La industria cultural también se queja de la subida de la energía: editores, impresores, librerías. Todos manifiestan que acabará por repercutirse en el precio de los libros. Los autores seguirán cobrando (o no cobrando), como estúpidos y miserables, el porcentaje acordado de un juego manido, mientras comprueban, tras la desproporcional subida, que sus libros solo los adquieren sus tíos, los vecinos y ese autor (o amigo) impertinente que se ha hecho con él para buscar defectos. Otros mirarán las estanterías de las librerías y dirán que han comprado o han leído los libros.

La Feria del Libro de Madrid continúa con ese numerus clausus que permite una «ordenada y segura» -así lo llaman ahora- asistencia. Muchos palmeros hablan de que mejor poco a no tener nada. Aunque lo cierto es que nunca hubo nada, tan solo existía la negación por parte de las autoridades a que la vida y la lectura continuaran su curso «anormal». Nunca han hecho nada ni han dejado hacer algo.

Escribía Cioran que «cuantas más injusticias se han sufrido mayor es el riesgo de caer en el engreimiento y hasta en la soberbia». Y algo de eso existe.

Con la subida del salario mínimo, cada español podrá comprarse un libro. Pero debe hacerlo antes de la subida, ya que con ese gran importe no les llegará ni siquiera para uno de bolsillo. Definitivamente nos quieren tontos, nos quieren imbéciles. Y aguantamos con una siniestra sonrisa que no nos lleva a ningún sitio. ¿Quién es capaz de pensar? Cualquier padre o cualquier madre de familia lo hace mucho más que un político. La sociedad se ha vuelto desequilibrada, y a su vez es capaz de apiadarse de los imbéciles; fomenta la corrupción de los listillos.

Unos lloran reclamando tiempo, y otros buscando el espacio que nunca lograrán. «Publicar gemidos, interjecciones, fragmentos…, tranquiliza a todo el mundo». Esto también es de Cioran.