La mayor aspiración del hombre, afirmaban los clásicos, es conocerse para aprender a estimarse, ya sea en el reconocimiento de sus facultades como en la aceptación de sus límites; y, desde este común aserto, aceptar al otro sea cual sea su razón o naturaleza, porque, aunque ninguna cosa humana merece gran ansiedad -como advertía Platón-, nada de lo humano debe sernos ajeno. Escribía el filósofo florentino Nicolás Maquiavelo, en su controvertida obra ‘El príncipe’, que «los príncipes y gobiernos son mucho más peligrosos que otros elementos en la sociedad». Por ello, debe exigirse la máxima responsabilidad a aquellos que diariamente exponen sus ideas en los medios y tienen la virtualidad de influenciarnos, siendo coherentes con ellas y tolerantes con las que otros defienden. Si el ser humano es libre para pensar, debe respetar todo aquello que se piense. Esta es la primera premisa para el entendimiento. El problema surge cuando las posturas son tan antagónicas que no admiten conciliación alguna, cuando el piélago es tan insondable que no hay escala que pueda franquearlo.