La obra poética, narrativa y ensayística de José Manuel Caballero Bonald ha sido estudiada y analizada a nivel crítico por importantes especialistas, profesores y escritores de varios países. No obstante, en esta semblanza literaria del autor gaditano, Premio Cervantes, queremos hacer una breve revisión crítica de su obra poética y narrativa más reciente. En toda ella resalta, entre otros aspectos, ese esplendor sutil de la memoria entendida siempre como materia crítica, estética y literaria. En su larga trayectoria, el autor jerezano se ha dedicado a construir un elegante edificio literario en cuyas habitaciones reverbera una luz nunca usada ni vista en nuestro entorno, ya que es muy difícil hallar en las letras hispánicas un autor tan comprometido como él con la brillantez y la estética del lenguaje. Caballero Bonald nunca renunció a escribir como si urdiera un tapiz verbal enhebrado con frases y palabras diamantinas que evocan ideas y emociones sugerentes de un modo genuino que solo él sabe pergeñar construyendo un hermoso discurso literario donde el lector sensible se recrea como si caminase dentro de un palacio o una catedral vestida por la luz.

Mientras otros autores afamados y conocidos, o reconocidos, dejan de escribir o de publicar llegada cierta edad, Caballero Bonald ofreció estos años últimos libros de una calidad insoslayable en el campo de la prosa o la poesía, como, por ejemplo, Desaprendizajes, donde el Premio Cervantes muestra un manojo de poemas en los que destellan la ética y la estética, el compromiso social y el pensamiento, la belleza emotiva y la reflexión. Es curioso como el autor en su última etapa consiguió dotar a su obra literaria, todo lo que escribió, de una pátina gozosa en la que se funde su ancestral sabiduría con una hondura poética esencial, tamizada por una hermosa rebeldía que se nos antoja limpia y juvenil. Es lo que sucede en su libro memorable, Examen de ingenios, de título acertado, uno de los mejores de su extensa trayectoria, donde el autor jerezano disecciona, hace recuento, traza y dibuja un mapa de almas, de caracteres y rostros de nombres reconocidos y prestigiosos que su pluma afilada, ágil y cristalina, consigue dotar de un aliento intemporal no exento de melancolía, algunas veces, y otras, no obstante, de cálida ironía, de humor sutilísimo, e incluso de amargor. Dividido en breves capítulos o estancias, el libro en el fondo es un racimo de retratos, todos ellos agudísimos, espléndidos, diáfanos, de escritores, pintores, músicos o artistas que el autor conoció o, en su caso, trató muy habitualmente a lo largo y ancho de su dilatada vida, ofreciendo un mosaico o una colmena bulliciosa de rostros y de nombres clásicos, esenciales en el transcurrir cultural del siglo XX, personajes sublimes algunos (Blas de Otero, Fernando Quiñones, José Hierro, Francisco Rabal, Antonio López o Paco Umbral), algunos más displicentes y engolados (Castilla del Pino, Jesús Aguirre o Antonio Gala), y, por último, otros cercanos y entrañables (Ángel González, Pablo García Baena, Paco Brines o Emilio Lledó).

‘Examen de ingenios’

A este libro suyo, Examen de ingenios, volverán con el tiempo todos los estudiosos de la obra del autor para captar la atmósfera esencial del delicado mundillo literario; no en balde en sus páginas las estrellas más mediáticas, de más fama y renombre, fueron dibujadas con un trazo sutil de brutal delicadeza en la que se bambolea, a pesar de todo, en ocasiones, relampagueando en la estela del papel, un tono mordaz vestido de ironía que consigue al final sacar la sonrisa del lector, como vemos aquí: «… te solicita un artículo como si se tratara de un mensaje transmitido por el correo del zar, cuidándose mucho de no levantar la voz para no alertar a los espías o suscitar ajenas intromisiones», apunta el autor refiriéndose a García de la Concha. Y unas líneas más adelante añade esto: «tiene ademanes de procónsul y una mirada traslúcida de ave de presa. Iba para obispo de una diócesis principal y se quedó en seglar con mando en plaza». Este libro, como hemos dicho, es entre los suyos uno de los más bellos y sustanciosos, pues consigue en sus páginas plasmar las cualidades físicas y morales de escritores e intelectuales usando un estilo poético e incisivo, algo que demostró también, por otro lado, el autor gaditano en sus míticos poemarios y en sus libros mejores de memorias o sus novelas.

