imparables por la escuadra, la historia desvela que es posible aprender a recoger el balón una vez descansa entre las mallas. La vida es habitar ese espacio entre la línea de gol y la red, comprender que la fuerza ejercida sobre la esfera que une todas nuestras miradas puede acarrear dos trayectorias distintas para un único sentimiento: la esperanza y el fracaso solo se entienden desde la incertidumbre. Los minutos eternos del VAR trasladados a una vida que ya ha dilucidado el resultado antes del pitido inicial.

Julián cae al suelo en repetidas ocasiones, tantas como acometidas recibe, y, haya o no atravesado el balón la línea de gol, consigue levantarse, alzar la mirada y patear lo más lejos posible. En esa parábola de cuero sintético siempre hay esperanza. Lo que pudiera parecer derrotismo en Julián son solo un par de costras en las rodillas, las medias llenas de barro en la recta final del encuentro («¿Y si lo importante no era ganar, sino perder recibiendo menos goles de los esperados?»). Su anhelo merece una prórroga en que todavía hay partido, la asunción valiente de una identidad ligada al desengaño («Soy cada uno de los goles que me han marcado. También este gol que nadie recordará mañana»). Porque Prórroga es una metáfora donde no sabemos cuál es el término real y el imaginario, donde la vida es tan parecida al fútbol como el fútbol a la vida.

‘Prórroga’. Autor: Antonio Agredano . Editorial:Panenka . Barcelona, 2021.