Muy pocos autores han mostrado en este país, salvo Paco Umbral, un estilo prosístico tan lírico y diáfano, tan sutil y elegante, como Caballero Bonald. El lector que se adentra en sus obras experimenta un dócil relampagueo de sensaciones, de palabras que vuelan ágiles, gozosas, como esbeltos vencejos en mitad de una tormenta donde el viento -el lenguaje- nos sacude el interior y nos hace sentir en las tripas un resplandor al mismo tiempo cálido y febril. Es lo que uno siente al leer frases así de deliciosas: «Las gafas de Luis Rosales parecían sonreír con independencia del usuario» o, también, este fragmento dedicado a Emilio Lledó: «Cuando se reía, que era muchas veces, te miraba con fijeza… La voz se le volvía entonces infantil y trémula y la continuidad argumental de su discurso se ramificaba de pronto en nuevas rutas dialécticas, preferentemente teñidas de una especie de pedagógico lirismo». Y si el autor jerezano brilló como ensayista, memorialista y narrador, fue en el campo poético, donde concentró con tino su visión reflexiva y crítica de nuestra sociedad.

Caballero Bonald, dio a la luz en los años últimos de su vida varios libros poéticos de honda belleza lírica y gran compromiso ético y moral, títulos como Manual de infractores (2005), La noche tiene paredes (2009), Entreguerras (2012) y Desaprendizajes (2015). De uno de esos títulos citados, Entreguerras, destacamos su enorme capacidad de seducir a través de un hilo poético sutil que conduce una obra llena de fulguraciones, urdida por un hilo sabio, filosófico que, al mismo tiempo, es denuncia y es ternura, tenaz rebeldía, amargura y resplandor; así podríamos resumir, si es que se puede, este libro de versos esenciales, necesarios como esa emoción que el sol siembra en los ojos minutos antes del oscurecer, cuando más frágiles y solos nos hallamos, en medio de un silencio sin raíz. Por esa y otras muchísimas bondades, la lectura de Entreguerras, además de suponer un goce estético, tiene un poder genuinamente terapéutico, pues, de alguna manera, nos redime de las sombras que dejó en nuestro espíritu el recuerdo de un país en otro tiempo lánguido y cerrado, excesivamente opresivo y castrador. Para luchar contra la soledad, las injusticias, las infames dictaduras, las villanías, las traiciones, las calumnias, las cárceles del tiempo y las ortigas que aprisiona el aire de la senectud, Caballero Bonald, con genuina inspiración, ha sabido abrir las grietas lumínicas del recuerdo e inundar el ancho espacio de un ayer donde, antes de estos versos, hubo dolor, desolación y hastío, ausencia y pérdidas, pero, al mismo tiempo, ternuras y amistades, noches festivas regadas con el aire de una alegría difícil de igualar. Este poemario, así, se nos ofrece como un regalo de un grandísimo valor porque en sus páginas, ya desde el inicio, el lector tiene la agradable sensación de que está penetrando en un espacio transparente distribuido en estancias singulares, decoradas por la sapiencia de una voz dotada de una sensibilidad y de una agudeza fuera de lo común: «Llegué a Madrid y me instalé en su vientre (dice el autor en el capítulo primero)/ y anduve deambulando días y días por su abultado vientre/ perdido a cada paso entre sombras intercaladas dentro de/ otras sombras/…y en ese espacio divagué durante media vida». Ahí, en esa parte primera del poemario, Caballero Bonald, sirviéndose de un estilo afiladísimo, valiente y luminoso, muy mordaz, va evocando con rabia aquellos años tenebrosos en que la Dictadura y sus acólitos cubrían la realidad de este país con el ácido légamo de la represión. De este modo en los versos aparecen cárceles y comisarías, calles penumbrosas, paredones de escorias, y hacinamientos vejatorios donde acaban pudriéndose la esperanza y la libertad. El poeta llega a Madrid desde el sur límpido con sus primeros versos bajo el brazo e, intentando no sucumbir ante el vacío y la desolación que se respira en la ciudad, se guarece en la casa azul de la poesía para no contagiarse de aquella España absurda y gris que tanto le afectó a nivel ético y moral.

Abrigado por esa atmósfera plomiza que impregna el primer capítulo del poemario, el autor va pasando, ya en los otros apartados, a un espacio distinto, en el que confluyen sustanciosas «las mudadizas leyes del recuerdo» con «ese pasaje en que la sombra y la iluminación cohabitan». En el capítulo último, muy sentido, Caballero Bonald se centró primordialmente en la luz de Argónida, en los efluvios mágicos de Doñana. En este apartado del libro, el autor jerezano comulga con la tierra y la vuelve a elevar, como ya hizo en otros suyos, a una categoría infinita, astral, nombrando de un modo tierno, emocionado, los pequeños habitantes de ese mundo selvático y feliz: jabalíes, linces, ciervos, mangostas, nutrias..., todo un universo mágico, embriagador, que el escritor de Jerez ha ido dibujando, a lo largo de los años, con muchísimo acierto tanto en su obra lírica como en su narrativa.

Ya centrándonos en su último poemario dado a la luz, Desaprendizajes, del año 2017, resaltaremos su tono agridulce y filosófico, abierto a un abismo de preguntas luminosas, buscando quizá una puerta a la penumbra desoladora de la realidad, todo ello creando una atmósfera sublime, cuajada de auroras y misterios soterrados, con una apertura hermosa e indestructible al esbelto relámpago de la serenidad. Con un lenguaje terso y prodigioso, de aristas cortantes y de ángulos serenos, Caballero Bonald nos va llevando de la mano -una mano poética de un resplandor sonoro- a través de un bosque de piezas y de estancias, aparentemente densas e intransitables, por las que discurre, no obstante, un fluido cálido que, al final, desemboca en un pozo hondo de luz, en la sabia bondad de un hombre machadiano asistido por una voraz clarividencia que regala al lector con generosidad. Si en su poemario anterior resplandecía su tono de confesión testamentaria, el halo del paso del tiempo dolorido, en éste hay entradas a la serena reflexión, a la meditación más concentrada, aunque también hay lugar para la rabia, la rebeldía y la crítica al Poder que alimenta, el oprobio, la zafiedad y la corrupción, mostrándonos ese compromiso firme y ético que, en esencia, define junto a la belleza cálida, diamantina y esbelta, la obra lírica, narrativa y ensayística del autor.

Uno de los escritores más genuinos en español

Hace solo unos días falleció en Madrid el narrador y poeta José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926), uno de los escritores más genuinos y sobresalientes de las letras hispánicas de este y el pasado siglo. Fue un escritor que, además de por su elegante y esbelto estilo literario, destacó por su compromiso moral y ético con la sociedad que le tocó vivir. Ambas características, su compromiso ético y estético, ayudaron a que no fuese un escritor de masas; no obstante, aun así, el hermoso destello de su obra literaria permanecerá indemne en la memoria de sus lectores más fieles. El escritor jerezano fue, sin duda, una de las piezas claves e imprescindibles de la conocida generación del 50, donde sobresalieron junto a él autores que ya no se encuentran entre nosotros, como, por ejemplo, Goytisolo, Claudio Rodríguez, Ángel González, Brines y Juan Marsé. 

Caballero Bonald es autor de libros imprescindibles y singularísimos en prosa como ‘Ágata ojo de gato’ (1974), Premio Nacional de la Crítica; ‘Tiempos de guerras perdidas’ (1995) y ‘La costumbre de vivir’ (2001), y, en poesía, ‘Las adivinaciones’ (1952), ‘Diario de Argónida’ (1997) y ‘Entreguerras’ (2012). Su libro de versos último, ‘Desaprendizajes’ (2015) fue reseñado en este suplemento, junto a otros anteriores, y también lo fue su libro más sagaz, valiente y genuino, ‘Examen de ingenios’ (2017), donde nos regala una galería de personajes ilustres que conoció en vida y en este volumen dibuja de un modo tierno e irónico muy sutil.